Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 17 de abril de 2017

G.E. MOORE Y EL SENTIDO COMÚN (I)

En su excelente autobiografía, Bertrand Russell cuenta una anécdota sobre Moore, con la que me siento muy identificado. Escribe Russell (traduzco del francés): “Uno de los entretenimientos preferidos de todos los amigos de Moore, estribaba en contemplarlo a la hora de preparar su pipa. Encendía una cerilla, e inmediatamente seguía con una discusión, hasta que la cerilla le quemaba los dedos. Entonces encendía otra, y así sucesivamente hasta acabar la caja de cerillas. Esta práctica le fue indudablemente saludable, al asegurarle algunos momentos en los que no fumaba”.
Mi vieja relación con las obras y el pensamiento de Lord Russell, me llevó a entrar en contacto con los escritos de otros filósofos: Alfred Jules Ayer, Ludwig Wittgenstein, y George Edward Moore. Y de nuevo me encontré con éste último hace unos meses, al publicar un sucinto artículo sobre John Maynard Keynes, con motivo del 70 aniversario de su fallecimiento.
Moore es un clásico de la filosofía contemporánea, pero aunque su prosa ha sido justamente celebrada por su simplicidad y lucidez, su lectura no es fácil ni muy amena. Y es que los filósofos no escriben de ordinario, con la intención de servir de pasatiempo a sus semejantes, aunque muchos de ellos lo consigan incluso sin proponérselo. Y también es curiosamente cierto, que muchos problemas técnicos de la filosofía, como el de si la existencia es o no un predicado, han conseguido desde Kant, apasionar a una amplia gama de filósofos y lectores.
Russell y Moore
La filosofía analítica tiene a Moore por uno de sus fundadores y principales animadores. Y dice Javier Muguerza: “Preocupantes son los reparos de quienes consideran obsoleto ese tipo de pensamiento, aun sin por lo demás tomarse siempre la molestia de estudiarlo previamente”. La filosofía analítica no es, desde luego, cosa de ayer. Pero la misma diversidad de sus manifestaciones, que con frecuencia hace difícil agrupar bajo un mismo rótulo, tendencias filosóficas tan dispares como el atomismo lógico, el neopositivismo, las distintas etapas del influjo wittgensteiniano, o las plurales direcciones del análisis actual es, como poco, un indicio de su vitalidad. Y sería de lamentar, error en el que espero no caer, confundir la crítica de lo que se conoce más o menos a fondo, con el desprecio de lo que supinamente se ignora.
Como he adelantado, Moore pasa por ser una de las grandes figuras del movimiento analítico, comparable por su talla a Russell o Wittgenstein. Cierto que el horizonte de sus intereses, es bastante más reducido que el del primero; y la profundidad de su penetración en la temática que realmente le interesó, es sin duda menor que la del segundo. Pero la seriedad con que asumió su oficio de filósofo, candorosa y hasta ingenua más bien que solemne o pedantesca, es superior, si cabe, a la de ambos. Si en el siglo pasado hubo un filósofo “puro”, ese fue sin duda Moore. Semejante “pureza”, a la que Moore debe su mayor fama, acaso sea también lo que hoy más le distancia de nosotros. John Maynard Keynes, condiscípulo suyo en Cambridge, escribió: “No veo razón para que arrumbemos hoy sus intuiciones básicas… por más que estas se nos revelen de todo punto insuficientes, para dar cuenta de la experiencia real de nuestros días. Que provean una justificación de una experiencia, completamente independiente de los acontecimientos externos, entraña un aliciente adicional, aun si ya no es posible vivir confortablemente instalados, en el imperturbable individualismo que fue el gran sueño hecho realidad, en nuestros viejos tiempos eduardianos”.
Moore fue, en cualquier caso, un típico espécimen de filósofo universitario. A lo largo de veintiocho años (1911-1939) profesó, trimestre tras trimestre, en la Universidad de Cambridge, en la que antes había estudiado durante otros doce. Fellow de por vida del Trinity College, miembro activo de la Aristotelian Society, editor de la revista Mind desde 1921 a 1947, Moore fue todo lo que un filósofo inglés de la época podía ser, sin salir de los apacibles confines del recinto académico. Y ese academicismo, según algunos analistas, podría haber contribuido a angostar algo, la mira de sus preocupaciones filosóficas. Al serle reprochada por un crítico, la limitación de sus preocupaciones filosóficas, respondió: “Quizá no haya motivos para lamentarse de no haber abordado otro género de cuestiones, acaso de mayor transcendencia práctica, con las que sólo me habría sido dado bandearme, peor de lo que lo hice con aquellas de que efectivamente me ocupé”. Y lo menos que se puede decir de esa contestación, a mí entender, es que se trata de una respuesta muy honrada. Y es que el pensamiento filosófico de Moore rezuma honradez por todos sus poros. Esa honradez que no es sólo la que impide a un filósofo – según opina Muguerza – embarcarse en aventuras que considera exceden a sus capacidades, sino también la que le incita, sin retórica, a buscar la verdad, y a poner esa búsqueda, por encima de todo otro objetivo. Que la verdad, en la filosofía como en cualquier otro dominio de la cultura humana, sea más o menos ardua de lograr, eso ya es harina de otro costal.
Trinity College
A juzgar por la devoción de muchos de quienes frecuentaron sus clases de Cambridge, la influencia de sus casi seis lustros de ininterrumpida docencia, debió ser muy grande. Y, según las mismas fuentes, el Moore de dichos cursos estaba por encima de sus publicaciones. El Moore que más se conoce, al menos por los que no somos sino amateurs en este campo, es el filósofo moral, es decir, el Moore de los Principia Ethica de 1903, o de las Ethics de 1912, libros, ambos, escritos fuera del ambiente de Cambridge, y anteriores a su época de madurez. Y aunque esos dos libros han bastado para asegurar a Moore, un puesto privilegiado en la historia de la ética contemporánea, lo cierto es que el filósofo, no volvería a tratar por escrito de cuestiones de ética, hasta la Reply to my Critics, con que se cierra el volumen colectivo The Philosofy of G.E. Moore de 1942. Autores de tan diferente orientación como Alfred C. Ewing, Richard B. Braithwaite (el anfitrión del célebre debate – “El atizador de Wittgenstein” - entre Popper y Wittgenstein) o Norman A. Malcom, no han vacilado en señalar A Defence of Common Sense, como la cumbre de la producción filosófica de Moore. Y, sea o no discutible esa valoración, en el mismo se encierra ciertamente, según Muguerza, la clave de toda la comprensión de su filosofía.
En sus años de estudiante de filosofía, a finales del XIX, Moore pudo todavía vivir un capítulo de la historia de esta última, muy diferente del que – en compañía de Russell, y con la decisiva aportación ulterior del primer Wittgenstein – iba a contribuir a inaugurar. De entre sus mentores filosóficos, ninguno logró ejercer sobre él, según su propia confesión, una sugestión comparable al del neohegeliano Mc Taggart. Aunque el hegelianismo de aquellos neohegelianos británicos era, en verdad, un hegelianismo muy sui generis, y hasta cabría, dice Muguerza, tal vez dudar de la conveniencia de llamarlos “hegelianos” en algún sentido (como agudamente observó John Passmore: “La dialéctica de estos filósofos, más parece tener que ver con la dialéctica parmenídea, que con la de Hegel”). Por lo que quizá fuese mejor hablar de “metafísicos” y, todavía más adecuado, apellidarlos como “metafísicos desenfrenados”. Pues lo cierto es que, como Russell, e incluso el primer Wittgenstein, Moore no dejó de cultivar toda su vida, un cierto tipo de metafísica austeramente sofrenada.
Wittgenstein
Entre aquellos analistas, para quienes la filosofía analítica comienza justo, y sólo, con el Wittgenstein tardío, lo corriente es que hagan con Moore una excepción, considerándolo como un “wittgensteiniano avant la lettre”. Pero esa interpretación de Moore, que impondría a su filosofía lo que cabría llamar un “freno analítico de refuerzo” (según palabras de Muguerza), y la convierte en un simple y puro análisis del lenguaje, me parece a mí, que no soy ningún experto, una interpretación un tanto abusiva. Pues la ética de Moore, no se interesa únicamente por el significado de la palabra “bueno”, o cuestiones lingüísticas por el estilo, sino también por averiguar que cosas son buenas y que debemos hacer.
Y por si hubiera alguna duda, respecto a su comprensiva manera de entender la filosofía, en 1942 replicaría a su caracterización como un filósofo analítico, por parte de John Wisdom, en los siguientes términos: “Habla (Wisdom) de mí concepción de la filosofía como análisis, como si alguna vez yo hubiera dicho, que la filosofía se reduzca a análisis… Y no es verdad que yo haya dicho, creído o dado a entender nunca, que el análisis sea el único cometido apropiado de la filosofía. De mi práctica del análisis se puede ciertamente desprender, que este último es, en mi opinión, “uno” de los cometidos de la filosofía. Pero eso es todo lo lejos, a lo que estoy dispuesto a llegar en mis concesiones. Y analizar no es, desde luego, lo único que en realidad he tratado de hacer”.

(Continuará)

Palma. Ca’n Pastilla a 25 de Marzo del 2016.


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