Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

viernes, 30 de diciembre de 2016

CONSUMO, POSVERDAD Y HUMANIDADES

Los medios consagran la palabra “posverdad”, para señalar como una novedad lo que es tan viejo como la historia humana, “que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a las creencias personales”. Hay que presentar, parece obligado, como un atraso y una rareza, que la economía del deseo condicione los comportamientos. Y, sin embargo – se preguntaba hace una semana Ramoneda - ¿qué es sino, por ejemplo, lo que induce al consumo? Consumir es “Utilizar un producto para satisfacer una necesidad real o creada”. Pero también: “Desazonar, apurar, afligir”.
No es lo que se compra, sino la acción de consumir lo que importa. Por el camino dejamos la libido y queda sólo la pulsión. Se nos invita por tierra, mar y aire a una forma patológica del consumir. Y de pronto se descubre ¡vaya por dios! que unos votaron el Brexit y otros a Trump, porque hemos entrado en las posverdad. Pero si de posverdad pudiéramos hablar como novedad, no sería por la siempre presente economía del deseo, si no porque la mentira se ha hecho viral, como se dice ahora, y los mecanismos para desmontarla son impotentes.
Hoy en día nos preguntamos ¿para que sirven las humanidades? Pues precisamente para eso, para desmontar las mentiras virales. Para defender el sentido de la palabra, y para dar entidad a la complejidad de la experiencia humana. O sea, para salvar al ser humano de su reducción a estricto “homo economicus”; para salvar al ciudadano de ser despojado de su condición de tal, para encerrarle en su propio cuerpo como individuo aislado. Y la experiencia es precisamente, el lugar de referencia de las humanidades. La experiencia, al modo de Montaigne, como expresión de la profunda materialidad del hombre.
En esta sociedad acelerada en que vivimos, en la que el ritmo de las cosas está dominado por la dinámica sin freno del espacio virtual, más necesidad que nunca tenemos de las humanidades. Las humanidades son útiles, precisamente, para ofrecer otra perspectiva desde la que contemplar las cosas; para tomar distancia de los acontecimientos, y no convertir en novedad lo que no lo es; para salvarnos de papanatismo del último “gadget”; para proteger los espacios, tan queridos para algunos, del silencio y de la pausa; para mantener viva la desconfianza en las ideas recibidas y, especialmente, en las verdades incontestables; para no dejarnos colonizar la atención; y para repensar la vida. En clave camusiana: “Ser capaces, como Proust, de ver la realidad con otros ojos”. Y de reconocer – ahora en clave unamuniana – el sentido trágico de la vida, cuya negación es el germen de la barbarie. Las humanidades me aportan, creo, la dimensión irónica que me permite asumir con cierta serenidad – esta vez en clave orteguiana – la locura de las circunstancias de mi yo.
Josep Ramoneda
Escribía Savater que la posverdad es la antítesis contra la que siempre se ha luchado, no de ahora, sino desde el ágora socrática. Y para el que desee saber algo más de posverdad, populismos y demás no-verdades al uso, han salido este mes dos libros a mi parecer muy adecuados. Uno es “Estudios del malestar” en el que José Luis Pardo nos ofrece un análisis en profundidad, sobre la confusa metástasis política, tecnológica y social que, en estos tiempos, nos somete a trumpazos y bandazos sin cuento. Y la sustitución sentimental del racionalismo democrático, por el clamor de “las tripas”, como en mi juventud se decía, es el tema del otro libro: “La democracia sentimental” de Manuel Arias Maldonado, que no solamente argumenta con tino sobre todo esto, sino que además brinda abundantes pistas bibliográficas, para continuar indagando por nuestra cuenta.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 28 de Diciembre del 2016.

jueves, 22 de diciembre de 2016

EL PSOE, Y COMO LO ENTIENDO YO

Escribí ya hace unos días que actualmente, desde la dimisión de Pedro Sánchez, detecto en el PSOE demasiada pasión, rabia, resentimiento, posturas radicalmente enfrentadas y emociones desatas. Todo lo cual, a no tardar, nos pasará factura. Pues gane quien gane las primarias, no podrá gobernar un partido escindido en casi dos mitades. Para dirigirlo con un mínimo de solvencia, se necesitarán mucho diálogo, negociaciones y pactos. De manera que cuanto más abramos la brecha entre compañeros, mucho más costará cerrarla. Y si no logramos cerrarla, se producirá una escisión, y ambas partes se convertirán en irrelevantes para el futuro de España.
La potencia verdaderamente sustantiva que impulsa y nutre un partido político, es siempre un proyecto sugestivo de vida en común. No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión “a priori”, sólo se da en el ámbito de la familia, y aun así. Los ciudadanos, grupos o sectores sociales que integran un partido, viven juntos “para algo”; son una comunidad de propósitos, de anhelos. No conviven por “estar juntos”, sino “para hacer” juntos algo.
A los pueblos que la rodeaban, Roma les sonaba a nombre de una gran empresa vital, donde todos podían colaborar; Roma era un proyecto de organización nacional o internacional, era una tradición jurídico-política superior, un tesoro de ideas recibidas de Grecia, que prestaban un brillo superior a la vida. Y el día que Roma dejó de ser ese proyecto de “cosas por hacer mañana”, el Imperio se desarticuló.
Fecisti patriam diversis gentibus unam,
Urbem fecisti quod prius orbis erat
(BlochL’Empire romain”)
En el PSOE recordamos y presumimos, con razón, nuestros 137 años de antigüedad. Pero no es el ayer, el pretérito, por muy grande que haya sido, lo decisivo para que un partido exista. Los partidos se forman y viven de tener un programa para el mañana. No sé si son muchos más que yo, los militantes que estos días se preguntan ¿para que vivimos juntos? Y lo hacemos a mí entender, porque “vivir es algo que se hace hacia delante”, es una actividad que va de este segundo mismo, al inmediato futuro. No basta, pues, para vivir, la resonancia del pasado, y mucho menos para convivir. Renan decía que una nación es un plebiscito cotidiano. Pues de la misma forma, en el secreto inefable de nuestros corazones, se produce todos los días, hace meses, un fatal sufragio que decide si el PSOE puede, de verdad, seguir siendo el partido que fue y debería seguir siéndolo.
Julian Besteiro
Los “drusos” del Líbano (conocí en persona a su gran líder Walid Jumblatt) son enemigos del proselitismo, por creer que el que es “drusita” ha de serlo desde toda la eternidad. Del mismo modo, me temo que hoy a muchos militantes socialistas, nos falta la cordial efusión del combatiente, y nos sobra la arisca soberbia del triunfante. No queremos luchar, queremos simplemente vencer. Y como las dos cosas a una no son posibles, preferimos vivir de ilusiones, y nos contentamos con proclamarnos vencedores en las redes sociales, o simplemente en nuestra imaginación. Pero como decimos en Mallorca: “No diguis blat fins que sigui al sac i ben lligat”. Quien desee que el PSOE entre en un periodo de consolidación, quien en serio ambicione la victoria, deberá pelear duro y contar con los demás, aunar fuerzas y, como Renan también decía: “excluir toda exclusión”. La insolidaridad actual que percibo en el interior del partido, produce un fenómeno muy característico en nuestra vida orgánica, que deberíamos todos meditar: cualquiera tiene fuerza para deshacer, pero nadie la tiene para hacer.
Debemos aceptar que el juego de la existencia, individual y colectiva, va a regirse ya por reglas distintas, y para ganar en él la partida, serán menester dotes y destrezas muy diferentes, de las que en el próximo pasado proporcionaban el triunfo. El sistema de valores que disciplinaba nuestra actividad en los ochenta, ha perdido, sino vigencia, al menos evidencia, fuerza de atracción, vigor imperativo.
Hannah Arendt
Tendremos que avalar un proyecto político muy en sintonía, con estos nuevos tiempos de la ciudadanía (tampoco es tan difícil, muchas de las propuestas del mismo, ya figuran en nuestro último programa electoral) huyendo, eso sí, de “posverdades” a la moda, y propuestas populistas, por ello irrealizables en la verdad de la dura realidad. Como advertía Julián Besteiro: “El ideal tiene que ser realidad. Y por ello nos obliga a poner todos los medios posibles para realizarlo. El ideal hay que sacarlo de la realidad. Y elaborarle para hacerle realizable. Idealismo y realismo, pero sin moldear aquél para adaptarle a las circunstancias.” Pero no es suficiente que el proyecto político, nos parezca verdadero por realizable. Es preciso que, además, suscite en nosotros y en los votantes, una fe plenaria y sin reserva alguna. Un proyecto político perfecto desde un punto de vista racional, pero que no nos incite a la acción, sería, a mi entender, incluso inmoral. “El ideal ético – decía Ortega – no puede contentarse con ser él correctísimo: es preciso que acierte a excitar nuestra impetuosidad”.
Y especialmente nos será imprescindible, elegir al líder adecuado, que nos ilusione, que nos provoque, que nos emocione, que lea bien la batalla y nos dirija en ella. Decía Hannah Arendt a propósito de esto: “Las ideas de que solamente aquellos que saben obedecer, están capacitados para mandar, o que solamente aquellos que saben como gobernarse a sí mismos, pueden gobernar legítimamente sobre los demás, hunden sus raíces en la relación entre la política y la filosofía”. Pero ese líder emotivo e ilusionante, capaz de obedecer y gobernarse a sí mismo, también deberá ser capaz de articular un amplio y hoy difícil consenso. Imposible dirigir un partido dividido internamente en grandes proporciones. ¿Cómo podría vencer al adversario exterior, un líder que se viera obligado a diario, a conquistar a su propio partido?
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 14 de Diciembre del 2016.

lunes, 19 de diciembre de 2016

EL PSOE Y EL "RESSENTIMENT"

Actualmente, desde la dimisión de Pedro Sánchez, detecto en el PSOE demasiada pasión, rabia, resentimiento, posturas radicalmente enfrentadas y emociones desatas. Todo lo cual, a no tardar, nos pasará factura. Pues gane quien gane las primarias, no podrá gobernar un partido escindido en casi dos mitades. Para dirigirlo con un mínimo de solvencia, se necesitarán mucho diálogo, negociaciones y pactos. De manera que cuanto más abramos la brecha entre compañeros, mucho más costará cerrarla.
Pero se detecta, me parece, en algunos compañeros, un sentimiento que estimo aún más preocupante. Y me refiero al “ressentiment”, del que escribí hace tiempo en Facebook. Que no es exactamente lo mismo que el castellano “resentimiento”.
A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo, que funciona en la conciencia pública degenerada. El lo llamó “ressentiment”, quizá por no encontrar en su alemán natal, una palabra más específica para lo que quería referir. Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior, por carecer de ciertas cualidades – inteligencia, o valor, o elegancia, o cultura, o experiencia universitaria, o capacidad de trabajo – procura indirectamente afirmarse ante su propia vista, negando la excelencia de esas cualidades. Y como indicó un analista de Nietzsche, cuyo nombre ahora no recuerdo, no se trata del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor, la madurez en el fruto, y se contenta con negar esa estimable condición de las uvas demasiado altas. El infectado de “ressentiment” va más allá: odia la madurez, y prefiere lo inmaduro. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una “capitis disminutio”, y en su lugar triunfa lo inferior.
Me temo que la grave crisis económica, y los sufrimientos que de ella se devengan, están construyendo un mundo lleno de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran los tales – escribía Ortega en “Confesiones de “El Espectador” – que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les basta; ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad, delicadeza y altura cordial. Cada día que tarda en realizarse, esta irrealizable nivelación, es una cruel jornada para estas criaturas “resentidas”, que se saben fatalmente condenadas, a formar la plebe moral e intelectual de nuestra especie.
Nietzsche
En los momentos en que estas personas se quedan solas, le llegan de su propio corazón, bocanadas de desdén para sí mismas. Intuyen con precisión, que será inútil que por medio de artimañas de poco calado, consigan papeles vistosos en la sociedad. Y si consiguen un aparente triunfo social o político, el mismo envenena aún más su interior, revelándoles el desequilibrio inestable de su vida, a toda hora amenazada de derrumbamiento. Aparecen ante sus propios ojos, como falsificadores de sí mismos, como monederos falsos, donde la moneda defraudada es la persona misma defraudadora.
Este estado de espíritu, empapado de ácidos corrosivos, se manifiesta tanto más en aquello oficios, donde la ficción de las cualidades ausentes es menos posible. ¿Hay nada tan triste – añadía Ortega – como un escritor, un profesor o un político sin talento, sin finura sensitiva, sin prócer carácter? ¿Cómo han de mirar esos hombres, mordidos por el íntimo fracaso, a cuanto cruza ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismos?
Periodistas, analistas, tertulianos, profesores y políticos sin talento componen, por tal razón, el Estado Mayor de la envidia, que, como dijo Quevedo, es tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
¡Así que, al tanto!

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Noviembre del 2016.

martes, 13 de diciembre de 2016

RELACIÓN ENTRE POLÍTICA Y FILOSOFÍA

Me referí el otro día en mi Blog (“El miedo es antipolítico”) apoyado en unas reflexiones de Hannah Arendt, a las relaciones entre la Política y la Filosofía, y me preguntaba si Donald Trump debería saber algo de eso (https://senator42.blogspot.com.es/2016/11/el-miedo-es-antipolitico.html) Pues bien, algunos amigos me han reclamado que explicara eso con más detalle. Es imposible explicar todo lo que los filósofos y políticos han escrito sobre ello, desde los griegos hasta los más actuales, Raymond Aron, la propia Arendt y Jürgen Habermas entre mis favoritos. Pero veamos si soy capaz de resumir algo de forma inteligible.
Para Sócrates el hombre no era todavía un “animal racional”, sino un ser pensante, cuyo pensamiento se manifestaba en la forma del discurso. Y la identidad de discurso y pensamiento, que juntos forman el “logos”, es quizá una de las características sobresalientes de la cultura griega. Lo que Sócrates añadió a esta identidad, fue el diálogo del “yo” consigo mismo, como condición primaria del pensamiento. La relevancia política del pensamiento de Sócrates, consiste en la afirmación de que la “soledad”, que antes y después de él, era considerada la prerrogativa y el “habitus” profesional del filósofo en exclusiva, y que era naturalmente sospechosa para la “polis” de ser antipolítica, es, por el contrario, la condición necesaria para el buen funcionamiento de aquella, la “polis”, una mejor garantía que las reglas de comportamiento, forzadas por las leyes y el miedo al castigo. Platón, coherente con el núcleo de su filosofía, se opuso con la afirmación de que la medida de todas las cosas es un “theos”, un dios, lo divino. A lo que Aristóteles respondió: “La medida para todos es la virtud y el hombre bueno”.
Sócrates
Es compresible que unas enseñanzas tales estuvieran, y siempre estarán, en cierto conflicto con la “polis”, que debe exigir respeto a las leyes, con independencia de la conciencia personal. Para mi generación y la anterior, que hemos pasado por la experiencia de la organización totalitaria de las masas, resulta nítido que si no se garantiza una mínima posibilidad de “estar a solas con uno mismo”, serán abolidas todas las formas seculares de conciencia.
Sócrates también entró en conflicto con la “polis”, de otro modo menos obvio. La búsqueda de la verdad en la “doxa” (concepto que, de modo distinto al nuestro de “opinión”, posee una fuerte connotación sensorial) parece conducir al resultado catastrófico de que la misma, la “doxa”, sea destruida por completo. La verdad puede acabar con la “doxa”, puede destruir la verdad específicamente política de los ciudadanos. Todas las opiniones son erradicadas, pero no se aporta ninguna verdad en su lugar. El abismo entre la verdad y la opinión, que a partir de aquel momento, iba a separar al filósofo de todos los demás hombres, estaba ya apuntado o presagiado.
Para decirlo de otra manera, el conflicto entre la filosofía y la política, estalló no porque Sócrates hubiera deseado desempeñar un papel político, sino porque quiso convertir la filosofía en algo relevante para la “polis”. El conflicto terminó con la derrota de la filosofía: sólo a través de la conocida “apolitia”, la indiferencia y el desprecio por el mundo de la ciudad, tan característico de toda la filosofía posplatónica, pudo el filósofo protegerse de las sospechas y las hostilidades del mundo que le rodeaba. Lo único que los filósofos desearon desde entonces, con respecto a la política, fue que les dejase en paz. Pero el filósofo, aunque percibe algo que es más que humano, que es divino, sigue siendo un hombre, de modo que el conflicto entre la filosofía y los asuntos de los hombres es, en último término, un conflicto dentro del propio filósofo.
El porqué los filósofos no son capaces de saber qué es bueno para ellos mismos – están alienados respecto de los asuntos humanos – se capta en la metáfora de la caverna de Platón: ya no pueden ver en la oscuridad de la cueva, han perdido su sentido de la orientación, han perdido lo que nosotros llamaríamos su “sentido común” (releer a G. E. Moore). Uno de los aspectos para mí más desconcertantes de la alegoría platónica, es que las dos palabras políticamente más significativas que designan la actividad humana, el discurso y la acción – “lexis” y “praxis” – estén ausentes en toda esa historia.
Platón
El “thaumadzein”, el asombro ante aquello que es tal como es, según Platón un “pathos”, algo que se soporta y, como tal, bastante diferente del “doxadzein”, del formar una opinión sobre algo; la idea de que este asombro mudo, es el comienzo de la filosofía, se convirtió en un axioma, tanto para Platón como para Aristóteles: la verdad última está más allá de las palabras. Este asombro ante todo lo que es tal y como es, nunca se relaciona con una cosa particular y, por consiguiente, Kierkegaard lo interpretó como la experiencia de la no-cosa, de la nada. Y la generalidad específica de las afirmaciones filosóficas, que las distingue de las afirmaciones científicas, surge de esta experiencia. El filósofo, que es un experto en asombros, en hacerse esas preguntas, que surgen cuando nos sentimos maravillados ante algo – cuando Nietzsche dice que el filósofo, es el hombre al cual le pasan continuamente cosas extraordinarias, está aludiendo al mismo asunto – se encuentra en un doble conflicto con la “polis”. Puesto que su experiencia más profunda carece de palabras, se ha situado fuera del terreno político, en el cual la facultad más elevada del hombre es, precisamente, la del discurso, que es el que hace al hombre un “ser político”.
Con todo, incluso más grave en sus consecuencias, es el otro conflicto que amenaza la vida del filósofo. Puesto que el “pathos” del asombro no es ajeno a los hombres, sino que, al contrario, es una de las características más generales de la condición humana, y puesto que el modo de salir de él, es formar opiniones allí donde no son de recibo, el filósofo entrará en conflicto, inevitablemente, con dichas opiniones, que él encuentra intolerables. Él es el único que no sabe, el único que no tiene una “doxa” distintiva y definida, para competir con las demás opiniones, sobre cuya verdad o falsedad, desea decidir el sentido común. Si el filósofo comienza a hablar en este mundo del sentido común, al cual pertenecen también nuestros prejuicios y juicios comúnmente aceptados, siempre estará tentado de hablar en términos sin sentido o – por usar la frase de Hegel – a poner el sentido común “cabeza abajo”.
Para el filósofo, la política – cuando no consideraba este espacio en su totalidad, como algo inferior a la dignidad – devino el campo en el cual se atienden, las necesidades elementales de la vida humana y, así, se la juzgó en buena medida, como un negocio sin ética, no sólo por parte de los filósofos, sino también por muchos otros en siglos posteriores, cuando ya las conclusiones filosóficas, formuladas originalmente por oposición al sentido común, habían sido finalmente absorbidas por la opinión pública de los instruidos. Se identificó la política con el gobierno o el dominio (que no son lo mismo) y ambos fueron considerados como un reflejo de la debilidad de la naturaleza humana.
Sin embargo, mientras que el inhumano estado ideal de Platón nunca se hizo realidad, y la utilidad de la filosofía tuvo que ser defendida a lo largo de los siglos – pues en la acción política real, demostró ser completamente inútil – la filosofía cumplió un insigne servicio para el hombre occidental. Dado que Platón deformó, en cierto sentido, la filosofía con propósitos políticos, ésta continuo aportando criterios y reglas, patrones y medidas, con los cuales la mente humana, pudiese intentar al menos comprender lo que estaba pasando en el terreno de los asuntos humanos. Es esta utilidad para la comprensión, la que se agotó con la llegada de la era moderna. En Hobbes encontramos por primera vez, una filosofía que no tiene ninguna utilidad para la filosofía, sino que pretende desarrollarse, a partir de aquello que el sentido común da por sentado. Y Marx, el último filósofo político de Occidente, y el último que se mantiene aún en la tradición iniciada por Platón, intentó poner la filosofía “cabeza abajo”, junto con sus categorías fundamentales y su jerarquía de valores. Con dicha inversión, la tradición había llegado a su fin.
El comentario de Tocqueville de que “en la medida en que el pasado, ha dejado de arrojar luz sobre el futuro, la mente del hombre vaga en la oscuridad”, fue escrito a raíz de una situación, en la cual las categorías filosóficas del pasado, ya no bastaban para comprender. Estos días, quizá más que nunca, vivimos en un mundo en el que ni siquiera el sentido común, conserva algún sentido. La quiebra del sentido común en el mundo presente, señala que la filosofía y la política, a pesar de su viejo conflicto, han sufrido el mismo destino. Y ello significa que el problema de la filosofía y la política, o de la necesidad de una nueva filosofía política, de la cual pudiese surgir una nueva ciencia de la política, se halla una vez más en el orden del día.
Si los filósofos, a pesar de su necesario extrañamiento respecto de la vida diaria de los asuntos humanos, llegasen alguna vez a una verdadera filosofía política, tendrían que hacer de la pluralidad del hombre, de la cual surge todo el espacio de los asuntos humanos – en su grandeza y en su miseria – el objeto de su “thaumadzein”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 2 de Diciembre del 2016.



jueves, 8 de diciembre de 2016

LAS ÉLITES Y LA "POSVERDAD"

Hace ya unas semanas se celebraron primarias en el Partido Republicano francés, para elegir a su candidato a Presidente de la República. Todos los que optaron al mismo, con excepción de uno, se presentaban como “anti-sistema”. El veterano Alain Juppé, fue el único que mantuvo la decencia, de no entrar en esa vergonzosa subasta por el electorado populista de Marine Le Pen ¿y así le fue? Un ejemplo más – escribe Ramoneda – de esa patética deriva de la política, a la que algunos califican de “posverdad”. Y de cuyo novedoso vocablo, escribí no hace mucho en mi Blog: https://senator42.blogspot.com.es/2016/11/hoy-todo-es-pos.html
Que los hechos objetivos, son menos influyentes en la opinión pública, que las opiniones y las creencias personales”, tampoco me parece tan novedoso, aunque hoy lo denominemos “posverdad”. Las emociones y las creencias personales, han venido teniendo una importancia crucial en política, desde los inicios de la historia. Sólo de este modo se explica el “pathos” revolucionario o nacionalista, desde hace tanto tiempo presente en nuestras sociedades. Lo novedoso hoy, no es la fuerza de las emociones y las creencias, sino la incapacidad de la política para detectarlas. La “posverdad” estaría en las mentiras de los que intentan atraer a los votantes, presentándose como lo que no son, y prometiendo lo que no creen. Y lo grave es que la ciudadanía los tomé en serio. El PP y Trump, son dos grandes ejemplos de ello.
Este ¿comprensible? furor anti-sistema, proviene más bien, me parece, del hecho que la llamada “globalización”, reparte muy injustamente los costes y beneficios, y amenaza directamente la cohesión social. Como ha dicho Bruno Latour, es urgente abrir un camino entre la utopía globalizadora y la del regreso al pasado. Esta maniquea reducción del debate político, pone, sí, en evidencia, el fracaso de la izquierda, y la necesidad de su imperiosa renovación y puesta al día, para detener ese camino, hoy aparentemente imparable, hacia el autoritarismo liberal y posdemocrático.
Pongamos atención, ya lo he escrito antes, al hecho de que Trump ha ganado con el voto republicano de siempre. O sea que no parece que su apoyo electoral, haya expresado – decía Máriam Martínez Bascuñán – una confrontación del “buen pueblo”, frente a las aristocracias políticas, sino un problema dentro de estas mismas. Que no hay política sin élites políticas, ya nos lo explicó hace mucho tiempo Pareto. Lo que está fallando, opino, es el mecanismo de selección o circulación de dichas élites. Recordemos que los dirigentes republicanos, no querían a Trump, pero éste les derrotó con el apoyo de las “bases”.
A las élites les está perdiendo su soberbia, el pensar que pueden seguir haciendo política como siempre, como si nada hubiera ocurrido, como si bastara con el control de los medios tradicionales de opinión, para seguir mandando. Pero estos han dejado de conformar la opinión pública, y la autoridad en la interpretación informativa, al menos en gran parte. Para bien o para mal, ahora las comparten con las redes sociales y los medios digitales, aparentemente más capaces de detectar las nuevas sensibilidades, e incorporar la espontaneidad social. Las élites están viviendo ajenas a un mundo en plena transformación, pero tampoco es recurso válido, el regreso a arcaicas soluciones, a utopías regresivas.
Estamos ante nuevas reglas y prácticas, a las que el “establishment” político de hoy no sabe dar respuesta. Triunfarán los que sepan “leer bien la batalla”, hacer la lectura adecuada del tiempo en que vivimos. Y ofrezcan un liderazgo renovado, para abordar los problemas del presente y del futuro. No aquellos que siguen conduciendo – apostilla Máriam – con el espejo retrovisor, o se limitan a hacer de correa de transmisión de otras élites, quizá también ya arcaicas, pero aún más poderosas.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 22 de Noviembre del 2016.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

EL COMANDANTE Y LA HISTORIA

Con motivo del fallecimiento de Fidel Castro, he leído estos días muchas reflexiones y juicios sobre él. Y muy escasos han sido, a mi entender, los que han mantenido una cierta racionalidad, en lo que debería ser el análisis histórico riguroso.
En 1959 yo tenía 16 años. En España vivíamos oprimidos por una casposa dictadura, que no sabíamos como quitárnosla de encima. Y Cuba era un casino-burdel, mantenido por la dictadura de Batista, para solaz de los ricos estadounidense. Y sí, fuimos muchos los jóvenes demócratas, que sentimos una tremenda emoción, cuando el 1 de Enero, Fidel y sus “barbudos” entraron el La Habana. Colgué como tantos otros, la famosa foto del Che en mi habitación, y ahí la mantuve durante muchos años. Con el tiempo, como otros tantos, aquel sueño se fue al garete. Como casi siempre en la historia, aquella hermosa revolución devino en una atragantante burocracia dictatorial. Se avanzó mucho en servicios sociales, educación, medicina… etc. Pero los derechos humanos, la libertad y el bienestar del pueblo, dejaron mucho que desear. Así que cuando hoy juzgamos al Comandante que acaba de morir ¿a quien juzgamos y en que contexto histórico? ¿al Fidel de 1959 o al de ayer?
Se ha dicho y escrito muchas veces, que no se puede juzgar a toro pasado, sino que hace falta meterse de lleno en la época, en la que se han producido los hechos que pretendemos reconstruir y comprender, en la mentalidad, en los sentimientos, valores, costumbres y convicciones de esa época en cuestión. Ni siquiera el juicio moral, puede prescindir del contexto histórico, de la civilización y del periodo, en el que han tenido lugar los acontecimientos que se valoran: la esclavitud existente en la antigüedad clásica – ha escrito Galli della Loggia – no puede ser acreedora por nuestra parte, del mismo juicio moral que deberíamos emitir, acerca de una esclavitud que se pusiera en práctica hoy en día.
Existen, me parece, dos pecados mortales para cualquier historiador: juzgar anacrónicamente el pasado con categoría actuales, y emitir, acerca de comportamientos del pasado, juicios morales nacidos de la mentalidad de hoy. No sería correcto, por consiguiente, tildar de “injusta” cualquier ley del pasado. Se trataría de una cosa reprobable, sí, pero reprobable hoy, desde nuestras categorías de corrección política, de “bienpensantismo” ideológico.
Parece obvio, como bien advertía Benedetto Croce, que los historiadores no podemos ser moralistas, y que la historia no puede ser un tribunal, como sucede con frecuencia en debates historiográficos, que se convierten más bien en procesos penales, o en instrumentalizaciones de acontecimientos pasados, para uso de la política del presente. Como escribe Claudio Magris, citando al gran historiador de la escuela de Turín, Franco Venturi, la historia no es un tribunal penal ni moral, sino el intento de comprender cómo y por qué vivieron los hombres, para lo cual es menester, meterse de lleno en la época en la que sucedieron los hechos que se estudian, y comprender la mentalidad de ese tiempo.
Meterse de lleno en la época en la que han tenido lugar los hechos y las potenciales fechorías, como deberíamos hacer todos los historiadores que nos preciemos de serlo, significa reconstruir las posibilidades concretas que, en aquella época y en aquel contexto, se les presentaban a los individuos, a las fuerzas políticas, a las iglesias… Sólo de ese modo se pueden entender, cuales eran los espacios concretos que se ofrecían a la libertad humana.
Solo las iglesias, las religiones, algunos partidos políticos y las filosofías de los esencialismos, afirman valores absolutos. Para todos ellos, la verdad no está históricamente condicionada, ni es históricamente relativa, sino inmutable; no es hija de su tiempo, sino como dicen: “Mater temporis” (madre del tiempo).
Pues ¡atentos los moralistas de sacristía!

Palma. Ca’n Pastilla a 29 de Noviembre del 2016.


miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL MIEDO ES ANTIPOLÍTICO

Siguiendo con el inesperado triunfo de Trump y su mayoría conservadora, crecida en un ángulo ciego para la mayoría de analistas. Pero si algo nos ha enseñado la historia a algunos, es que, al final, no sale a cuenta alcanzar el poder (eso vale también para el PSOE) dañando la democracia.
Si los norteamericanos van a ser gobernados por el populismo, atención, significa que todos estamos expuestos a ello. El panorama de Occidente en la próxima década, desdichadamente, está expuesto a que se repita el fenómeno populista por doquier. Al menos aparentemente hoy, es como si la Modernidad hubiera colapsado universalmente.
La democracia liberal y el mercado libre, han perdido su capacidad de ilusionar. Esta pérdida ha generado un “proletariado emocional” de humillados, ofendidos e indignados con las estructuras institucionales, que clama venganza contra ellas. La emoción desnuda, triunfa en las urnas sobre la razón. ¿Qué podemos hacer? Confiar en que sobreviviremos al populismo – ha escrito José María Lassalle – y trabajar por devolver a la Modernidad política su prestigio. La democracia es una idea demasiado luminosa, como para verla definitivamente oscurecida, por la sombra populista.
Sobre la victoria de Trump se ha repetido, que ha sido una rebelión de la gente sencilla, contra las élites establecidas. Como si los negros, los latinos, y tantos otros millones de toda raza, condición y extracción social, hasta sumar los 60 millones que votaron por Clinton, fueran el “establishment”. Entre los votantes de Trump, parece que ha habido unos 25 millones de mujeres, gentes con estudios, latinos y negros. Claro que podemos despachar – ha escrito Torreblanca – a muchos de los votantes de Trump – como “alienados”, es decir y en terminología clásica marxista, aquellos que desconocen su verdadera clase social, y votan en contra de sus intereses. Muy fácil, y que a gusto nos quedamos. Por el contrario es rigurosamente cierto, que si alguien representa a la élite, ese es Trump, un millonario de la lista Forbes, que nunca ha pagado impuestos. Pero al final su número de votos, es casi el mismo que el de sus antecesores republicanos, Romney y McCain.
Leí hace ya algún tiempo “¡No pienses en un elefante!”, en el que su autor George Lakoff, señalaba que los votantes se sienten más motivados con la “identidad moral y los valores”, que con cualquier otra cosa, incluso si eso les supone votar en contra de sus propios intereses económicos. Mientras que los progresistas, al contrario, piensan que gritar los datos o las cifras, convencería de algún modo a la gente. Los humanos, para bien o para mal, somos seres emocionales. Queremos historias conmovedoras. El tono de Clinton – ha dicho alguien – era el de una persona intentado convertirse en director ejecutivo de un banco. Necesitamos proyectar una visión, un nuevo relato, conmovedor. Porque ahora ya sabemos – le experiencia del PSOE y Pedro Sánchez nos los corrobora – que decir los datos y esperar lo mejor, no mitigará a la derecha, ni construirá una alianza progresista.
Trump no es un antisistema, ha escrito Ramoneda. Trump ha jugado a antisistema, para atraer a todos los que se sentían desamparados. Y meterlos en vereda. Trump abre la vía autoritaria, como respuesta a las fracturas abiertas por un capitalismo en fase depredadora. Los que queremos defender una sociedad abierta y democrática, tenemos que asumir que estamos en un cambio de tiempo, en el que cosas que parecían imposibles, ya no lo son. Y actuar en consecuencia.
Escribía Raymond Aron en “L’Opium de les itellectuels”, que la fuerza de atracción de los partidos que se tienen por totalitarios (o populistas, añadiríamos hoy) se afirma, o puede afirmarse, cada vez que una coyuntura grave deja al descubierto, una desproporción entre la capacidad de los regímenes representativos, y las necesidades de gobierno de las sociedades industriales de masas. La tentación de sacrificar las libertades políticas, al vigor de la acción, no murió con Hitler y Mussolini. Y recordemos que el gran Tocqueville había mostrado, con insuperable claridad, a que conduciría el impulso irresistible de la democracia, si las instituciones representativas fueran arrastradas, por la impaciencia de las masas, si el sentido de la libertad – aristócrata de origen, sí – llegara a marchitarse.
La capacidad de ver el mundo desde el punto de vista del otro, es el tipo de conocimiento político por excelencia. Si quisiéramos en términos tradicionales, definir la virtud prominente del hombre de Estado, podríamos afirmar que consiste en comprender el mayor número posible, y la mayor variedad de realidades – no de puntos de vista subjetivos – tal y como dichas realidades, se muestran en las diversas opiniones de los ciudadanos; y, al mismo tiempo, en ser capaz de establecer una comunicación entre los ciudadanos y sus opiniones, de tal modo que lo común de este mundo se haga evidente. Todas nuestras afirmaciones actuales, acerca de que solamente aquellos que saben obedecer – escribía Hannah Arendt – están capacitados para mandar, o que solamente aquellos que saben como gobernarse a sí mismos, pueden gobernar legítimamente sobre los demás, hunden sus raíces en la relación entre la política y la filosofía. ¿Sabrá algo Trump de esta profunda relación?
El miedo no es, hablando propiamente – repetía Arendt – un principio de acción, sino un principio antipolítico, dentro del mundo común. El miedo surge de esta impotencia general, y de este miedo provienen, tanto la voluntad del tirano por someter a todos los demás, como la predisposición de sus súbditos a soportar la dominación. Si la virtud es el amor por la igualdad en el reparto del poder, entonce el miedo es la voluntad de poder surgida de la impotencia, la voluntad de dominar, como alternativa a ser dominado. El miedo y la desconfianza mutua, hacen imposible “actuar en concierto”, según la expresión de Burke. La tiranías están condenadas al desastre, porque destruyen el “estar juntos” de los hombres. Al aislarlos entre sí, buscan destruir la pluralidad humana. Las tiranías se basan en la experiencia fundamental, en la cual estoy absolutamente solo, que es la de estar indefenso (tal y como definió Epicteto en una ocasión la soledad) incapaz de recabar la ayuda de mis congéneres.
Barak Obama dijo no hace mucho: “El poder revela”, es decir, muestra a la luz pública, la auténtica personalidad de los gobernantes.
Pues eso ¡atentos!

Palma. Ca’n Pastilla a 19 de Noviembre del 2016.



lunes, 21 de noviembre de 2016

QUERIDA LUCY

Siempre he tenido a mano la docena de mis libros favoritos, y algunos textos que releo con frecuencia, para tener siempre presente su contenido. Uno de esos textos, es este:
El 1 de Septiembre de 1902, Bertrand Russell escribía estas letras a Lucy Martin Donnelly:
<Para la mayoría de la gente, la familia posee un grado de realidad, superior al de no importa que ulterior relación, comprendidas las del esposo y/o la esposa.  Lo puede observar en Carlyle: sus padres en Annandale, estuvieron presentes para él, como jamás lo estuvo su esposa hasta que murió… Las personas asociadas a nuestra infancia, tienen una presencia superior a la que pudieran pretender, aquellos que conocemos más tarde (los primeros viven siempre en nuestro pasado instintivo)…
No, no he leído a los Isabelinos desde mi primer año en la universidad: según mis recuerdos, su principal mérito residía en la riqueza y esplendor de su verbo. No demande a los antiguos dramaturgos, un Evangelio capaz de regenerarnos: su mundo es decididamente, demasiado irreal. “Bien sûre”, vuestra propia vida es una vida “de papier”, como usted misma dice, una vida en la que la experiencia viene adquirida por el intermediario de los libros. Para remediar esto, más libros no es una buena solución. El único remedio es la vida real, pero no es un remedio fácil. Por “vida real”, entiendo una vida hecha de cierta forma de intimidad con otros seres humanos (la vida pasional de Hodder, no tiene ninguna especie de realidad). O, si usted lo prefiere, la vida real significa la experiencia, que uno adquiere por si mismo, de las emociones que constituyen la materia de la religión y la poesía. La vía para llegar a ella, es la misma que la aconsejada al hombre que quería fundar una nueva religión: Muera en la cruz y resucite al tercer día.
Si usted se siente preparada para estas dos pruebas, no lo dude: láncese a la vida real. Pero en el mundo moderno, la cruz es generalmente la que uno se inflige a sí mismo, deliberadamente; y la resurrección, con la perspectiva de nuevas crucifixiones, exige un considerable esfuerzo de voluntad. Me parece que sus dificultades, provienen del hecho de que en su mundo, usted no tiene interlocutores reales. Los jóvenes no son nunca reales; los solteros lo son raramente. Además, si me permite remarcarlo, la calidad de las emociones en América, me parece más frívola, más superficial, más pusilánime que en Europa; se constata allí una banalidad de sentimientos, que hace que las personas reales sean muy escasas…

En suma, la vida real no consiste, como Hodder querría haceros creer, en aventuras con los hombres casados. Si busca experiencias raras, algo de renunciamiento, o de cumplimiento del deber, os procurará sensaciones infinitamente más singulares, que las más bellas, las más libres pasiones del mundo. Por lo demás, una vida rodeada de libros, procura un alto grado de calma y serenidad. Es exacto que se acaba teniendo hambre de algo más inmaterial; pero se ahorra uno el remordimiento, el horror, la tortura y el veneno enloquecedor de la pesadumbre. Por mi parte, yo me construyo un refugio, donde lo más profundo de mi mismo, pueda habitar en paz, mientras un simulacro de mi persona afronta el mundo exterior.

Ayer, como hablaba en descampado, los espectros de mi pasado surgieron y desfilaron ante mí en procesión – tantos muertos, con sus esperanzas y sus temores, sus alegrías y sus penas, y las aspiraciones de su juventud dorada – todo perdido, desvanecido en los limbos inmensos de la humana locura. Y mientras hablaba, tenía la impresión que yo mismo y los otros, desaparecíamos ya en el pasado, y que nada tenía ya importancia: luchas, sufrimientos… todas las cosas, pura fatuidad, ruidos y furor, sin ningún sentido. “Et voilàcomo se alcanza la serenidad, como los rayos del Destino, se reducen a simples cuentos de niñeras, relatados para asustar a los chavales…
He releído, por otra parte, el más exquisito de todos los pequeños relatos históricos, “Le collier de diamants” de Carlyle. Es el único autor que ha sabido dar a la Historia, su legítima plaza en las Bellas Artes>.

Palma. Ca’n Pastilla a 6 de Noviembre del 2016.

jueves, 17 de noviembre de 2016

HOY TODO ES "POS"

Subí hace un par de días a Facebook, estas palabras de Giovanni Sartori:
<Cuando nuestras mentes se simplifican, mientras el mundo se hace más complejo, aparece el hombre pospensamiento, fortalecido en su sentido del ver, atrapado ante la comunicación perenne, balbuceante ante cualquier alternativa racional>.
Y hoy me desayuno con la noticia de que el Diccionario Oxford, ha incluido un neologismo como palabra del año. Se trata de la “post-truth” o posverdad. Un término algo ambiguo, cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos, influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Rubén Amón escribe que el “Brexit” o la victoria de Trump, serían dos “posverdades”, en la medida en que una y otra noticia, han sobrepasado cualquier expectativa ortodoxa o racional, reflejando por añadidura la miopía de la clase política en sus iniciativas plebiscitarias, o el escaso predicamento de los medios informativos convencionales, en sus esfuerzos de sensatez editorial.
Que duda cabe que es “verdad” que Trump ha ganado las elecciones. Pero es también una “posverdad” o “metaverdad”, porque no se hubiera producido sin las variables de la emoción, de la creencia, o de la superstición.

Se vota tanto más hoy con las vísceras y el instinto, que con la razón o la lógica, de tal forma que, el mencionado diccionario, ha considerado necesario acuñar un nuevo término a medida. El neologismo parece provenir de un editorial en “The Economist” que insinuó el desenlace de las elecciones americanas, a propósito de la emoción. “Donald Trump es el máximo exponente de la política “pos-verdad”, una confianza en afirmaciones que se “sienten verdad”, pero no se apoyan en la realidad”. El uso regular del término, proviene de un libro que el sociólogo norteamericano Ralph Keyes, publicó en 2004: “Post-truth”. Como sigue explicando Amón, se refería a las apelaciones a la emoción, y a las prolongaciones sentimentales de la realidad, si bien fue un colega y compatriota suyo, Eric Alterman, quien revisitó la idea en términos políticos, tomando como ejemplo la manipulación llevada a efecto por la Administración Bush, a raíz del 11-S, confirmando como una sociedad en situación de psicosis, iba a resultar mucho más sensible a la inoculación de “posverdades”.
La “posverdad”, por tanto, puede ser una mentira asumida como verdad, o incluso una mentira asumida como tal, como mentira, pero reforzada como creencia, o como hecho compartido en una sociedad. Pero la diferencia, ahora, consiste en que el Diccionario Oxford, no sitúa la “posverdad” como un arma a disposición de la clase política dominante, sino como un poderosísimo y descontrolado recurso de los súbditos. Trump y el “Brexit” serían expresiones inequívocas, de rebelión ante el sentido común.
Así que ¡al loro!

Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Noviembre del 2016.

lunes, 14 de noviembre de 2016

ARENDT, NO TRUMP. "CUIDAR EL MUNDO"

He dejado pasar algunos días antes de comentar el inesperado triunfo de Trump. Un tiempo necesario para relativizar mi disgusto y mi angustia, y así escribir menos arrastrado por mis emociones. Pues actuar bajo ellas, aunque comprensible, no es lo más útil para combatir el mal. Y eso es lo que pienso, sobre todas esas manifestaciones anti Trump, que se están produciendo ahora en EE.UU. Lo de las manifestaciones está bien. Yo mismo he participado activamente en muchas, muchas, en la dictadura y en democracia. Pero sobre ellas opino lo mismo que explicaba el otro día en mi Blog (http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Un%20largo%20s%C3%A1bado) en relación al valor cívico y el valor heroico. Lo que produce el cambio es el valor cívico, diario, humilde, poco visible, pero constante. El trabajo social y colectivo día a día en asociaciones, sindicatos partidos políticos… etc.
No tengo todos los datos demoscópicos y sociológicos de lo que ha ocurrido. Pero si los suficientes, me parece, para decir algunas cosas, y contradecir muchas tonterías de izquierda chic o gauche divine que se han aullado.
Slavoi Zizec ha sostenido que Hillary era el verdadero peligro, “porque al menos Trump había conseguido romper, los consensos entorno a los que funcionaba la política y, si ganaba, obligaría a los grandes partidos a volver a sus fundamentos, para regenerarse”.Y Susan Sarandon, magnífica representante de esa izquierda elitista, dijo, ya lo sabéis, que ella no votaba con la vagina, y que se negaba a optar por “el menor de los males”.
La posición de Zizec – nos recordaba Máriam Martínez Bascuñán – es la de aquellos que entienden que cuanto más se antagonizan las contradicciones, tanto mejor para destruir un orden de legitimidad que impide fructificar lo auténtico: la utopía que está ahí siempre, al final del camino; esa sociedad perfecta después del caos (el domingo después del viernes, de Steiner) aunque para ello tenga que perecer el mundo. Y la de Sarandon encarna el juicio moral, que obliga a interpretar el mundo en opciones maniqueas: en la vida se elige entre un bien o un mal, que pueden ser identificados con certeza. Con ello desaparecen los dilemas, sustrato de la política, donde imperan los grises y donde, precisamente por eso, habitualmente hay que elegir entre dos males. La alternativa a los dilemas, es el maniqueísmo agustiniano.
Hannah Arendt
Y no, la política consiste, por definición, en evitar el mal mayor, ese espacio en el que cada opción nos enfrenta a una pérdida, y donde hay que intervenir a pesar de la duda. La auténtica política tiene que vivir, con aquello que Hannah Arendt llamó “cuidar el mundo”, atender a lo cercano, antes que a los grandes, con frecuencia abstractos, principios. La ética de la responsabilidad, antes que la de la convicción.
Le Pen, Putin, Trump y otros colegas, prometen Estados fuertes, naciones orgullosas, mano dura contra los inmigrantes, y recuperar la soberanía, frente a cualquier compromiso impuesto desde el exterior. Unos hablan en nombre de la democracia, otros del pueblo o la nación, pero todos apuntan a un mismo modelo: la tiranía de la mayoría, bajo un líder clarividente y un enemigo común, exterior, interior, o ambos a la vez. También celebran la victoria de Trump, curiosamente, los nuevos populistas de izquierdas y las izquierdas trasnochadas de siempre. Para todos ellos, esa victoria confirma el inminente colapso del sistema, víctima, como ya apuntaba, de sus contradicciones estructurales. Están alegres – como apuntaba Torreblanca – porque las vías de reformas pragmáticas del sistema, tienen que fracasar para que su alternativa radical, se revele como la única posible (la controversia histórica entre Bernstein y Kautsky). Vuelve pues el marxismo clásico, ortodoxo, “viejuno”, con su análisis simplista y reduccionista del mundo, ¡et voilà! lo hace en pinza con el peor nacionalismo xenófobo. Como si ignorásemos la historia, y no hubiéramos aprendido nada de los años treinta, y del fracaso de unas democracias asediadas por la izquierda y la derecha.
Estamos ante una amalgama en la que se mezclan izquierdas y derechas, nuevas y viejas, antiestatistas y anticapitalistas. Amalgama que no es capaz de construir nada, pues, en el fondo, sólo les une la pasión por destruir las estructuras fundamentales de lo existente, de todo aquello en que se basa nuestro modo de vida: la democracia representativa, la economía de mercado, la apertura de fronteras, las identidades múltiples, la idea de la sociedad abierta de Karl Popper. Es el viejo nacionalismo, ahora disfrazado de revuelta del pueblo contra las élites, pese a la evidencia, de que todos esos movimientos, están liderados por élites, que muy poco tienen de pueblo. Unas élites fanatizadas, que saben bien como manipular las emociones y manejar los medios, para instalarse en el poder en nombre del pueblo.
Franklin D. Roosvelt
Trump no es un tipo muy sofisticado – ha escrito John Carlin – pero si algo entiende (como lo entendieron Álvaro Uribe el artífice del no colombiano, y Nigel Farage Mr. Brexit) es que el miedo es la más primaria de las emociones, y la más fácil de despertar en el ser humano. Crear miedo a base de mentiras, y después declarar que uno es el dueño de la solución, para acabar con ese miedo, es la fórmula electoral ganadora. Para ello el punto de partida tiene que ser, por definición, la falta de respeto por la inteligencia política del público, al que se quiere conquistar. Lo importante es poseer el feeling popular necesario, para saber identificar quien o que grupo, representa en determinado momento, el lobo feroz más temido.
En el caso de Trump y de Farage, fueron los inmigrantes, aquellos que, según el razonamiento postulado, generan criminalidad y amenazan nuestros empleos, o nuestra forma de vida. Que los hechos no apoyen la tesis, es irrelevante. Si la teoría no coincide con la realidad, que se fastidie la realidad. El argumento funciona, porque apela de manera visceral al rechazo u odio a “los otros”, a lo desconocido. Hitler entendió todo esto muy bien. En su caso identificó al enemigo como los judíos. Hoy en Europa otros ganan adeptos, incitando al miedo a los musulmanes. Y si no estamos atentos y reaccionamos, esto puede que no haya hecho sino empezar.
Franklin D. Roosvelt dijo: “A lo único que debemos tener miedo, es al propio miedo. Los hombres no son presos del destino, sólo son prisioneros de sus propias mentes”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Noviembre del 2016.


martes, 8 de noviembre de 2016

UN LARGO SÁBADO

Como antídoto contra la subida de mi tensión, ante los acontecimientos políticos, peligrosa para mi doliente corazón, me refugio en la lectura de Steiner.
Lo último que he leído de Steiner es: “Un largo sábado”. Me llamaba la atención el título. Y además creía recordar que esa enigmática frase, ya se la había leído en “Presencias reales”. De manera que no pude sino comprarme el librito, una serie de entrevistas con la gran periodista francesa Laura Adler (autora de la gran biografía de Hannah Arendt) para desentrañar el misterio de la frase mencionada.
Contesta Steiner a Adler: “He tomado del Nuevo Testamento, el esquema viernes-sábado-domingo. Es decir: La muerte de Cristo el viernes, con la noche que se cierne sobre la Tierra, el velo del templo rasgado; y luego la incertidumbre, que ha debido de ser – para los creyentes – algo tremendo: la incertidumbre del sábado en el que no sucede nada, en el que nada se mueve; y luego la resurrección del domingo. Es un esquema de una fuerza sugestiva ilimitada. Vivimos la catástrofe, la tortura, la angustia, luego esperamos, y para muchos el sábado no acabará nunca. El mesías no vendrá y el sábado continuará”.
He pensado muy a menudo, sin saberlo, en ¿cómo vivir ese sábado? En como soportan algunos la espera de la “revolución”, a partir de los horrores del viernes, con la “toma del palacio de invierno” el domingo. Para el mesianismo marxista, para el comunista utópico, ese sábado tendrá un final: se instaurará el reino de la justicia en la tierra. Los extremistas de izquierda llevan prediciendo “el asalto de los cielos” desde hace un par de siglos, apostillando: “Debemos ser pacientes”. El judío tiene la creencia de que el mesías acabará llegando. Para el positivista o el científico, el final del sábado podría ser cualquier avance científico, por ejemplo, la cura contra el cáncer. Para otros, el final del sábado será la erradicación del hambre, que haya suficientes alimentos para todos los niños del planeta; lo que, por cierto, ya está a nuestro alcance, desde el punto de vista tecnológico. Pero falta, vaya por dios, la voluntad política.
Y es que ese sábado de lo desconocido, de la espera sin garantías, es, ni más ni menos, el sábado de nuestra historia. Y eso sí lo sé por mis estudios. En ese sábado – añade Steiner – hay una mecánica a la vez de desesperación y de esperanza. La desesperación y la esperanza, son dos caras de la misma moneda de la condición humana.
A todos, me parece, nos cuesta mucho imaginar el domingo. Sólo los que hemos experimentado la alegría del amor auténtico, hemos conocido esos domingos, esos momentos de epifanía. Ha habido momentos de esos, también en la política, como esa noche de Mayo del 68 (la recuerdo como si fuera ayer) en la Plaza de la Bastilla, cuando los estudiantes, muchos de ellos árabes, gritaron ante Cohn-Bendit: “Todos somos judíos alemanes”. Fue uno de esos momentos de epifanía, de domingo, que parecía iba a cambiarlo todo. No fue así evidentemente, no nos movimos del sábado. Pero eso no quiere decir, que no haya válido la pena vivir aquellos momentos.
Si nos mantenemos estáticos, sin dar un palo al agua, pasivos sin intentar algún avance, alguna positiva reforma, esperando el domingo, tal vez a alguno le pase por la cabeza la idea del suicidio. Y es que el suicidio es algo totalmente lógico. Nos demuestra la historia, que ha habido hombres y mujeres que han preferido el suicidio a la corrupción – y no me refiero ahora a la económica – a la traición a sus sueños, a sus creencias, a sus valores, a sus ideales políticos. Es bien sabido que ha habido ¿hay? grandes artistas y grandes pensadores, que han preferido dejar con antelación una vida que consideraban sucia, impura, corrupta.
Los que eligen el suicidio – explica Steiner - son los que dicen: “No habrá ningún domingo. No lo habrá para nosotros, ni para nuestra sociedad”. Aunque, por otra parte, contrariamente, está lo que el gran filósofo marxista Ernst Bloch, ha llamado el “principio esperanza”, la dinámica de la continuidad de la vida. Para un gran número de seres humanos, desgraciadamente, hace falta mucho valor para despertarse cada mañana y enfrentarse a la vida. Es ese valor cívico, diario, aparentemente poco heroico, persistente, del que me hablaba mi padre, frente al valor militar, en la batalla, momentáneo, producto de un arrebato, de una borrachera de pólvora, dolor, nervios y entusiasmo, velozmente perecedero. Como escribió Montaigne en sus "Ensayos": El mérito y la valía de un hombre radican en el ánimo y la voluntad; ahí es donde reside su verdadero honor; la valentía es la firmeza no de sus piernas y sus brazos, sino del ánimo y del alma... El papel propio de la verdadera victoria es la lucha, no la salvación; y el honor de la virtud radica en combatir, no en vencer".  O como diría Julián Barnes, el gran escritor británico: “Es más fácil ser un héroe, lo difícil es ser cobarde. Para ser un héroe sólo tienes que serlo una vez, cobarde debes serlo cada día”. Digamos que se necesita mucho valor para ser cobarde.
Por lo que a mí respecta, como a Steiner, hoy en día, quizá debido a mi edad, hay muchos momentos en los que dudo en encender la tele, o leer la prensa, escrita o digital. Porque con mucha frecuencia las noticias, me resultan totalmente insoportables física, moral y mentalmente. Pero hay que seguir; “somos los invitados de la vida” como diría Heidegger (nos encontramos “geworfen” dijo en alemán, “arrojados en la vida”) y hay que seguir luchando, para intentar que las cosas mejoren un poco. Hacerlo mejor.
Sobre Hegel y este tema escribió Ortega: “Para Hegel lo histórico es, en un sentido muy esencial, lo pasado. Termina en el presente, cuya constitución es ya de carácter definitivo, inmutable, y no puede pasar (el “Largo sábado” de Steiner, añado yo). Prisionero de su propia perfección, hieratizado en ella, se condena el presente a una perdurabilidad que a mí me parecería desesperante. La etapa actual de la historia sería, por fin, la meta lograda, el lugar apetecido, en busca del cual todo el pretérito se afanó, se movió y, por lo mismo, pasó. Si yo estuviera convencido de esta idea hegeliana, y me sintiese adscrito a este eterno presente, se me iría con nostalgia el alma hacia el pasado, que era un camino y un andar, no, como el presente, un haber llegado y reposar. Como Cervantes decía, es preferible el camino a la posada”.
¿Habrá un domingo para el hombre? No lo veo claro. Pero espero que sí. Soy un optimista antropológico, como dice de mí, mi buen amigo Ramón Aguiló.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Julio del 2016.



lunes, 31 de octubre de 2016

¿VOTO EN CONCIENCIA? A CONTRACORRIENTE

Me va a costar mucho escribir lo que sigue, gotas de sangre. Pero jamás he rehuido expresar mi opinión, en los momentos más delicados. Sé que muchos buenos amigos, incluso familiares, no van a estar de acuerdo hoy conmigo. Entiendo que la emoción de muchos, está estos días con los compañeros que han ignorado la disciplina de partido. Ellos van a ser los héroes. Y que muchos de los que votaron abstención, aún siendo partidarios del No, serán ahora los villanos de la película. Pero como yo sufrí un par de veces, cuando era diputado, esa angustia de la escisión entre lo que había decidido el partido y mi convicción política profunda, mis pensamientos y solidaridad están hoy con María González Veracruz, Patxi López, Adriana Lastra y otros, que hicieron de tripas corazón, y acataron la decisión del Comité Federal.
Mucho se ha hablado y discutido en estos días del “voto en o de conciencia”. Y yo no acabo de entender del todo, que es eso de la “conciencia”. Desde pequeño aprendí que había que obrar de la forma más adecuada, para producir la mayor suma de felicidad en los demás. Pero Bertrand Russell nos recordaba en su autobiografía, que su abuela le replicaba que era imposible conocer, que era lo que produciría más gozo y que, en consecuencia, mejor era obedecer la voz de la conciencia. Pero si la conciencia fuera algo así, como mi forma más íntima de pensamiento, deberemos aceptar que dicha “conciencia” depende de la educación recibida, de las experiencias vividas y de nuestras cambiantes circunstancias, por lo cual varía a lo largo del tiempo. Y como afirma también Russell, si admitimos que la conciencia no es sino producto de la evolución y la educación combinadas, entonces es evidentemente absurdo, dejarse conducir por ella, antes que por la razón.
María González Veracruz
Yo procuro en todo momento seguir la razón y no mis emociones o “conciencia”, en parte debidas a mi familia, a la sociedad que me rodea, al nivel económico en que vivo, y a la educación recibida. Y que serán buenas o malas, según la calidad de todas esas circunstancias referidas. Sin embargo es esa “voz interior”, esa “divina conciencia”, la que con frecuencia se desea imponer como guía, a seres dotados de razón. Es pura locura. Es un “mito” en el sentido en que lo entendía Simone de Beauvoir, algo parecido a la noción de Husserl de las teorías acumuladas sobre los fenómenos, que hay que rascar y eliminar, para llegar a las “cosas mismas”. Por mi parte aspiro a dejarme guiar por la razón, en la medida de lo posible. Y no, no es agradable sostener opiniones con frecuencia poco comunes, pues o bien no dices palabra, o bien los otros, se espantan ante mi escepticismo.
Toda experiencia modifica la susodicha “conciencia”. No hay un solo suceso psíquico o físico-material, que no altere el conjunto de nuestra identidad. En el flujo de lo instantáneo – escribía George Steiner – este impacto, como el de las partículas eléctricas que recorren nuestro planeta, es infinitesimal e imperceptible. Pero los seres individuales somos proceso, nos encontramos en perpetuo cambio. La experiencia o el aprendizaje pasados, las expectativas más o menos confesadas, las convenciones socioculturales con respecto a determinada inclinación momentánea (Stimmung), o las circunstancias accidentales, se nos escapan. Pero el “acto-experiencia”, y los efectos que produce sobre nosotros, son inconfundibles.
Así que no, el voto no es nunca de “conciencia”, es siempre político o, como máximo, ideológico. El voto de los diputados del PSC, no hace falta explicarlo, porque ha quedado muy claro, ha sido absolutamente político. Incluso aquellos que votaron en su día, en contra del aborto o del divorcio, lo hicieron no por su conciencia, si no porque se lo exigía su ideología, en este caso religiosa. Y los socialistas que votaron no a la investidura de Rajoy, lo hicieron por su profunda convicción política, superior y contraria pensaban ellos, a las indicaciones de su partido. Lo respeto, pero no lo comparto.
Estar afiliado a un partido político, no es ninguna obligación. Y si ingresamos en uno, ya sabemos que tiene sus normas, sus estatutos, su historia y su cultura, que deberemos respetar. Escribía hace tiempo Javier Marías, que cuando ingresó en la RAE, ya sabía que se exigía corbata para participar en sus reuniones. Así que si un día la misma se le olvidaba, y el ujier no le dejaba entrar, no iba a montar ningún pollo. Sin normas que se respeten (aunque se puedan cambiar) no hay organización ni institución que aguante. La libertad absoluta es una utopía de los anarquistas. El artículo 78 de los estatutos federales del PSOE, establece que los miembros del Grupo Parlamentario (eso debería rezar para todos los diputados, incluidos los independientes, los no afiliados al partido) “están sujetos a la unidad de actuación y disciplina de voto”.
La Ley Electoral actual lleva a que los ciudadanos votamos un partido, no a una persona en particular. Yo fui elegido diputado por el PSOE en varias ocasiones, y en ninguna se me ocurrió pensar, que lo hubiera sido por mi cara bonita. Y aunque la justicia haya establecido, que el escaño es personal, políticamente no es así. Todos los diputados han sido elegidos, porque se presentaron en la lista de un partido. Ahora no discuto de la bondad y excelencia democrática, de nuestra norma electoral. Cuando una mayoría amplia de las Cortes así lo convenga, se puede cambiar. Se puede variar la circunscripción; elegir un sistema diferente al D’Hondt; abrir las listas electorales, para que el elegido lo sea por sus valía personal además de por pertenecer al partido x, y así responder de forma más directa ante los electores y no ante la dirección partidaria; se podría establecer el distrito unipersonal como en Inglaterra; o un sistema mixto como el alemán…
Adriana Lastra
Las normas y las leyes se pueden cambiar o derogar. Pero mientras tanto, las leyes, en democracia, se deben acatar; y las normas en las instituciones y organizaciones democráticas, lo mismo. La alternativa es la jungla, y el sálvese quien pueda. Por eso no me vale lo que argumentan los que votaron no: lo hice por responsabilidad ante los votantes. No, en unas próximas elecciones, los ciudadanos no le van a pedir responsabilidades personales a ninguno de ellos, se las van a pedir, muy consecuentemente, al PSOE. El escaño de ninguno de ellos va a depender, en un próximo futuro, de su voto del pasado sábado, sino de si el PSOE ha sabido recuperar o no su credibilidad, ante los ciudadanos. Y en cualquier caso, me parece, el que estime que su “conciencia” no le permite respetar las decisiones, adoptadas por el partido, siempre puede entregar su acta. En el PSOE entramos, nos mantenemos o salimos, siempre libremente.
Y para que no haya lugar a equivocaciones, repito una vez más: Me parece inaceptable el “golpe palaciego” perpetrado en el PSOE. Deberíamos haber votado No al PP una vez más, e ir a terceras elecciones con todas sus consecuencias. Como militante, exijo ya Primarias y un Congreso Extraordinario. Y por último, y por muy contradictorio que pueda parecer con todo lo que he escrito, no estoy en absoluto de acuerdo, con haber abierto expediente a los que votaron no. Es hora de minimizar costes, no de seguir cavando y profundizando, el hoyo en el que nos hemos metido.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 31 de Octubre del 2016.

martes, 25 de octubre de 2016

EL PSOE Y EL EXISTENCIALISMO

Nunca he sido en verdad existencialista. Y tampoco sartriano, especialmente en política. Y cuando llegué a la universidad, allá a mediados de los sesenta, los existencialistas comenzaban a estar pasados de moda. Y al inicio de los ochenta, habían cedido ya el paso a nuevas generaciones de estructuralistas, posestructuralistas, deconstruccionistas y posmodernistas en general. Nunca entendí ni me interesó su jerga. Ese nuevo tipo de filósofos, parecía tratar la filosofía como un simple juego. Hacían malabarismos con signos, símbolos y sentidos, y extraían palabras raras de los textos de los demás, para que todo el edificio se viniera abajo.
Aunque cada uno de esos movimientos – como nos explica Sarah Bakewell – estaba en desacuerdo con los demás, la mayoría formaban un frente común, a la hora de considerar el existencialismo y la fenomenología, la quinta esencia de lo que ellos “no” eran. El vértigo de la libertad y la angustia de la existencia, eran algo molesto. La biografía estaba pasada de moda, porque la propia vida lo estaba. La experiencia también estaba “démodé”; con un talante bastante despreciativo, el antropólogo estructuralista Claude Lévi-Strauss, había escrito que la filosofía basada en las experiencias personales, era “metafísica de dependienta”. El objetivo de las ciencias humanas era “disolver al hombre” y, al parecer, el objetivo de la filosofía era el mismo.
Esos movimientos de moda en mis tiempos universitarios, que habían echado del camino al existencialismo, envejecieron muy pronto y mal. Las preocupaciones de comienzos de este siglo, ya no son las mismas que las del último tercio del pasado. Quizás, hoy en día, sea aconsejable buscar algo diferente en filosofía. Y a ello nos puede ayudar revisitar a los existencialistas, con su atrevimiento y su energía.
Decía Jean-Paul Sartre: “Eres libre, por tanto, elige… es decir, inventa”. No hay nada seguro en este mundo. Ninguna autoridad puede aliviarte del peso de la libertad. Podemos sopesar consideraciones morales o prácticas, con todo el cuidado que queramos, pero al final debemos arriesgarnos y hacer algo, y sólo depende de uno mismo lo que ese “algo” sea. Podemos pensar que actuamos guiados por unas leyes morales, o que actuamos de manera determinada debido a nuestro carácter psicológico, o a nuestras experiencias pasadas, o a causa de lo que ocurre a nuestro alrededor (a nuestras circunstancias diría Ortega). Todos esos factores pueden representar un papel en nosotros, claro. Pero todo el conjunto de ellos, no hace más que sumarse a la “situación” desde la cual debemos actuar. Aunque la situación nos parezca insoportable, seguimos siendo libres de decidir que hacer, en mente y en acto. A partir del lugar donde estamos, podemos elegir. Y al elegir, elegimos quienes seremos.
Si todo esto nos suena difícil e incómodo, seguramente es porque lo es. En ningún momento afirma Sartre, que la necesidad de seguir tomando decisiones, no nos provoque una ansiedad constante. Peor, él aumenta aún más esa ansiedad, señalando que lo que hacemos “” que importa realmente. Que deberíamos tomar nuestras decisiones, como si estuviéramos eligiendo en nombre de toda la humanidad, aceptando toda la carga de responsabilidad, por el comportamiento de la raza humana toda. Y si evitamos la responsabilidad engañándonos a nosotros mismos, como si fuéramos víctimas de las circunstancia, o del mal consejo de alguien, no estaremos consiguiendo hacernos cargo de las exigencias de la vida humana, y elegiremos una existencia falsa, apartada de nuestra propia “autenticidad”.
Karl Jaspers por su parte, se concentró en lo que llamaba “Grenzsituationem”, situaciones límite. Experimentar tales situaciones era para él, casi sinónimo de existir, en el sentido kierkegardiano. Aunque son difíciles de soportar, son los rompecabezas de nuestra existencia, y abren la puerta a filosofar. No podemos resolverlos pensando en abstracto; deben ser vividos, y al final hacemos nuestras elecciones, con todo nuestro ser. Son situaciones “existenciales”.
El existencialismo de Sartre, implica que es posible ser auténtico y libre, mientras sigamos haciendo el esfuerzo. Sí, escribe Sarah Bakewell, es emocionante y terrorífico a la vez, y por los mismos motivos. Y como resumió Sartre en una entrevista:
“No hay camino marcado que conduzca al hombre a su salvación; éste debe inventar constantemente su propio camino. Pero para inventarlo es libre, responsable, no tiene excusas, y en él reside toda esperanza”.
Para Sartre, si intentamos encerrarnos dentro de nuestra propia mente, “en una bonita y acogedora habitación, con los postigos cerrados”, dejamos de existir. No hay hogar acogedor: la verdadera definición de lo que somos, es estar fuera, en un camino polvoriento.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 25 de Octubre del 2016.

lunes, 17 de octubre de 2016

CARTA AL PRESIDENTE DE LA GESTORA

Apreciado compañero Javier:
No te puedes hacer ni idea del dolor que me has causado. Hasta hace muy poco eras uno de mis referentes en el PSOE, como lo fueron en su día Felipe, Alfonso y Ramón Rubial. De Susana, Page, Vara, Lambán y compañía, no esperaba mucho ¡Pero tú también Bruto, hijo mío, cómplice en este golpe de mano! Mi estado de ánimo no te importará, lo sé. Ni siquiera te vas a enterar. Pero si te debería afectar, aunque fuera sólo un pelín, haber desilusionado a tantos militantes.
Por supuesto que es lícito discrepar y oponerse, al proyecto que impulsaba el ya ex Secretario General (elegido por la mayoría de los militantes, por si se os ha olvidado). Pero hay formas y formas de disentir, algunas de las cuales, “los golpes palaciegos”, poco acordes con nuestra cultura y tradición. ¿Por qué ninguno de vosotros dio un paso al frente, presentando un proyecto “mejor”, sí es que lo tenéis; y que no sea el de permitir el gobierno de la derecha, mientras sesteáis en vuestras Presidencias regionales? ¿Y por qué no presentasteis una moción de censura en el Comité Federal?
Menudo papelón el que habéis hecho. Y por cierto, y aunque nadie lo mencione, vaya concepto el que tenía de la Presidencia del partido, la compañera Micaela Navarro, adjuntándose a la conspiración. Si nuestro añorado Presidente Ramón Rubial hubiera vivido, él, que tan dignamente supo representar siempre a TODO el partido, se habría muerto de vergüenza.
Pero vayamos al grano. Estoy en absoluta disconformidad, con muchas de las cosas que has dicho estos días en El País, en la tele y en otros medios. Has afirmado que se “requería un aterrizaje forzoso en el principio de realidad, que no sintoniza con el sentimiento de los militantes más fervorosos”. ¿Qué realidad? Me tengo por un militante “fervoroso”, y no por ello por un populista que ignora la cruda realidad, a la hora de proponer alternativas políticas. No, no me he “podemizado” ni un poquito. Pero me temo que mi “realidad”, no es tu “realidad”. Con acento machadiano: tú realidad no, la realidad, y ven con la mayoría de los militantes a descubrirla.
“La política no es poesía, es prosa. No es sentimiento, es razón”, añades. Veamos. Me pienso como un racionalista sosegado, bastante kantiano. Las emociones y las ilusiones desatadas me ponen en guardia. Y mi escepticismo pirrónico, me lleva siempre a relativizar. Y por ello me parece una sinrazón, situar la razón por encima de cualquier otra facultad humana, o reducir el sentimiento, la solidaridad y las emociones, a una mera ilusión. El ejercicio de la razón representó un papel decisivo en el proceso ilustrado, efectivamente, pero reducir un proyecto político/intelectual altamente complejo, lleno de matices, a lo que luego se dio en llamar “el imperio de la razón”, es un simplismo absurdo. La razón, desprovista de una reflexión profunda sobre los fundamentos y las consecuencias de sus actos, llevó a Auschwitz y al gulag. Deberías leer a Habermas, y empaparte de su noción de “racionalidad comunicativa”.
Y para rematarlo todo, afirmas que “en política no basta tener razón, hace falta que te la den”. Muy cierto ¿quién os la ha dado a vosotros, porque los militantes parece que no? Nunca aceptasteis que el Comité Federal, dictaminara claramente que los socialistas, vía sus diputados, no posibilitarían la investidura de Rajoy mediante su abstención. Pedro Sánchez sí fue fiel a ese mandato, y lo persiguió con una tenacidad increíble. Y si fracasó en su intento, fue por la inmadurez política de Podemos.
Y sigues diciendo (ver El País 9.10.2016): “La tendencia a la democracia directa, no está en la cultura del PSOE, que no es una organización partidaria de los plebiscitos, y tiene una cultura representativa… La cultura populista es la cultura de la simplificación, y esa no puede ser nunca la del PSOE”. Totalmente de acuerdo. Me vengo manifestando reiteradamente contra referéndums y plebiscitos, y defendiendo la democracia representativa, una y otra vez sin descanso. Contra el manejo interesado de los aparatos, soy partidario de las primarias para elegir nuestros candidatos internos y públicos (al inicio tuve mis dudas) desde las de Almunia/Borrell. Pero me mantengo fiel a que los programas y proyectos los elaboren los Congresos. Y que las decisiones más relevantes entre ellos, las debata el Comité Federal. Hasta tal punto que, a pesar de vuestra lamentable, torticera y antidemocrática actuación, si aún fuera diputado, y para el próximo debate de investidura, acataría la decisión que tome aquel en unos días, sea la que sea. Y si mi conciencia no me permitiera acatarla, dimitiría de mi escaño. No me parece bien que cada diputado vaya por libre, según el nivel de su indignación. Ni nunca he creído que se pueda arreglar un desastre con otro. Pero te olvidas de un detalle sin importancia ¿qué plebiscito decidió el No es No a Rajoy? Fue el Comité Federal, uno de los pilares de nuestra democracia representativa de la que hablas. No fue ningún referéndum, sino vuestra torticera interpretación de la democracia representativa, la dimisión de la mitad de la CEF (contando a los muertos, que ya se necesita valor), un puñado de militantes contra la voluntad y votación de la mayoría de los afiliados, que habían elegido al Secretario General, la que nos llevó a este cataclismo. Soy un socialista veterano y, tanto como el que más, impregnado de nuestra tradición de democracia interna y cultura representativa. Así que cuando quieras, hablamos de eso, de lo que significa en el PSOE la “cultura representativa”.
En 1982 peleamos bajo un eslogan simple “Por el cambio”, que millones de españoles entendieron y apoyaron. Una situación parecida se estaba dando hoy con el “No es No”, que es una redundancia y obviedad, sí, pero que todos los militantes y los españoles, habían entendido perfectamente lo que significaba, incluso aquellos a los que no gustaba. Un eslogan genial, que ha calado y ha sido interiorizado por la mayor parte del partido. Tres palabras muy cortas que situaban a la organización, en una clara posición de cambio a la izquierda, y que podía ser entendida y adoptada igualmente, por los votantes de centro izquierda, como demostraban algunas encuestas realizadas, poco antes de la dimisión inducida de la CEF. Un “No es No” que según algunos es la nada, pero que me parece que nos hubiera podido llevar muy lejos.
Apreciado compañero Javier, aún no he escuchado de ninguno de vosotros, un argumento convincente por el cual deberíamos abstenernos, para que gobierne el PP. Como no sea el del terror a unas terceras elecciones (que es lo único que un partido no debería temer jamás: unas elecciones). La abstención rezuma debilidad, falta de convicciones, inconsistencia moral. Un PSOE de rodillas, pidiendo perdón por su giro de rumbo hacia la izquierda. No es un argumento, no es un relato, es una abdicación. Y que nadie me argumente, como por ahí he leído, que reafirmarnos en el “No es No”, es claudicar de la ética de la responsabilidad, ante la ética de la convicción. Es lo contrario, es ser fieles a la primera, pues estimamos que, acertados o no, un PSOE conchabado con la corrupta derecha, tendría unas consecuencias nefastas, a medio y largo plazo, para nuestra ciudadanía, especialmente para la parte más desamparada de la misma. Y aunque ya está siendo cansino, los argumentos potentes para el NO a Rajoy son muchos. Algunos los repetía el otro día, nuestro compañero Alfonso Rodríguez Badal, alcalde de Calvià: sus políticas son las que hemos combatido encarnecidamente durante los últimos cuatro años; la tremenda corrupción estructural de este PP; y la coherencia y credibilidad con el compromiso con nuestros votantes, de ser alternativa a la derecha, no sus compinches. Es cierto que después del “golpe de mano” interno, ahora cualquier decisión no es buena. Pero muchos preferimos reconstruir desde la credibilidad y firmeza de los compromisos, que desde el miedo a un resultado electoral malo.
Sí creo que el PSOE debe redactar concienzudamente un programa actualizado, un nuevo relato. Dar luz a todo lo que los ciudadanos han entendido, implica el eslogan del “No es No”. Y porque un relato no sólo sirve para dar explicaciones, o para hacer pedagogía. Un relato sirve para cambiar los términos de la discusión. Como nos recordaba el otro día Víctor Lapuente: el pensador William Riker lo llamó “herestética”, o habilidad de presentar un dilema político, desde un prisma nuevo. Trabajar para seguir siendo alternativa a la derecha, nos exige dotar de nuevos contenidos a nuestro proyecto político, desmarcándonos sin complejos del PP, y tratando de imponer un nuevo lenguaje. Porque la confianza – escribía Josep Ramoneda – la transmite el que marca el sentido de las palabras, no el que va a remolque, intentando simplemente corregir algún error de ortografía. He escrito hace ya tiempo, que debemos enfrentar con firmeza, algunas de las grandes lagunas que tenemos en nuestro apoyo electoral: la de los jóvenes; la de las grandes urbes; y la del enfoque del problema territorial, en base al diálogo sincero y permanente, sin miedo, sin tabús, pero sin subordinación ni vasallaje, con los partidos llamados nacionalistas y/o soberanitas. El futuro de la izquierda lo ganará, creo, quien conecte con aquellos que buscan pero no encuentran.
Y no compañero Javier, salvar al PSOE, no es salvar a Susana Díaz. Así que No a Rajoy, Terceras elecciones, Primarias y Congreso Extraordinario. ¡YA!. No olvides que los militantes, como escuché decir el otro día a Michelle Obama: “Tenemos conocimiento. Tenemos una elección. Tenemos un voto”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Octubre del 2016