Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 27 de noviembre de 2017

BIOGRAFÍA DE ICETA. YA LEÍDA.

Desde muy jovencito, soy un voraz consumidor de biografías y autobiografías. De manera que, modestamente, me considero un “connaisseur” de este género, parte de los libros sobre historia (dejando para otro día el debate sobre la influencia, mayor o menor, de los personajes en el desarrollo de la historia, frente a las clases sociales, las estructuras económico-sociales, los pueblos… etc.).
Así de corrido y de memoria, recuerdo un buen puñado de las que más me gustaron:
Biografías. “Churchill” de Roy Jenkins. “Hannah Arendt” de Laura Adler. “Bismark” de Emil Ludwig. “Gerald Brenan. El Castillo interior” de Jonathan Gathorne-Ardy. “Isak Dinesen” de Judith Thurman. “Albert Camus” de Herbert R. Lottman. “Bruce Chatwin” de Nicolas Shakespeare. “Mendes France” de Jean Lacouture…
Autobiografías. “Tan lejos, tan cerca” Adolfo Marsillach. “Memorias” J.K. Galbraith…
Como puede comprobarse en este no largo listado, se confirma lo que he dicho alguna que otra vez: el mejor género biográfico, pertenece a los británicos.
Esta biografía de Iceta no figura, a mi entender, entre las mejores. Además está escrita mediante el método del “flash-back”, tan de moda en el cine, la televisión y, también, en la literatura. Pero me parece que la analepsis en la biografía, no es el sistema más apropiado, prefiero la típica narración cronológica. Por ejemplo en esta de Iceta, incluso para alguien que ha vivido los hechos de cerca como yo, con frecuencia cuesta entender en que momento nos encontramos. Y a quien no conozca bien la historia del PSOE y del PSC, en los últimos cuarenta años, le costará, a veces, entender el porqué de ciertos posicionamientos de los actores. Pero bueno, me ha encantado leerla por varios motivos extra literarios.
En primer lugar me ha proporcionado momentos de intensa “saudade”. Dice Iceta que las primarias Almunia/Borrell de 1998, fueron su primer bautismo de fuego. Y para mí fue la última batalla política, librada desde la primera línea de fuego. Unos llegaban, otros se retiraban. A muchos veteranos, las primarias de este año de Susana/Pedro, nos han retrotraído, casi en vivo y en directo, a aquellas primeras de 1998. Igual que hace unos meses, en aquel entonces muchos militantes también entendimos, que la candidatura de Almunia (buen amigo mío) no era el revulsivo que el partido necesitaba. Así que nos lanzamos con ilusión, a pelear una batalla de solos contra todos. Contra el aparato, contra los medios (todavía exclusivamente de papel), contra los poderes económico-financieros… Desde Ferraz nos cedieron un pequeño local, propiedad del partido, en la calle Zorrilla, al que los catalanes comenzaron a llamar “la guineueta” (diminutivo de zorra).
Borrell se rodeo de un grupo de militantes variopinto, liderados por Luis Yáñez (un veterano que ya figuraba en la famosa “foto de la tortilla” en Puebla del Río, pero siempre un “verso suelto” en el partido). Miquel Iceta se encargó, entre otras múltiples actividades, de crear algo tan novedoso, al menos para mí en aquel tiempo, como la página web del candidato y el correo electrónico. En aquel local tuve muchas horas de charla y debate con Luis y Miquel. Pero también con Cristina Narbona, Manu Escudero y Elena Valenciano (que fue quien me ficho, para dirigir la campaña en Baleares). Comenzamos a poner en marcha todo aquello, y se fue generando un entusiasmo extraordinario. Hubo una especie de sentimiento colectivo de ilusión, de que el partido volvía a ponerse en marcha, de que el PSOE demostraba con hechos, ser el partido más democrático de España.
En esta biografía de Iceta, he conocido en mayor profundidad, cosas que sólo sabía superficialmente: los líos internos del PSC, las luchas interminables, entre los líderes históricos catalanistas procedentes de la burguesía, y los llamados Capitanes, dirigentes de las federaciones metropolitanas y alcaldes de grandes pueblos, de cultura obrera. Y también de las enrevesadas negociaciones, que llevaron a la redacción del nuevo “Estatut de Catalunya”, el que, después de ser votado por la ciudadanía, viose mutilado de gran parte de sus artículos por el Tribunal Constitucional.
Igualmente he descubierto, y otras confirmado, muchas experiencias personales y visiones políticas, coincidentes con las de Miquel. Por ejemplo su experiencia universitaria, de la que cuenta que en la facultad, toda la gente que se movía estaba a su izquierda, que los del PSUC (los comunistas de siempre) eran de hecho los moderados, todos los demás eran de grupos y partidos trotskistas y maoístas. Yo ya he escrito con frecuencia, como en la Facultad de Económicas de la Complutense, todo el mundo me consideraba un burgués reaccionario y un cerdo socialdemócrata.
Iceta explica porqué, después de las segundas elecciones con Pedro Sánchez – igual que yo – era más partidario de unas terceras elecciones, antes de permitir la investidura de Rajoy mediante nuestra abstención.
En otro momento, Miquel expresa su aversión por el adanismo, por esa ilusión de crear cada día el mundo de nuevo. “Cuando tienes un Estatut, lo que tienes que mirar es si algo ha funcionado mal, revisarlo; si algo no estaba previsto, incorporarlo. Pero ¿hacerlo de nuevo? Empezar todo de cero, sin tener en cuenta lo que se ha hecho antes, es algo a lo que le he cogido una aversión extrema”. Y recuerda unas palabras de Felipe González: “Algo tan serio como Cataluña no se inventa. Cataluña ya está inventada. Y cuando se quiere construir algo sólido, debe hacerse respetando los cimientos”.
También afirma en otra página Iceta: “A mi me incomoda mucho, cuando las cosas se presentan diciendo o blanco o negro, o bien o mal”.
Y sí, todos los militantes del PSOE y PSC deberían leerse esta biografía. Está llena de lucidez y sensatez políticas.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 26 de Noviembre del 2017.


martes, 21 de noviembre de 2017

OPINIONES A CONTRACORRIENTE, IMPOPULARES

Leí hace ya un tiempo un artículo de John Carlin en El País, en el que explicaba porqué el veía el mundo actual con optimismo. Un magnífico artículo, de esos que a uno le deprimen, al comprobar lo lejos que está de poder escribir algo así. Y he debatido con frecuencia con mis amigos, sobre el pesimismo y el optimismo. Algo que tiene que ver con nuestro carácter, con nuestros genes y con las experiencias vividas. Puede que yo sea un optimista antropológico, como me califican algunos, pero también pienso si no será, que yo enfoco la realidad desde un punto de vista más positivo. Y desde Ortega ya sabemos que una misma realidad, puede ser observada desde perspectivas diferentes. Seguirá siendo la misma, pero cada uno la veremos distinta.
Los filósofos, incluso los simples “amateurs” como yo, tienen, tenemos, una cierta obligación de pensar en dirección contraria a la mayoría. Es la única forma de someter a prueba, las ideas comúnmente aceptadas. Un “espíritu libre” era para Nietzsche, una persona que piensa de manera diferente, a lo que uno podría esperar atendiendo a sus orígenes y su cultura.
Ojo, soy muy consciente de lo de Trump, del Brexit, de los neo fascismos que campan por toda Europa, de los populismos de toda laya que han emergido por doquier, de la moda de las posverdades o “hechos alternativos”, de la indignación explicable de millones de ciudadanos, ante las recetas injustas para combatir la enorme crisis que nos ahoga, de la ola de inmigrantes que buscan refugio, de los terribles atentados terroristas… y sin embargo…
Comencemos observando la realidad de la política o, mejor, de los políticos. ¿Somos los españoles vanidosos, respecto a nuestros políticos? Pues sí, me parece que sí. Y somos vanidosos, porque presumimos que todos nosotros, somos mucho mejores que ellos. Aunque somos nosotros, y no los ángeles del cielo, quienes venimos eligiéndolos libremente, desde hace casi cuarenta años ya. Nuestros políticos no han sido arrojados, “geworfen”, a la vida, como hubiera dicho Heidegger. Ni han caído de Marte. Y como escribe Bertrand Russell, en su espléndida “Autobiografía”: “La democracia tiene al menos un mérito, un representante del pueblo no puede ser más idiota que sus electores, pues, por idiota que sea, los otros lo habrán sido mucho más al elegirlo”.
Leí unas declaraciones en Le Monde, del conocido filósofo francés Michel Serres, con motivo de la publicación de su nuevo ensayo “Darwin, Bonaparte y el Samaritano”. En las que, con respecto a Europa, decía que “vive la época de paz y prosperidad más larga, desde la guerra de Troya”. Y que la gente vive más y mejor, y que la concordia va sustituyendo a la discordia, que ha caracterizado el pasado entero de la humanidad. “El tsunami de los refugiados es bien significativo”, añade Serres, “¿a dónde quieren ir estos nuevos parias de la tierra? A nuestra casa, a Europa, porque vivimos en paz y prosperidad”. Y la edad de Serres, 86 años, es significativa. Algo tiene que ver la memoria con la tonalidad pesimista u optimista, con que vemos el mundo. “A la vista de lo que he vivido en el primer tercio de mi vida”, mantiene el filósofo, “ahora vivimos en tiempos de paz, y osaría decir que incluso Europa occidental, vive una época paradisíaca”. Lo de Siria, lo de Alepo, lo de Irak es un espanto, sí. Lo de los inmigrantes que desean entrar en Europa, también. Pero si logramos apartar la vista, aunque sea por un momento, de las espantosas imágenes de los medios, y abrimos los ojos al panorama global, y lo miramos históricamente, tendremos que reconocer que vivimos en un era de paz sin precedentes, y que desde 1946, el número de victimas en guerras, ha disminuido en proporciones gigantescas. “Las cifras facilitadas por la Organización Mundial de la Salud, informan de que la causa menos frecuente de muerte en la actualidad, es guerras, violencia y terrorismo. Muere infinitamente más gente a causa del tabaco (¡y yo con mis pipas!) y por accidentes de coche”. Así que hay una gran contradicción, entre el estado real de las cosas y la forma en que las estamos percibiendo, porque vivimos como si estuviésemos inmersos en un estado de violencia perpetua, pero eso no es real en absoluto.
Y la opinión de Serres no es única. Lluis Bassets, en El País, nos contaba como Steven Pinker ha demostrado, en su ensayo “Los ángeles que llevamos dentro”, la radical disminución de la violencia y de la guerra en el mundo. El optimismo parece ser ahora cosa de los viejos que sabemos de donde venimos, y el pesimismo de los jóvenes, disconformes con el mundo de hoy. Decía en El País Semanal, la ya muy mayor filósofa Agnes Heller (Budapest, 1929) discípula del filósofo marxista Georg Lukács: “Si comparo la Europa de hoy con la de mi juventud, la de la II Guerra Mundial, el Holocausto y el comunismo, claro que estoy feliz con el mundo en que vivimos. Y Pinker, por su parte, añadía: “No estamos en un mundo en guerra como mucha gente cree, sino que vivimos en un mundo, donde cinco de cada seis habitantes, habitan en regiones amplia o enteramente, libres de conflictos bélicos”.
Y aun hay más. El economista e historiador Johan Norberg, ha ampliado el ángulo de esta visión optimista sobre la historia de la humanidad, en su ensayo “Progreso. Los motivos para tener esperanza en el futuro”: “A pesar de lo que escuchamos en las noticias, y en boca de muchas autoridades, la gran historia de nuestra era, es que estamos presenciando la mayor mejora en los estándares de vida globales, que han tenido lugar jamás”.
Nietzsche
Entonces ¿si todo va bastante bien, por qué muchos creen que todo va rematadamente mal? Lluis Bassets adelanta algunas posibles explicaciones:
Primera: la memoria. Las nuevas generaciones, que están incorporándose a la vida política, no tienen la experiencia de dos guerras mundiales, ni de una guerra civil, ni de dictadura alguna. Para ellos la paz y la prosperidad son datos objetivos e inmutables de su realidad, aunque ésta, naturalmente, presente aún muchos y notables defectos.
Segunda: el periodismo y el rumbo digital e instantáneo que ha tomado. A los periodistas les interesan exclusivamente las malas noticias, como las guerras, los crímenes, los desastres naturales, el hambre…
Tercera: el pesimismo en la biología. Según Norberg: Estamos seguramente construidos, para estar preocupados. El miedo y la ansiedad, son armas para la supervivencia.
Cuarta: la política. Parece evidente, que no sabemos gobernar bien este nuevo mundo. Seguro que el mundo es mejor hoy, como son mejores nuestras vidas. Pero si no sabemos gobernarlo, podemos convertirlo en peor, retrocediendo a épocas pasadas.
En su libro, publicado aquí en España hace unos meses, “El viaje de Nietzsche a Sorrento”, Paolo d’Iorio nos recuerda una cita de Spinoza, que el filósofo alemán había apuntado en sus cuadernos de viaje: “El hombre libre no medita sobre la muerte, sino sobre la vida”. Nietzsche, en Sorrento, se convierte en abogado de la vida, en una época en la que estaba muy de moda ser pesimista. Sus contemporáneos estaban convencidos, de que el mundo se dirigía hacia la nada. Y él decide reafirmar la vida, y se opone a las teorías que la condenan, incluido el cristianismo. Superando entonces, la vertiente más dura y negra del nihilismo, la de su maestro Schopenhauer. Este Nietzsche, nos puede servir para reafirmar un pensamiento laico, escéptico, paródico y antirreligioso, y para entender hasta que punto, las sombras de dios siguen estando presentes en nuestra cultura, pese a que algunas veces ya no las veamos.
¿Todo puede cambiar en un próximo futuro? Pues sí. Pero no estaría mal recordar que, al menos aún hoy, la humanidad tiene más motivos para darse un pequeño aplauso, que para hundirse en la desesperación.
Escribía no hace tanto Javier Gomá (director de la Fundación Juan March): “Esta es la mejor época de la historia que se ha podido vivir ¿En que otra época te habría gustado vivir si hubieras sido extranjero, enfermo, disidente, preso, emigrante…?” Y, sin embargo, cunde la melancolía y el malestar, algo que según Gomá tiene tres explicaciones: “Porque el éxito de las democracias es compatible con el sentimiento individual de infelicidad; porque hay miedos que vienen de la opulencia y no de la escasez; y porque tras el marxismo la cultura es siempre perversa, hay desconfianza hacia ella”.
A mi entender (ya lo he dicho, soy un optimista) en el fondo de todo fatalismo, de todo pesimismo, aunque nos parezca increíble, hay siempre ciertas dosis de optimismo. Como no hay jamás sombra, sin luz. Y en los momentos de máxima angustia, rememorar el pasado puede ser un acto salvador. Deberíamos releer a Stefan Zweig “El mundo de ayer. Memorias de un europeo” que, reescrito ahora con conocimiento de causa, podría titularse: “La reacción”.
La desesperación y la esperanza, son dos caras de la misma moneda de la condición humana”, escribe George Steiner. Yo elijo la segunda. Pues siempre he tenido a bien, renegar del catastrofismo: nada sin causa y nada sin solución. Meciéndose en la voluptuosidad de la rabia y la desesperación, nada se arregla. Hay motivos para la esperanza. Así, al menos, lo veo yo.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 31 de Enero del 2017.



lunes, 13 de noviembre de 2017

EL TRAJE NUEVO DEL PRESIDENTE MAO

Hace 50 años – escribía no hace mucho David Trueba – los jóvenes e intelectuales que lograban evadirse de países bajo la disciplina soviética, algunos incluso recién invadidos por los tanques del Pacto de Varsovia, se quedaban perplejos ante la dramática confusión en parte de la izquierda europea. Recuerdo que yo tuve ocasión – cuando aún era universitario - de hablar con dos checos que se habían refugiado en París, con motivo de una recepción en la embajada francesa. Al llegar a los paraísos soñados de occidente, París por ejemplo en este caso, estos expatriados se topaban con que los jóvenes universitarios de su edad en los países libres, se mostraban fascinados por las mismas dictaduras de las que ellos huían. Estos jóvenes universitarios europeos, españoles incluidos, una vez admitidos con pesar, los crímenes y las persecuciones del estalinismo, dieron una gran zancada hacia delante, y consagraron a Mao como el timonel de sus revueltas caseras.
Recuerdo que un día, estando estudiando en la biblioteca de la Facultad de Económicas, un PNN (así se denominaba entonces a los profesores noveles) a quien conocía un poco, me dijo que la biblioteca debía ser arrasada, y me lo dijo con cierta pedantería en francés: “Du passé faisons table rase”. Su lógica era que en realidad el pasado, es un impedimento para la innovación sin límites. Como sabemos, mi conocido maoísta y sus amigos, nunca quemaron la biblioteca. A diferencia de sus homólogos alemanes e italianos, los extremistas estudiantiles españoles, no pasaron nunca de la teoría revolucionaria a la práctica violenta. Podríamos especular porqué fue así. Seguramente porque los aparatos represivos de la dictadura, tenían más manga ancha que los de las democracias europeas. Pero siempre he pensado que la mayoría de los estudiantes enragés, de procedencia burguesa, tenían en el fondo muy presente, todo el futuro que podían perder, si ponían el mundo boca abajo. Además, y aún siendo también un joven rebelde “ma non troppo”, nada me parecía ser suficientemente serio. Incluso entonces me resultaba difícil creer, aquello que decían los estudiantes franceses en Mayo del 68, que debajo de los adoquines estuviera la playa (“sous les pavés, la plage”) quizá porque en Madrid ya no había adoquines. Ni mucho menos que una comunidad de estudiantes, obsesionados con sus planes de viaje para el verano, pudieran llevar a efecto una auténtica revolución. Al final, como nos cuenta la historia, fue en Praga y en Varsovia, en aquellos meses del verano del 68, donde el marxismo terminó consigo mismo. Fueron los estudiantes rebeldes de la Europa central quienes acabaron por minar, desacreditar y derrocar, no sólo un par de deteriorados regímenes comunistas, sino también la idea misma del comunismo.
Simon Leys
Estos días Ediciones El Salmón, ha publicado el libro de Simón Leys “El traje nuevo del presidente Mao”. De haberlo leído en su día – escribe Muñoz Molina – me habría ayudado a corregir algunas de las mentiras y tonterías, que di por verdades en mi juventud, y a ver cosas que hubiera debido ver hace tiempo. También a mi me hubiera sido útil leerlo en mis días universitarios, al menos para acumular argumentos a favor de mi antimaoismo, tan impopular entonces. Hoy en día pude parecer inverosímil, el prestigio casi universal que disfrutaba en la izquierda, la figura de Mao Zedong.
Pero en los años sesenta y setenta en la universidad Complutense en Madrid, los poemas de Mao y el Libro Rojo circulaban en ediciones legales, y había quien los citaba con reverencia, arrodillados ante ellos como otros ante las Sagradas Escrituras. Hasta se leía – nos ha recordado Muñoz Molina – un libro de pura propaganda, firmado nada menos que por Baltasar Porcel, futuro cortesano de Jordi Pujol, y titulado “China, una revolución en pie”. A simple vista parecía que todo dios fuera maoísta. El tono intelectual de la época lo resumió Sartre con su proverbial “sutileza”: “Todo anticomunista es un perro”. En una ambiente así, la publicación por Tusquets en 1976 de “El traje nuevo del presidente Mao” fue un escándalo. La agresividad extrema que se desató contra Leys fue increíble, aunque él no llegó a arredrarse.
Como he dicho, en mis días universitarios me hubiera venido muy bien leer a Simon Leys. No lo hice. Me pasó desapercibido, ahogado por la cultura española del antifranquismo, muy refractaria a cualquier visión crítica de los sistemas comunistas y, por consiguiente, muy mezquinamente hostil a los testimonios de sus víctimas. Leys fue uno de los espíritus de verdad libres del siglo pasado, de la estirpe de Orwell, de Camus, de Cioran, de Milosz… un “raro” que combinó lo más erudito de la filología clásica china, con el amor por la navegación en velero, y la heterodoxia política con la novela. A diferencia de casi todos los intelectuales de su época, Leys conocía con detalle la actualidad china, la historia del país, el idioma, y leía a diario en Hong Kong, los periódicos y los libros que llegaban de China; hablaba con desterrados y fugitivos, y había visto los cadáveres de fusilados, con las manos atadas a la espalda, que bajaban a centenares por el río Amarillo y aparecían en las playas de Hong Kong. La Revolución Cultural, explicaba Leys, no había sido una efervescencia de rebelión popular y libertad, sino una calamidad desatada por Mao, con el propósito de librarse del círculo de antiguos leales, que lo habían apartado del poder efectivo.
Mao Zedong
Simon Leys murió hace ahora tres años. Sus opiniones heréticas de 1971, han sido confirmadas por el trabajo de los historiadores, y por un catálogo innumerable de relatos de testigos y supervivientes, de aquellos tiempos de horror y destrucción. Ahora el libro de Leys lo edita y traduce de nuevo una editorial joven Ediciones El Salmón, con un prólogo de Jean-Bernard Maugiron, que sitúa la obra en el contexto de su tiempo, y la vida de su autor. Ninguna época – nos recuerda Muñoz Molina – está a salvo de la tontería ni del oscurantismo. En la nuestra parece que vuelven a cobrar un prestigio sorprendente, las terribles abstracciones colectivistas de pueblos elegidos y líderes salvadores. Espíritus libres como Simon Leys, hacen tanta falta ahora como en los setenta.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 15 de Octubre del 2017.


domingo, 5 de noviembre de 2017

"MORRINHA" DE MI PADRE

Mi padre perdió una guerra. Una desgarradora y cruel. Pero jamás se rindió, ni aceptó la derrota, en el plano intelectual.
Fui consciente de ello aun siendo muy joven, en un ya lejano verano de los cincuenta, junto a las orillas del Sil, en el Valle de Laciana. Sentados junto a las transparentes aguas del río, mientras mis tres hermanos jugueteaban por el prado o braña, papá comenzó a pensar en voz alta, como hacía con mucha frecuencia, pareciendo dirigirse a Heráclito y/o a la Historia, a través de ese su río que fluía incesantemente. Y entonces lo tuve muy claro para siempre: el combate intelectual se alargaría, hasta el final de la dictadura franquista.
Y en estos días de esencialismos, determinismos y verdades absolutas, añoro a mi padre. Él nunca adoctrinaba, ni siquiera sermoneaba de forma directa. Como digo reflexionaba en voz alta, citando a sus clásicos: Unamuno, Ortega, Pérez de Ayala, Marañón, Besteiro, Azaña… incluso a Franklin D. Roosvelt (en casa había un par de tomos sobre el “New Deal”). Fue un republicano azañista, liberal y demócrata a carta cabal. Un tanto machista, como casi todos los varones de su época, en temas como las labores de la casa y el papel de las mujeres en la sociedad. Pero incluso en este aspecto, sentía y observaba un profundo respeto, hacia el llamado entonce “sexo débil”. Un respeto sí, un tanto a la antigua usanza de los “caballeros”. Era un castellano viejo – aunque de León – un tanto adusto, honrado y reservado. Le costaba expresar a las claras, un afecto o un sentimiento personal, como si hubiera sido educado en la tradición aristocrática inglesa, según la cual es incorrecto manifestar en público, las emociones íntimas. Políticamente nos educó, como en todo, de forma indirecta. En las comidas y cenas de entonces (largas y copiosas, siempre con tres platos, y con toda la familia sentada a la mesa, de la que nadie se levantaba, hasta que lo hacía él) como repito reflexionaba en voz alta, especialmente cuando escuchábamos el informativo, que en aquel tiempo se llamaba aún “El parte”, dándole la vuelta a las noticias propagandísticas que nos endilgaban, presentando una visión alternativa a las mismas, desde un punto de vista republicano, liberal y democrático.
Mis padres en Valldemossa
Él sabía muy bien, que pocas cosas han hecho tanto daño, como la creencia por parte de individuos o grupos (tribus, Estados, naciones o Iglesias) que “únicamente ellos” estaban en posesión de la verdad; y que los que difieren de ellos, no sólo están equivocados, sino que son corruptos y malvados, y necesitan de un freno o, peor, su eliminación. Con frecuencia repetía: que es de una arrogancia increíble y peligrosa, creer que sólo uno tiene razón; que tiene como un ojo mágico que contempla la verdad; y que los demás no pueden tener razón si discrepan. Esto crea en uno la certidumbre de que hay un “fin” y sólo uno, para la nación o la iglesia de cada cual y para toda la humanidad, y que este “fin” merece todo el sufrimiento que sea necesario para alcanzarlo, aunque sea a través de un “océano de sangre hacia el Reino del Amor”, cómo Berlin escribía que dijo Robespierre (aunque parece que las palabras del Incorruptible fueron estas: “Al sellar nuestra obra con nuestra sangre, al menos podemos ver brillar la aurora de la felicidad universal).
Mi padre estaba convencido de que Hitler, Franco, Lenin y Stalin – y yo me atrevería a añadir a los líderes religiosos en las guerras entre cristianos y musulmanes, o entre católicos y protestantes – creían sinceramente en esto: que hay una y sólo una respuesta verdadera, a las cuestiones centrales que han atormentado a la humanidad, y que si uno la conoce – o el líder de uno, o el partido de uno – puede por ella, llegar a ser responsable de mares de sangre. Pero ningún Reino del Amor, como diría Berlin, ha surgido de tal creencia, ni puede surgir. Hay muchas formas de vida, de creencias, de comportamientos. El mero “conocimiento” que proporcionan la historia, la antropología, la literatura, el arte, el derecho… deja claro que las diferencias de culturas y caracteres, son tan profundas como los parecidos. Y que no nos empobrece esta rica variedad: el “conocimiento” nos abre las ventanas del espíritu, y hace a las personas más sabias, más agradables y más civilizadas. Al contrario su ausencia, alimenta los prejuicios irracionales, los odios, el horrible exterminio de los herejes, y de todos los “diferentes”.
Mi hermano Miguel con mi madre, yo con mi padre
Mi padre admiraba las instituciones británicas, aunque él era bastante afrancesado, después de vivir un año en Lyon, adiestrándose en la industria del curtido de pieles. Nos explicaba – cuando aún éramos unos jovencitos los cuatro hermanos - que los elementos más valiosos, o de los más valiosos, de la tradición británica (siguiendo en esto a otro de sus autores preferidos: Salvador de Madariaga) son precisamente los relativos a la libertad respecto al fanatismo y la monomanía política, racial y religiosa: llegar a acuerdos con aquellas gentes con las que no simpatizamos, o que no entendemos, es fundamental para cualquier sociedad decente; nada es más destructivo que la feliz sensación de infalibilidad de uno mismo, o de la propia nación, o del propio partido, pues conduce a destruir a otros, con la conciencia tranquila de quien está haciendo el trabajo de Dios, o de la raza superior, como también escribe Berlin. El único remedio a esto, es “comprender” como viven otras sociedades, en el espacio o en el tiempo: y que es “posible” vivir de formas distintas a las de uno mismo, y ser enteramente humano, merecedor de cariño, de respeto y, al menos, de “curiosidad”.
La certeza intuitiva, no es un sustituto para el conocimiento empírico, cuidadosamente comprobado, y basado en la experimentación y en la discusión libre entre los hombres: los hombres de ideas y los espíritus libres, son las primeras víctimas de los totalitarismos.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 8 de Abril del 2017.