Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 27 de febrero de 2017

EL COMUNISMO Y COMO LO VIVÍ

Este año se cumple un siglo de la revolución bolchevique, así que vamos a leer mucho sobre la misma. También en estos días he acabado el libro de José L. Pardo – sobre el que ya algo he escrito – “Estudios del malestar”, en el que trata también de lo que fue el comunismo, en los países no-comunistas el pasado siglo. Ambas circunstancias me han llevado a rememorar, como yo viví el mismo durante mi juventud, mi etapa universitaria, y mis primeros años de militancia en el PSOE. Fueron años en lo que era bastante incómodo ir a contracorriente y no ser comunista, no entender el marxismo en su desviación leninista. Sobre esos años algo ya escribí en mi Blog:
https://senator42.blogspot.com.es/2014/11/ruptura-o-reforma-la-historia_23.html
La palabra “comunismo” en aquello tiempos, aún llevaba consigo una significación que podríamos llamar trascendente, que podía variar según su uso estratégico y que, por ello, por su inestabilidad, resultaba difícilmente discutible. Pero lo que si se podía ya discutir y rechazar, era la práctica (praxis), los hechos históricos de los partidos comunistas, la significación empírica de la palabra mágica ¡comunista!
La militancia comunista se benefició desde el principio, de una carga filosófica transcendente, de la que no disponíamos otros partidos políticos, especialmente los socialdemócratas, los socialfascistas como nos apelaban. Ser comunista no debiera haber significado empíricamente, otra cosa que ser militante del partido comunista. Pero quienes lo eran, añadían a esa condición una significación metafísica, gracias a la cual – ver el libro de José L. Pardo - como los socios del Barça dicen que su equipo es “més que un club”, daban a entender que militar en un partido comunista, era “mucho más” que ser militante de cualquier otro partido. Y ese sobrepeso semántico de la palabra “comunista”, parecía connotar un grado de compromiso superior al del resto de los proyectos políticos, algo muy parecido a una fe religiosa. En realidad en aquello años la pregunta ¿eres comunista? que te endilgaba de repente cualquier compañero de la universidad, era casi sinónima a la de ¿eres creyente?
Legalización del PCE.
Yo nunca he sido comunista, quizá por tradición familiar y por la educación que recibí en casa: laica, democrática, liberal, solidaria… Pero cuando llegué a la universidad, la verdad es que no tenía claro donde deseaba habitar políticamente, aunque sí sabía muy bien, donde no me alojaría: ni en el fascismo, ni en el comunismo. Pero si hubiera dudado por un instante, si me hubiera dejado convencer por los muchos conocidos que eran comunistas, ese concepto religioso, misionero, que tenían de la vida, me hubiera bastado para echarme atrás. En el año 1974 comí un día en Valencia con Vicent Ventura (era un gran gourmet), uno de los fundadores del Partit Socialista Valencia (PSV). Y me contó como coincidió en una celda con un miembro del Partido Comunista, y como éste, de madrugada, se levantaba para hacer un montón de flexiones, y luego le decía: “Y ahora vamos a debatir sobre el materialismo histórico”. A lo que él le contestaba siempre: eres un pelmazo, yo lo único que quiero, es salir cuanto antes de aquí, y no soporto tu mesianismo.
El militante comunista sentía que sólo su acción (“directa”, “revolucionaria”, no “representativa” ni “parlamentaria”) era política de verdad, mientra que en los parlamentos, en los juzgados, en los consejos de ministros, o en los periódicos burgueses, todo era simulacro y espectáculo. El comunismo consiguió que en buena medida, la política se identificara con la revolución. De tal modo que lo que no era – al menos embrionariamente – “acción revolucionaria”, no se considerase acción política, ni actividad pública; y que lo que se llamaba “política” en las cámaras legislativas, en los tribunales, en los gobiernos, o en los periódicos no era, de acuerdo con sus premisas, más que un puro sainete.
De mucho de esto es de lo que los neocomunistas de hoy, me parece, tienen una incurable nostalgia. Aquellos años del siglo pasado, es la que añoran como la “edad dorada”. Pero no tienen presente que esta melancolía, confunde la realidad histórica, con la demagogia propagandística del partido, es decir, con la “promesa” que éste hacía a sus potenciales afiliados, de que cualquiera, si se unía al partido, podrá “subir a escena”, y convertirse en protagonista de la Historia mundial, con el mismo rango que cualquier líder nacional. Que si repartía un panfleto en un mercado o arrojaba una piedra en una manifestación, y no lo hacía como simple individuo, sino en cuanto comunista, pasaría a formar parte de los que conducen el tren de la historia hacia la estación de destino.
Vicent Ventura
Lo peculiar del comunismo en aquellos años, era que confería a la acción política directa, una seriedad “científica” que ampliaba su representación, y de la que no disfrutábamos, por ejemplo, los socialdemócratas. Porque toda protesta puntual de un comunista, adquiría una significación trascendente, merced a la filosofía del materialismo histórico, cuyo sostén, como sabemos, era el pensamiento de Hegel. Sólo así cualquier acción aislada se convertía en genuinamente revolucionaria, y sólo así cada “agente local” podía sentirse siempre acompañado, como parte de una estrategia político-militar infinitamente compleja e interconectada; como un soldado del gigantesco ejército proletario que libraba una guerra mundial, y cuyos intachable fines, justificaban todos los medios.
La mayoría de los que en esa época, ejercíamos el activismo político en organizaciones no comunistas, éramos incapaces de comprender, y hasta de leer, una sola página de la “Ciencia de la lógica”, o de la “Fenomenología del espíritu” de Hegel, e incluso de “El Capital” de Marx. Los militantes comunistas de base, tampoco entendían una palabra de todo aquello. Se descargaban una versión comprimida de la Historia mundial, cada vez que emprendían una acción, pero jamás llegaban a leer ese “archivo”: confiaban en que los dirigentes del partido si lo hacían (en el PSOE nunca fuimos tan crédulos) y en que gracias a ello, sus acciones locales se convertían “directamente”, en actos coordinados de una revolución generalizada, universal, y quedaban justificadas como los episodios encajan en la trama, cuando el poeta construye una fábula bien armada, condenando a todas las doctrinas rivales, al limbo de las ensoñaciones bienintencionadas, que Engels llamó “socialismo utópico”, para distinguirlo del “socialismo científico” de su socio Marx.
Pus así fue, o así lo recuerdo.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Enero del 2017.

martes, 21 de febrero de 2017

PLANTEAR LAS PREGUNTAS CORRECTAS

Los que tenéis la paciencia y el humor de leer mis escritos, ya habréis comprobado que estimo a Máriam M. Bascuñán, como una de los analistas políticos más finos de estos tiempos. Pues bien, un artículo suyo en El País el pasado mes de enero, me llevó a estas reflexiones y comentarios.
¿Cómo genera el miedo, comportamientos tan impredecibles e irracionales de auténtica ceguera, como los que vivimos a día de hoy por todo el mundo? ¿Qué es eso que se destruye, además de los valores mismos, en la supuesta defensa de la presunta amenaza, planteada por el extraño?
Seguramente ignorancia y fantasía, son dos de las claves que explican esta tragedia, sí, esas mismas que llevan tiempo ocupando el centro de la escena pública, azuzadas por la retórica política del miedo. Miedo que está enfocado a la búsqueda de chivos expiatorios, encarnados por inmigrantes, extranjeros o foráneos, hacia quienes enfocar la ira social, un discurso homogeneizador de la identidad, y una defensa del interés nacional de corte aislacionista.
Kant
A diferencia de otras pasiones, el miedo es primitivo. Y es antipolítico, tal como explique en mi Blog: https://senator42.blogspot.com.es/search/label/El%20miedo%20es%20antipol%C3%ADtico. La compasión y la solidaridad, por el contrario, requieren un pensamiento más empático, más elaborado, capaz de ver las cosas desde otras perspectivas. Desarrollar nuestra sensibilidad para la compasión, implica estar expuestos a otras culturas, haber viajado, haber leído, haber visionado películas… que nos hayan preparado el camino que lleva al respeto y la imaginación. Cultivar ese “desplazamiento de la mente”, del que ya nos hablara Kant.
Vivimos en unos momentos de discursos vacíos, gritos, insultos y postureos, pero de muy pocas narraciones formadas. Esta ausencia de narrativas que den cuenta de donde estamos o hacia donde nos dirigimos, explica en buena medida, el ritmo acelerado de las transformaciones actuales, que no llegan jamás a solidificarse en algo concreto (Y por cierto, en el documento presentado ayer por Pedro Sánchez, se habla al inicio de eso: de una nueva “narrativa”, un nuevo “relato” para el PSOE). Y esa falta de “narrativa", también revela el desarraigo vital circundante y la identidad disuelta. Como decía el viejo filósofo: “Se le envejecen a uno las palabras en la boca”.
Para mal o para bien, ya sabemos que el nuevo relato humano se crea en las redes. En ellas nuestras vidas se miden en clics o en apps, en rastros fugaces que vamos dejando, a través de nuestro consumo digital, que permiten establecer pautas de comportamiento. Concebimos los traumas sociales, sólo en términos de culpabilidad o victimización. Y fingimos entender los fenómenos a través de informes detallados, o de la búsqueda insaciable de una narración “empíricamente verdadera”. Y lo llamamos “el tiempo de la posverdad”.
Del diagnóstico de la “posverdad” – dice Máriam - se derivan varios problemas: la idea de objetividad, de facticidad o de relación empíricamente verdadera, se ha equiparado con la auténtica comprensión de los fenómenos; abordamos los problemas de la acción política y las preguntas que suscita la crisis, desde el análisis puramente informado, sin entrar en la valoración de los conflictos de intereses en pugna, siempre presentes en las democracias complejas.
Comenzar a entender lo que está pasando, implica plantear preguntas políticas adecuadas, que no sólo busquen una crónica de sucesos, detalles de devastaciones o el número de victimas. Esas preguntas adecuadas de índole política, a través de la forma en que son planteadas, pueden darnos cuenta del presente en relación al pasado, pero también nos hablarán del futuro. Y sin embargo ese futuro – escribe Wendy Brown – no queda resuelto ni por los hechos, ni por la verdad, sólo, si acaso, por nuestra habilidad para plantear esas preguntas correctas, las que indagan en historias políticas, antes que en informes políticos.
En política los resultados no pueden plasmarse en fórmulas matemáticas. Y la decisión política, tampoco se abre paso en el mundo sin contradicciones. Por eso convenimos en diseñar un sistema democrático, a partir de la línea de responsabilidad: porque toda decisión será siempre dudosa. Pedir cuentas al gobernante, no implica entender que sólo hay una decisión política correcta para cada problema, ajustada a la relación empíricamente verdadera de los hechos. No hay hechos “alternativos”, como dijo la portavoz de Trump, pero sí los hechos admiten varias opiniones o interpretaciones. Lejos de ser un problema, esa pluralidad permite ofrecer una visión del mundo desde distintas “perspectivas”.
Ortega y Gasset
Para profundizar en lo dicho, bueno es recordar que Ortega y Gasset, abordó el perspectivismo desde varios puntos de vista. La más temprana con la dualidad apariencia-profundidad, que desarrolla con el símil del bosque en sus “Meditaciones del Quijote”: el bosque es la profundidad que no veo y lo que veo en cada momento es una superficie de árboles, una perspectiva de éste. Posteriormente, en “El tema de nuestro tiempo”, trató esta idea como mediación entre el racionalismo y relativismo. Entre la verdad universal del racionalismo, que es una verdad sin vida individual, y la verdad del relativismo, que es una verdad sólo válida para mí, Ortega establece que toda verdad, es una verdad en perspectiva, válida desde esa perspectiva y complementaria de las demás perspectivas. Dentro de su filosofía, el perspectivismo se articula como una cualidad de la vida, entendida como la realidad radical de cada uno. De esto ya he escrito en mi Blog:
https://senator42.blogspot.com.es/search/label/Perspectiva
https://senator42.blogspot.com.es/search/label/Encinar%20huye%20de%20mis%20ojos%20%28I%29
Puede que el mundo de hoy nos parezca, o sea, menos cierto y nos sintamos más vulnerables, pero ese mismo reconocimiento de la vulnerabilidad, es el primer paso para entender que nuestra vida, depende de gente que no conocemos y que, tal vez, jamás conozcamos, de la misma forma que su vida depende de nosotros. Ninguna medida de afirmación soberana (al estilo Trump) va a romper esa interdependencia. Atrevámonos a reconocer (¡Sapere aude!) que las fronteras son permeables, que hay un pluralismo de fines y valores, donde entran dilemas y renuncias, sobre los que tenemos que organizar la convivencia. Estas aptitudes, no sólo son necesarias para evitar la ola de xenofobia y nacionalismo que invade Europa, sino también para mantener viva la democracia.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 11 de Febrero del 2017.

miércoles, 15 de febrero de 2017

ALAIN. EL PODER Y LA POLÍTICA

Hace dos meses en El País, una magnífica reseña de Carlos Prado sobre el libro “El ciudadano contra los poderes de Alain”, me llevó a tomar de mi biblioteca, un par de libritos que tengo de dicho autor francés y releerlos.
En estos tiempos de confusión que atravesamos, preñados de hechos que nos desconciertan profundamente, al menos a los que ya peinamos muchas canas, Alain nos enseña, con total sencillez, a seguir creyendo en el hombre, en su capacidad de liberación a través de la cultura, y nos impulsa a cultivar la democracia como un deber, que nos obliga a todos a implicarnos en el gobierno de la “res publica”.
Los famosos “Propos” de Alain, podrían parecernos un recetario de encantamientos, escritos estos días por un mago, para combatir el desaliento que nos invade por doquier, cuando los peores augurios sobre el negro futuro de la democracia y la libertad, amenazan con tornarse realidad. Recuperamos la esperanza en la obra del gran mentor de la idea radical, de uno de los padres del mensaje democrático, que sirvió para forjar el discurso cívico que en el siglo XX, se expandiría por Europa y buena parte de América.
Alain (como es sabido seudónimo de Emil Chartier) fue un hijo del conocido “caso Dreyfus”, terrible conflicto entre la “Razón de Estado”, y el derecho de todos los ciudadanos a conocer la verdad, y a participar en la construcción de su legitimidad democrática. Un episodio que concluyó con el triunfo de la República, aunque a costa del enorme sacrificio que exigió superar la corrupción interna, que estaba descomponiendo el Estado republicano. Y que condujo a la reconstrucción de las categorías y conceptos democráticos, de la que surgiría nuestro actual entendimiento de la escuela y el papel del profesor como “eveilleur”, como la persona que nos incita a hacernos nuestras propias preguntas.
Alain
Francia para Alain era la República, y la República, para imponerse a su tiempo histórico, debía ser expresión fidedigna de una ciudadanía siempre activa, siempre alerta ante el poder y los poderosos. Alain explica en los “Propos”, que la defensa de la República contra sus enemigos, interiores y exteriores, pasa por reivindicar la Política ante el poder. Política y poder son dos categorías conceptualmente diferentes, que incluso llegan a generar, dinámicas definitivamente opuestas (algo de ello ya adelanté en mi Blog “Relación entre Política y Filosofía” (https://senator42.blogspot.com.es/search/label/Pol%C3%ADtica%20y%20Filosof%C3%ADa).
Cuando Salvador Allende ganó las elecciones dijo: tenemos el gobierno, ahora tenemos que conquistar el poder. El poder es fuerza, es mando, es jerarquía. Habla siempre en términos de dominación, y responde a una lógica de sometimiento. Su objetivo es imponer su decisión, y tiende por naturaleza al abuso. Precisa siempre de la confusión, de la ignorancia y la renuncia humana.
La Política es otra cosa, es la conciencia de que vivimos en un mundo colectivo, de que nuestra individualidad se encuentra mediatizada, por el hecho de vivir juntos. La Política democrática significa, en nuestros días, la implicación de todos en las tareas colectivas.
Alain empieza a escribir sus “Propos” en la prensa de provincias francesa. Auténticas piezas maestras de concisión y de planteamiento de los problemas, punto intermedio entre la narración del acontecimiento y la razón profunda. Con argumentos sopesados que estallan por su propia evidencia, y expresados de manera clara: frase corta y de estructura simple. Y en una conclusión que enlaza con el principio, formando un bucle.
Además de los “Propos” (un neologismo por el inventado, y sinónimo de “Idea o reflexión a propósito de algo”) Alain, al que sus numerosos discípulos llamaban "el gigante", nos sorprende con su ejemplo personal. El profesor que odia la guerra y que se presenta voluntario al frente, a los cuarenta y siete años, porque no puede dejar que sus alumnos mueran solos. El catedrático que en el día de su jubilación, desaparece sigilosamente por la puerta trasera, porque estaba convencido de que la República, no puede condecorar a un ciudadano, que se ha limitado a cumplir con su deber.
Pero a mí lo que más me impresiona de los “Propos”, es su apabullante utilidad en una situación como la actual, en la que no tenemos muy claro si nuestros valores han declinado definitivamente, o todavía sobreviven a la espera de un profundo reajuste.
Por esa misma razón se me hace tan reconfortante, leer discursos como el que pronunció otro gran autor, Albert Camus (discípulo indirecto de Alain) con motivo de la aceptación del Premio Nobel de Literatura en 1957, en el que proclama que la tarea de la generación a la que pertenece, no pasa por crear un mundo nuevo, sino por impedir que aquel que conoce, se deshaga.
La única posibilidad al alcance de nuestras manos, para impedir que la “Polis” (Ciudad) que hemos recibido desaparezca, consiste en no renunciar a la Política, porque sin Política, no puede haber hombres ni mujeres libres. Y sin ideas políticas en torno a las que debatir, tampoco habrá lugar para la esperanza.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 26 de Diciembre del 2016.


miércoles, 8 de febrero de 2017

LOS REYES NO TIENEN QUE SER FILÓSOFOS

Leyendo el libro de José Luis Pardo “Estudios del malestar” (Premio Anagrama 2016) me encontré con el siguiente y largo párrafo:
“Asistimos a la crisis de la Transición, crisis de sus hombres, de sus partidos, de sus periódicos, de sus ideas, de sus gustos, y hasta de su vocabulario… El más humilde de vosotros tiene derecho a levantarse delante de esos hombres que quieren perpetuar la Transición y decirles: ‘No me habéis dado maestros, ni libros, ni ideales, ni holgura económica; soy vuestro acreedor, yo os exijo que me deis cuenta de todo lo que en mí hubiera sido posible y no se ha realizado. No me disteis lo que tiene derecho a recibir todo ser que nace en latitudes europeas’. Salvo Pablo Iglesias y algunos otros elementos que componen estas Cortes, podrían considerarse continuación de las Cortes de 1978 acá”.
Según iba leyendo, más y más me sonaban esas líneas y consideraciones. Y de repente caí en la cuenta ¡Ortega! Me levanté (estaba leyendo ya la en la cama) y me fui a los tomos de las obras completas del filósofo. Y allí estaba, en el Tomo I
el famoso discurso de Ortega “Vieja y nueva política”. Sólo hay que sustituir “Transición” por “Restauración”, y “1978” por “1875” ¡et voilà! Y tener presente que el Pablo Iglesias que se cita, es el fundador del PSOE.
El mismo José Luis Pardo en su libro citado, dice que cuando encontró ese párrafo y comprendió las analogías, ante aquellas circunstancias y las de ahora, sintió una ligera sensación de mareo. Quizá aquel discurso era también un “significante vacío”, que se repetía de cuando en cuando, cambiando sólo algunos nombres.
La tesis de Pardo es doble. En primer lugar, que la doble pobreza que ha dejado la crisis, la económica y la política, puede acabar dinamitando el contrato social que garantizaba el Estado de derecho, que sustenta las libertades para la convivencia. En segundo lugar, la consideración del malestar como un negocio que se puede rentabilizar políticamente. Y en esa mutación del bienestar hacia el malestar, aparecen quienes pretenden capitalizar electoralmente este último, para lo que necesitan que no desaparezca el descontento, porque entonces se les acabaría la razón de ser.
Investiga también Pardo, cuales son los ingredientes intelectuales de esas políticas del malestar. Entre ellos, una cierta nostalgia de las vías directas, esa tentación de alcanzar el poder, eludiendo los procesos democráticos, lo que significa el resurgir entre nosotros, de pensadores como Carl Schmitt o Ernesto Laclau. Es falso defender – añade – que en España, antes del movimiento de los indignados y del 15-M no había pasado nada: 34 años de una democracia bastante sólida, levantada sobre las ruinas de una larga y cruel dictadura.
En mi opinión, uno de los capítulos más interesantes del libro, es aquel en que se analiza, como el movimiento político surgido de los acampados de la Puerta del Sol hizo que, casi de repente, la cultura española procedente de la Transición y del consenso del 78, envejeciera vertiginosamente, como les sucedía a los que abandonaban la mítica Shangri -La, en la película “Horizontes perdidos”. Y la propia alternativa entre derecha e izquierda, que había hegemonizado el juego político, parecía ahora algo anacrónico, y fue sustituida por la fractura entre lo nuevo y lo viejo, o entre los de arriba y los de abajo.
El libro contiene muchos más temas interesantes. A mí me ha gustado mucho, por ejemplo, el desarrollo del concepto de intelectual comprometido, y ¡como no! la famosa disputa entre Sartre y Camus.
“Pensamiento frente al panfleto, reflexión frente al exabrupto y reivindicación de una filosofía crítica, que no sea vasalla de la política: he ahí lo que propone este libro, una lúcida y argumentada advertencia, acerca del malestar en que vivimos y el que nos aguarda”, así reza la contraportada del mismo.
José Luis Pardo cierra su reflexión, vindicando su profesión de filósofo, y recordando la advertencia del viejo Kant: “No hay que esperar ni que los reyes se hagan filósofos, ni que los filósofos sean reyes. Tampoco hay que desearlo; la posesión de la fuerza perjudica inevitablemente, el libre ejercicio de la razón”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 25 de Diciembre del 2016.