Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 5 de marzo de 2018

CARR. RENOVACIÓN DE LA HISTORIOGRAFÍA

Cuando Raymond Carr, el gran hispanista inglés, comenzó a interesarse por América Latina (después de muchos años de dedicación a su gran obra “España 1808-1939”) también lo hizo por la renovación de la historiografía.
Una de sus contribuciones más importantes, a estas nuevas preocupaciones, quizá fue un artículo el 7 de Abril de 1966, en un número especial del “Times Literary Supplement”: “New ways in history”. Este número especial, dedicado a la situación de la historia en Gran Bretaña, recogía colaboraciones de historiadores como Edward Palmer Thompson, Eric Hobsbawm o Keith Thomas entre otros, y se prolongó en los siguientes números, con las aportaciones al debate de otros historiadores como Lawrence Stone, Trevor-Roper o incluso Isaiah Berlin. El debate afectaba fundamentalmente, a la renovación en la historiografía británica, que se estaba produciendo, gracias a la utilización de nuevas herramientas (sociología, demografía o psicología social), y a los nuevos acercamientos y objetivos (la historia desde abajo y el crecimiento de su público). Pero también a su ruptura, con el tradicional localismo británico, que se constataba con el crecimiento de nuevos enfoques (arte, tecnología) o áreas de estudio como África, Asia o América Latina. Y ahí era donde entraba Carr, para defender la necesidad de esta ampliación… pero también para alertar, de los peligros de su excesiva “sociologización”.
Raymond Carr
Carr se preguntaba cual iba a ser “la naturaleza del producto” historiográfico. Una cosa clara – decía – era que la situación latinoamericana forzaba a la “contemporaneidad” en el sentido croceano (por Benedetto Croce) y requería un tipo de historia y de análisis histórico, que se alejara de la estrecha narrativa tradicional. Esto – añadía – era lo que demandaban los propios historiadores latinoamericanos de la nueva generación, que volvían sus ojos a Europa y Estados Unidos, en busca de metodología (aunque no de modelos). Pero sin una base importante de historia social – concluía – resultaba difícil elaborar históricamente, la sociología del cambio. El repensar la historia de América Latina, era una labor conjunta, demandada por historiadores y científicos sociales. Pero Raymond criticaba, esa “avalancha de sociólogos norteamericanos y científicos políticos”, que habían aterrizado sobre el subcontinente, cargados con sus “brillantes herramientas nuevas”, que no se ajustaban a las peculiares estructuras del área, y que no sólo resultaban “abrumadoras” para los latinoamericanos, sino que poco podían hacer con sus métodos, tipologías y estadísticas, sin una base histórica importante:
“Nadie que mirara las estadísticas, hubiera podido predecir, la naturaleza de la revolución cubana. Alguien que hubiera mirado, la formación histórica de Cuba y de la sociedad cubana, podría haber visto las grietas en el edificio o, más bien, que el edificio no existía en absoluto”.
Carr consideraba que era fundamental, la conexión entre la historia y las ciencias sociales, para obtener un resultado positivo:
“Sin una compresión histórica, los economistas no serán capaces de ver claramente, los recursos que hay que movilizar y – añadía – como hacerlo. Si los científicos sociales, rechazan la historia narrativa de los académicos, la aplicación de técnicas avanzadas en las ciencias sociales, derivadas de las sociedades desarrolladas, pueden producir resultados estériles y llenos de irrealidad. Sólo la historia es capaz de elucidar la semántica de la política, en un continente que, aunque se ajusta a las condiciones estadísticas del subdesarrollo, tiene una larga tradición histórica”.
Así lo demostraba, pensaba Raymond, el doloroso, cuando no ridículo, esfuerzo por aplicar a América Latina, el esquema funcionalista sobre estatus, roles y equilibrios sociales de Talcott Parsons, uno de los sociólogos conservadores americanos, más importante de la Guerra Fría.

Raymond Carr
¿Y como se debía proceder entonces? El proceso historiográfico en Europa, reflexionaba Carr, había ido de lo general a lo particular, y de vuelta a reconstruir lo general. ¿Y que se estaba haciendo en América Latina? Según destacaba Raymond, se habían intentado fundamentalmente dos vías. La primera era la búsqueda de temas limitados, con el consiguiente riesgo de dejarse dominar por las fuentes. Y la otra vía, era la de la búsqueda de un típico problema en un área limitada, por ejemplo los estudios de dos ciudades, comparando una tradicional con otra en proceso de rápido desarrollo, para destacar las tensiones, contrastes en las áreas de cambio, etc. Ambas opciones parecían necesarias e inevitables, pero muy fragmentarias: “¿No estamos atrapados en el círculo vicioso de la pobreza? – se preguntaba Carr -. No podemos escribir historias generales, porque las monografías no están escritas. Y no podemos poner las monografías “in situ”, porque las historias generales no están escritas. ¿No deberíamos intentar, por mucho que sea imperfecto, abordar el retrato completo?”. Esa era su propuesta fundamental. Buenas historias nacionales y buenas historias comparadas, en el sentido casi victoriano: “Dar un paso atrás, para poder dar un salto hacia delante”. Sólo así podrían estudiarse, los obstáculos del cambio. Acababa de publicar su libro sobre España (citado al inicio de este artículo). Y sabía bien lo que era trabajar en un erial historiográfico, arrasado por el franquismo. Su defensa del papel de la historia, abierta a las influencias de las ciencias sociales, la economía o la estadística, pero ambiciosa y de calidad en su perspectiva generalista tenía, pues, pleno sentido. Así que en la polémica historiográfica, entre la vieja historia y la nueva, Raymond se ubicaba, hábilmente, en un terreno intermedio. En realidad siempre desconfió de los sociologismos, y del concepto mismo de historia científica. Pero aún más, de su utilización como arma de construcción social y política.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 16 de Agosto del 2017.





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