Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 31 de octubre de 2017

ODIO, XENOFOBIA... DISCURSOS SIMPLES

Siguiendo en la línea de la reflexión subida el otro día aquí, mi Blog, engarzo con lo que decía Ramoneda hace ya meses, en junio pasado.
Leyendo la Historia comprobamos, que todas las sociedades han tenido siempre, unas pautas morales y culturales de referencia que las articulan. Naturalmente esas pautas – la hegemonía cultural -, es así de duro, ha sido siempre fruto de las relaciones de fuerza, que determinan quien tiene la capacidad normativa, para incidir en la definición de los comportamientos adecuados e inadecuados.
También la Historia nos demuestra como una sociedad es más libre, cuanto mayor es su capacidad de inclusión. Una sociedad libre es una sociedad fuerte, porque puede integrar al máximo, sin poner en peligro su condición de ser. Pero una sociedad no puede ser libre sin el respeto a los demás. Y este es el límite. Y al mismo tiempo, como nos advertía Claude Levi-Strauss, una sociedad incapaz de generar su propia negatividad, es una sociedad sin futuro. Cerrarse sobre si misma, negar el derecho a la transgresión, es simple expresión de debilidad e impotencia. Es un síntoma manifiesto de carencia de autoestima, que no se sienta vergüenza al despreciar a una persona, simplemente porque no es como nosotros, porque nos estorba, porque no sabemos como relacionarnos con ella, porque no somos capaces de mirarla con los mismos ojos con los que miramos a los nuestros. La debilidad elude la complejidad, demanda discursos simples.
Pepe Borrell
Siempre he opinado, que es más fácil dar correa al discurso del miedo y de la discriminación, que afrontar las causas que la favorecen. ¿Qué nos indican estos tiempos de odio y xenofobia? Pues una enorme inseguridad respecto a nuestra identidad, que genera contantes pulsiones de hipocondría. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Estas situaciones son en gran parte, a mi modo de ver, fruto de la imposición de una ideología del desamparo, a unas sociedades que habían alcanzado altos niveles de bienestar, y que ahora se sienten amenazadas. Demasiados años de individualismo radical, de desprestigio de lo social, de una cultura del sálvese quien pueda. Años de brutal aceleración de las cosas, de cambios inesperados de referencias, de desplazamiento de las rentas del trabajo a las del capital… han sido el caldo de cultivo de las explosiones de hoy.
A esta construcción del odio y la xenofobia, han contribuido dirigentes políticos, ideólogos e intelectuales que, en vez de buscar y afrontar las razones, que han movido a determinadas personas, a parapetarse tras la xenofobia, han preferido adularlas, asumiendo su discurso y su agenda, sin dar las batallas de las ideas – como nos recordaba ayer Borrell que no se ha hecho, con el relato del independentismo catalán – ni las de una sociedad abierta, en las que el odio al otro debería ser de modo natural, residual y despreciable.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Octubre del 2017.

martes, 17 de octubre de 2017

ALGUIEN A QUIEN PODER ODIAR

Se preguntaba el otro día Paco Tomás ¿qué nos está pasando? Parecería como si, casi repentinamente, nos encontráramos habitando en una sociedad que se crece en la enemistad, que parece revalorizarse creando vínculos contra alguien, en lugar de construir puentes. Es como si una especie de complejo de inferioridad que nos ha sobrevenido, nos empujara a necesitar alguien a quien odiar para poder legitimarnos, para recobrar autoestima.
Y eso ocurre a la vez en América, en Europa y en España. Y da igual si estamos tratando de los derechos humanos o las modas estéticas. Todo es susceptible de ser odiado. Localizar un enemigo, parece justificar no ya mi lucha, sino también mi lugar en el mundo. Odiar al diferente, odiar al gay, odiar al catalán, odiar al español, odiar al musulmán, odiar a los turistas… Odiar para permanecer. Siento como si me hubieran empujado a tierra de nadie, a un espacio inclemente, árido y solitario, que nos han reservado a los pocos y extraños seres, que aún no creemos en el pensamiento único.
He hablado en las últimas semanas, y recomendado su relectura, del libro de Stefan Zweig “El mundo de ayer. Memorias de un europeo”. En él recuerda Zweig, el comienzo del siglo XX, desde el peculiar observatorio en el que había vivido como austriaco, judío, humanista y pacifista. Y nos relata como los jóvenes educados en la Austria imperial, en un ambiente seguro y estable, creían periclitado cualquier episodio de barbarie, y no veían en el futuro sino signos de progreso.
Stefan Zweig
Pues bien, como nos recordaba el Marzo pasado, la gran Adela Cortina, ese relato nos resulta muy familiar, a quienes hemos vivido la experiencia de la transición española a la democracia. En los años setenta del siglo pasado, creíamos haber ingresado en la senda del progreso social y político. Quedaban atrás por fin, pensábamos, los enfrentamientos violentos tan comunes a nuestra historia. Hoy sin embargo, casi nos obligan a pensar, que las semillas de la vuelta atrás, pueden estar ya sembradas.
Una de esas semillas, como bien sabemos los conocedores de nuestra historia, es la del triunfo de los discursos del odio. Quien recurre a ese tipo de discursos, pretende estigmatizar determinados grupos, y abrir la veda para que puedan ser tratados con hostilidad. Según Cortina, quizá “odio” no sea el término más adecuado, para referirse a las emociones – siempre las malditas emociones – que se expresan en esos discursos, como la aversión, el desprecio y el rechazo, pero sí se trata, en cualquier caso, de ese amplio mundo de las fobias sociales, que no son otra cosa que patologías sociales, que a estas altura ya deberíamos haber superado: la xenofobia, la supremacía nacionalista, la misoginia, la homofobia, el desprecio al “otro”, al diferente… Ya me aburre recordar las veces que he advertido, del peligro de las emociones como pauta en la política.
Es un viejo dilema, sí, pero aquí lo tenemos de nuevo: el conflicto entre la libertad de expresión que, por supuesto, es un bien preciado en cualquier sociedad abierta (reléase a Popper), y la defensa de los derechos de los colectivos, objeto del odio, tanto a su supervivencia, como al respeto de su identidad, a su autoestima. Por decirlo con palabras de Amartya Sen, la libertad es el único camino hacia la libertad, y extirparla es el sueño de todos los totalitarismos.
El derecho al reconocimiento de la propia dignidad, es un bien innegociable en cualquier sociedad con suficiente inteligencia, como para percatarse de que el núcleo de la vida social, no lo forman individuos aislados, sino personas en relación, en vínculo de reconocimiento mutuo. Personas que cobran su autoestima, desde el respeto que los demás les demuestran. Y desde esta perspectiva, los discursos intolerantes que proliferan estos días en las redes, están causando un daño irreparable. Están abriendo un abismo entre el “nosotros”, de los que andan convencidos erróneamente de su estúpida superioridad, y el “ellos” de aquellos a los que, con la misma estupidez, consideran inferiores.
Adela Cortina
Muchos nos preguntamos casi a diario, por los criterios para distinguir entre el discurso procaz y molesto, pero protegido por la libertad de expresión, y los discursos que atentan contra bienes constitucionales. La ley, con ser imprescindible, no es suficiente. Porque el conflicto entre libertad de expresión y el discurso del odio, no se supera sólo intentando averiguar hasta donde es posible dañar al otro sin incurrir en delito. Después de Habermas ya sabemos que las libertades personales, también la de expresión, se construyen “dialógicamente”. El reconocimiento recíproco de la igual dignidad, es el auténtico cemento de una sociedad democrática. Tomando de Ortega la distinción entre “ideas” y “creencias” – que consiste en reconocer que las ideas las tenemos, y en las creencias estamos – podríamos convenir que convertir en creencia la idea de la igual dignidad, es el modo ético de superar los conflictos, entre los discursos del odio y la libertad de expresión, porque quien respeta activamente la dignidad de otra persona, difícilmente se permite dañarla.
Reforzar y cultivar a diario nuestro “êthos” democrático, es el modo de superar los conflictos entre la libertad de expresión y los derechos de los más vulnerables. Porque de eso se trata en cada caso, de defender los derechos de quiénes son socialmente más vulnerables, y por eso se encuentran a merced, de los socialmente más poderosos.
Pues eso. Al loro los que insultan en las redes sin respeto alguno a los demás.

Palma. Ca’n Pastilla a 4 de Octubre del 2017.


jueves, 12 de octubre de 2017

CATALUÑA (II). LEER A LOS NUESTROS

Animado por el artículo de Juan Francisco Fuentes en El País de hoy, he repasado en la gran obra de Raymond Carr “España 1808 – 1939”, algunos de los párrafos a los que aquel se refiere.
Juan Negrín, socialista y presidente del gobierno de la Segunda República, manifestó en un momento: “No estoy haciendo la guerra contra Franco, para que nos retoñe en Barcelona, un separatismo estúpido y pueblerino”. Y este era un sentimiento muy extendido entre las izquierdas españolas de aquellos aciagos días, ante lo que consideraban abierta deslealtad de la Generalitat catalana hacia la República.
También el entonces Presidente de la República, Manuel Azaña de Izquierda Republicana, tan admirado por mi padre, se mostró profundamente dolido con el nacionalismo catalán, por las según él, “escandalosas pruebas de insolidaridad y despego, de hostilidad y de chantajismo, que la política catalana de estos meses ha dado frente a la República”. Así lo anota en su diario en Mayo de 1937, en donde se lamenta también, del “despotismo personal ejercido nominalmente por Companys, y en realidad por grupos irresponsables que se sirven de él”.
Unos meses después, en una tensa conversación con el Conseller de Cultura de la Generalitat Carles Pi i Sunyer, Azaña insistió en su idea de que el Gobierno presidido por Companys, se había colocado fuera de la legalidad republicana. Ponía como ejemplo la creación de “delegaciones de la Generalitat en el extranjero”, y una actitud victimista, inspirada en ese “sentimiento deprimente de pueblo incomprendido y vejado, que ostenta algunos de ustedes”.
Personalmente entiendo muy bien la amargura de Azaña, seguramente el político que más había hecho, por la aprobación el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que iba a poner fin, a su juicio, a un viejo pleito histórico.
Para entonce ya quedaban algo atrás, momentos de alta tensión en que se había rozado la ruptura, entre la coalición republicano-socialista gobernante en Madrid y Esquerra Republicana, mayoritaria en Cataluña. “Autonomía, sí; soberanía compartida, no, advirtió el republicano Sánchez Román.
También Indalecio Prieto llegó a afirmar, que la actitud de ERC desde la proclamación de la República, constituía “un acto de deslealtad” como no había conocido, en toda su vida política”.
Perdida la guerra y con ella la autonomía de Cataluña, la izquierda española y el nacionalismo catalán, intentaron mejorar sus maltrechas relaciones. El socialista Luis Araquistain, exiliado en Londres, participó en una alianza impulsada por los nacionalismos vasco y catalán, que aspiraba a crear una “Comunidad Ibérica de Naciones”, concepto que si no recuerdo mal ¡figuraba en nuestro programa del Congreso de Suresnes! Pero Araquistain no tardó en desmarcarse de aquel plan, en vista de las reticencias de sus interlocutores nacionalistas, a dos principios que le parecían innegociables: que el régimen que debía proclamarse, tras la caída de las dictaduras peninsulares, reconocería dos únicas naciones – España y Portugal – y que el arreglo del pleito territorial español, tomaría como marco irrenunciable, la Constitución republicana de 1931, que podría ser reformada, pero nunca ignorada o derogada. Escarmentado Araquistain por las experiencias recientes, quería dejar bien claro que esta vez la lucha contra el franquismo, iba a tener como límite infranqueable, la unidad nacional y la Constitución del 31.
Regresando al presente, estos días me ha sorprendido desagradablemente, el llamamiento de Pablo Iglesias a formar una plataforma de cargos electos, dispuestos a acudir en ayuda del independentismo catalán, y formar así una gran coalición antisistema. Su propuesta, me parece, se presta a múltiples interpretaciones desde la historia comparada, especialmente este año en el que se cumple el centenario de la Asamblea de Parlamentarios, que pretendía acabar con la monarquía canovista. De aquellos acontecimientos de hace un siglo, se desprende, a mí ver, una enseñanza histórica que tal vez sea hoy de alguna utilidad: que los nacionalismos tiene muy poco en común con la izquierda, y que pueden llegar a ser muy malos compañeros de viaje. Convendría que la izquierda actual leyéramos más a los nuestros, y no olvidáramos los desengaños de nuestros líderes históricos.
Aquel 48% del pueblo alemán, que en Marzo de 1933 se echó en brazos del nazismo, invocando su derecho a decidir frente a Versalles y la Sociedad de Naciones, cometió un suicidio histórico de consecuencias irreparables. La izquierda hoy más proclive al independentismo, debe pensar seriamente si por darse el gusto, de acabar con el “régimen de 78”, está dispuesta a ser cómplice de un suicidio asistido.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 28 de Septiembre del 2017.


martes, 3 de octubre de 2017

CATALUÑA (I). TRAZOS DE SU HISTORIA CONTEMPORÁNEA

Releyendo la magnífica obra del hispanista Raymond Carr “El rostro cambiante de Clío”, y en ella la reseña que hace del libro de Charles E. Ehrlich “Lliga regionalista-Lliga catalana 1901-1936”, he refrescado algunos de mis conocimientos de la historia de Cataluña durante esos años.
En 1885, la élite cultural e industrial de Barcelona, dirigió un “Memorial” al rey Alfonso XIII, exponiéndole en él el programa regionalista. Este documento, radicalizado años después (1891) en las “Bases de Manresa”, permanecería como base de la “Lliga”. Los empresarios catalanes habían firmado el “Memorial”, porque los liberales madrileños eran partidarios del libre comercio, y la propuesta de un tratado con Gran Bretaña, amenazaba los intereses de los magnates textiles catalanes. Pero por grandes que fueran sus agravios, les advirtió el presidente de la organización patronal, el Fomento del Trabajo Nacional, el separatismo, al cerrarles el mercado español, equivalía a un suicidio económico.
El desastre de 1898 (la perdida de los restos del imperio, Cuba y Filipinas) sacudió los cimientos del sistema de la Restauración, e intensificó los sentimientos de descontento en España, incluidos los agravios catalanes. Pero el intento de responder a las demandas catalanas, fracasó con el general Polavieja y el conservador Silvela. La “Lliga” se fundó en 1901, para dar al programa regionalista, el empuje político del que carecía. Rechazando la mera protesta, como en 1885, por ineficaz, decidió “entrar en España” y en la política nacional de Madrid en forma de partido político, con el fin de lograr dos objetivos: la autonomía para Cataluña, y la regeneración del corrupto sistema político de la Restauración.
"El rostro cambiante de Clío"
El éxito del proyecto, precisaba de una condición previa: La “Lliga” tenía que postularse, como máxime representante de las demandas catalanas. Y esta condición no se cumplió nunca, porque desde el principio, el catalanismo estuvo dividido entre una izquierda republicana doctrinaria, heredera de los federalistas de la I República, y un ala conservadora pragmática, formada por los hombres de la “Lliga”. Para la oposición de izquierdas, estos representaban a la burguesía catalana, eran reaccionarios dispuestos a aliarse con los carlistas. En 1904, cuando su líder Cambó, aceptó la monarquía, los doctrinarios abandonaron la “Lliga”, dejándola en manos de los pragmatistas: el propio Cambó, Durán y Prat de la Riba.
Pero existía también una segunda condición, que era que el regionalismo, según lo concebía la “Lliga”, se convirtiera en un asunto de toda España. Los insistentes esfuerzos de la misma, para promover el regionalismo fuera de Cataluña, fracasaron estrepitosamente. En las elecciones de 1918, los regionalistas obtuvieron solamente seis escaños fuera de la región catalana, y nunca superaron esa cantidad. Dado que los regionalistas no tenían la menor posibilidad, de obtener mayoría en las Cortes, su éxito dependía de encontrar aliados en Madrid, dispuestos a apoyar las aspiraciones autonómicas catalanas. Pero la mayoría de políticos de Madrid, consideraban la autonomía, como el primer paso en el camino hacia el separatismo, pese a que la “Lliga” lo rechazaba categóricamente. Prat de la Riba era contrario al separatismo, no obstante lo cual, utilizó la palabra “nacionalismo” en “La nacionalitat catalana”, publicado en 1906. En el vocabulario político popular de la época, “nación” implicaba el derecho de soberanía. Este lenguaje ambiguo, lo que Cambó llamó el “tono estridente” de Prat, operaba en contra de éste. Pocos políticos liberales sentían alguna simpatía hacia Cataluña, y a ninguno le hacía la mínima gracia, ser tachados por los políticos catalanes de “oligarcas corruptos”.
Dada la hostilidad de los liberales, el único político con quien la “Lliga” podía llegar a algún tipo de entendimiento, era el líder conservador Antonio Maura. Tanto los hombres de la “Lliga” como Maura eran regeneracionistas conservadores, resueltos a acabar con todo lo que implicaba la palabra caciquismo. Pero el apoyo que Maura podía prestar a la “Lliga”, tenía sus límites. Y estos se hicieron evidentes en las dos apariciones más importantes de Cataluña en el escenario nacional: el movimiento “Solidaridad Catalana 1906-07 y la Asamblea de Parlamentarios 1917. El dirigente liberal Moret, cedió ante el Ejército en la Ley de Jurisdicciones. La respuesta de Cataluña fue una masiva protesta, y la formación de la mencionada “Solidaridad Catalana”, que pareció hacer realidad la visión de Almirall, de un movimiento catalán unificado. “Solidaridad” acogió a los republicanos (excepto a Lerroux) y a los conservadores, incluidos los carlistas. El gran proyecto de gobierno local de Maura, como Presidente del Gobierno entre 1900 y 1909, parecía ofrecer a Cataluña la posibilidad de autonomía, dentro de una España descentralizada. Pero sus reformas zozobraron ante la oposición de la izquierda, contraria a la reforma descentralizadora de Maura, que tachó de antidemocrática, porque se basaba en el sufragio corporativo. “Solidaridad” se escindió en sus partes constitutivas, la izquierda y la derecha. Además, Maura no entendía bien las raíces culturales e históricas del catalanismo. Para él, la autonomía catalana era parte de un proyecto general que acabaría con el caciquismo, no un reconocimiento de la “personalidad” catalana. Para los catalanes “patria” significaba Cataluña, para Maura, España. La Semana Trágica de 1909, no solo destruyó el gobierno Maura. El hecho de que la “Lliga” apoyara a Maura y la represión, le valió la denuncia de ser una organización conservadora y reaccionaria, de hombres de orden, dispuestos a ejecutar y encarcelar a los “rojos” de la izquierda revolucionaria.
Prat de la Riba
La organización de la opinión catalana en un partido moderno, significaba que había que abordar la “cuestión catalana”, si se quería evitar que perturbara la política española, como la Cuestión Irlandesa había hecho en el caso, de la democracia parlamentaria británica. Casi a la desesperada el líder liberal Canalejas, había propuesto la unión de las cuatro provincias catalanas, en una sola entidad con una asamblea propia. A la Mancomunidad no se le otorgarían competencias, que ya no poseyeran las provincias vigentes. Incluso Maura vaciló, porque la creación de la Mancomunidad, era una concesión a una sola región, al margen de cualquier reforma radical de todo el Estado español. Pese a ser limitada, esta autonomía permitió a Prat de la Riba, como presidente de la Mancomunidad, no sólo promocionar la personalidad cultural de Cataluña, sino también modernizar sus infraestructuras.
El movimiento de la Asamblea de Parlamentarios de 1917 se reunió en Madrid. Y entonces Cambó sacrificó cualquier perspectiva de reforma constitucional, a cambio de tener dos ministros en la variopinta coalición, que se formó en torno de García Prieto. Cuando ésta se vino abajo, y el sistema de partidos, fragmentado en faccionalismos, no pudo ofrecer ningún gobierno a Alfonso XIII, el Rey amenazó con abdicar. La quiebra total del sistema de la Restauración, se perfiló como una clara posibilidad, sólo evitada por la instauración de un gobierno nacional, presidido por Maura, al que se incorporó Cambó como ministro de Fomento.
La “Lliga” había entrado en la política española, con el objeto de adquirir poder e influencia en Madrid. Pero para poder convertirse en agente político en Madrid, y arrancar concesiones a sucesivos gobiernos débiles, la “Lliga” tenía que conservar su base de poder en Cataluña y Barcelona. Dicha base había sido organizada por Prat de la Riba, recayendo en Cambó la tarea de operar en el mundo político de Madrid. La muerte de Prat en 1917, fue un serio revés. Dos factores socavaron la hegemonía local de la “Lliga”. La izquierda nacionalista, mucho tiempo impotente y dividida, era a la sazón una fuerza indudable. Las juventudes de la “Lliga” consideraban a Cambó un “judas”, que había vendido Cataluña por un cargo en Madrid. Los jóvenes críticos abandonaron la “Lliga”, para crear Acción Catalana. A partir de ese momento, el catalanismo fue cada vez más proclive al republicanismo. La generación mayor de industriales, que había vivido la guerra social en Barcelona, olvidó la “Lliga” y dirigió sus miradas al Ejército. Puig i Cadafalch, sucesor de Prat en la presidencia de la Mancomunidad, acogió a Primo de Rivera en 1923, como salvador de España y de los intereses de los empresarios catalanes. Su recompensa fue la disolución de la Mancomunidad. Fue Esquerra Republicana, no la “Lliga”, la que logró que el gobierno de la II República, concediera el estatuto de autonomía a Cataluña en 1932. Cuando los “nacionales” se sublevaron contra la República, los hombres de la “Lliga” apoyaron a Franco, prefiriendo una vez más la protección de sus intereses económicos y sociales, a la defensa de los intereses de Cataluña.
Francesc Cambó
Muerta la “Lliga” en tanto que organización en 1923, su legado político fue heredado por el Presidente Pujol, que consiguió crear, donde Cambó había fracasado, un partido conservador de masas catalán, y obtuvo para Cataluña la autonomía que le permitió realizar el programa cultural, lingüístico y modernizador de Prat de la Riba. Por muy importante que haya sido la capacidad política de Tarradellas y Pujol, lo cierto es que tuvieron oportunidades, de las que carecieron Cambó y la “Lliga”. La oposición de Cataluña a Franco (Pujol mismo fue encarcelado) no sólo fortaleció allí el catalanismo; también logró simpatías democráticas fuera de Cataluña.
Pujol, escribió el profesor Miguel Caminal, “es nacionalista por sus dichos, pero no por sus hechos”. En La Vanguardia el 12 de Diciembre de 2000, Caminal consideraba a Prat nacionalista, “aunque la práctica política pratiana se mantiene en el regionalismo”, y detectaba tres posturas autonomistas: los que aceptan el Estado y la Constitución de 1978; los federalistas que quieren forzar una reforma constitucional, que produjera el pleno reconocimiento de un Estado plurinacional; y los soberanistas que defienden el derecho unilateral de la nación catalana, a decidir libremente su forma de organización.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 26 de Septiembre del 2017.