Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

miércoles, 30 de noviembre de 2016

EL COMANDANTE Y LA HISTORIA

Con motivo del fallecimiento de Fidel Castro, he leído estos días muchas reflexiones y juicios sobre él. Y muy escasos han sido, a mi entender, los que han mantenido una cierta racionalidad, en lo que debería ser el análisis histórico riguroso.
En 1959 yo tenía 16 años. En España vivíamos oprimidos por una casposa dictadura, que no sabíamos como quitárnosla de encima. Y Cuba era un casino-burdel, mantenido por la dictadura de Batista, para solaz de los ricos estadounidense. Y sí, fuimos muchos los jóvenes demócratas, que sentimos una tremenda emoción, cuando el 1 de Enero, Fidel y sus “barbudos” entraron el La Habana. Colgué como tantos otros, la famosa foto del Che en mi habitación, y ahí la mantuve durante muchos años. Con el tiempo, como otros tantos, aquel sueño se fue al garete. Como casi siempre en la historia, aquella hermosa revolución devino en una atragantante burocracia dictatorial. Se avanzó mucho en servicios sociales, educación, medicina… etc. Pero los derechos humanos, la libertad y el bienestar del pueblo, dejaron mucho que desear. Así que cuando hoy juzgamos al Comandante que acaba de morir ¿a quien juzgamos y en que contexto histórico? ¿al Fidel de 1959 o al de ayer?
Se ha dicho y escrito muchas veces, que no se puede juzgar a toro pasado, sino que hace falta meterse de lleno en la época, en la que se han producido los hechos que pretendemos reconstruir y comprender, en la mentalidad, en los sentimientos, valores, costumbres y convicciones de esa época en cuestión. Ni siquiera el juicio moral, puede prescindir del contexto histórico, de la civilización y del periodo, en el que han tenido lugar los acontecimientos que se valoran: la esclavitud existente en la antigüedad clásica – ha escrito Galli della Loggia – no puede ser acreedora por nuestra parte, del mismo juicio moral que deberíamos emitir, acerca de una esclavitud que se pusiera en práctica hoy en día.
Existen, me parece, dos pecados mortales para cualquier historiador: juzgar anacrónicamente el pasado con categoría actuales, y emitir, acerca de comportamientos del pasado, juicios morales nacidos de la mentalidad de hoy. No sería correcto, por consiguiente, tildar de “injusta” cualquier ley del pasado. Se trataría de una cosa reprobable, sí, pero reprobable hoy, desde nuestras categorías de corrección política, de “bienpensantismo” ideológico.
Parece obvio, como bien advertía Benedetto Croce, que los historiadores no podemos ser moralistas, y que la historia no puede ser un tribunal, como sucede con frecuencia en debates historiográficos, que se convierten más bien en procesos penales, o en instrumentalizaciones de acontecimientos pasados, para uso de la política del presente. Como escribe Claudio Magris, citando al gran historiador de la escuela de Turín, Franco Venturi, la historia no es un tribunal penal ni moral, sino el intento de comprender cómo y por qué vivieron los hombres, para lo cual es menester, meterse de lleno en la época en la que sucedieron los hechos que se estudian, y comprender la mentalidad de ese tiempo.
Meterse de lleno en la época en la que han tenido lugar los hechos y las potenciales fechorías, como deberíamos hacer todos los historiadores que nos preciemos de serlo, significa reconstruir las posibilidades concretas que, en aquella época y en aquel contexto, se les presentaban a los individuos, a las fuerzas políticas, a las iglesias… Sólo de ese modo se pueden entender, cuales eran los espacios concretos que se ofrecían a la libertad humana.
Solo las iglesias, las religiones, algunos partidos políticos y las filosofías de los esencialismos, afirman valores absolutos. Para todos ellos, la verdad no está históricamente condicionada, ni es históricamente relativa, sino inmutable; no es hija de su tiempo, sino como dicen: “Mater temporis” (madre del tiempo).
Pues ¡atentos los moralistas de sacristía!

Palma. Ca’n Pastilla a 29 de Noviembre del 2016.


miércoles, 23 de noviembre de 2016

EL MIEDO ES ANTIPOLÍTICO

Siguiendo con el inesperado triunfo de Trump y su mayoría conservadora, crecida en un ángulo ciego para la mayoría de analistas. Pero si algo nos ha enseñado la historia a algunos, es que, al final, no sale a cuenta alcanzar el poder (eso vale también para el PSOE) dañando la democracia.
Si los norteamericanos van a ser gobernados por el populismo, atención, significa que todos estamos expuestos a ello. El panorama de Occidente en la próxima década, desdichadamente, está expuesto a que se repita el fenómeno populista por doquier. Al menos aparentemente hoy, es como si la Modernidad hubiera colapsado universalmente.
La democracia liberal y el mercado libre, han perdido su capacidad de ilusionar. Esta pérdida ha generado un “proletariado emocional” de humillados, ofendidos e indignados con las estructuras institucionales, que clama venganza contra ellas. La emoción desnuda, triunfa en las urnas sobre la razón. ¿Qué podemos hacer? Confiar en que sobreviviremos al populismo – ha escrito José María Lassalle – y trabajar por devolver a la Modernidad política su prestigio. La democracia es una idea demasiado luminosa, como para verla definitivamente oscurecida, por la sombra populista.
Sobre la victoria de Trump se ha repetido, que ha sido una rebelión de la gente sencilla, contra las élites establecidas. Como si los negros, los latinos, y tantos otros millones de toda raza, condición y extracción social, hasta sumar los 60 millones que votaron por Clinton, fueran el “establishment”. Entre los votantes de Trump, parece que ha habido unos 25 millones de mujeres, gentes con estudios, latinos y negros. Claro que podemos despachar – ha escrito Torreblanca – a muchos de los votantes de Trump – como “alienados”, es decir y en terminología clásica marxista, aquellos que desconocen su verdadera clase social, y votan en contra de sus intereses. Muy fácil, y que a gusto nos quedamos. Por el contrario es rigurosamente cierto, que si alguien representa a la élite, ese es Trump, un millonario de la lista Forbes, que nunca ha pagado impuestos. Pero al final su número de votos, es casi el mismo que el de sus antecesores republicanos, Romney y McCain.
Leí hace ya algún tiempo “¡No pienses en un elefante!”, en el que su autor George Lakoff, señalaba que los votantes se sienten más motivados con la “identidad moral y los valores”, que con cualquier otra cosa, incluso si eso les supone votar en contra de sus propios intereses económicos. Mientras que los progresistas, al contrario, piensan que gritar los datos o las cifras, convencería de algún modo a la gente. Los humanos, para bien o para mal, somos seres emocionales. Queremos historias conmovedoras. El tono de Clinton – ha dicho alguien – era el de una persona intentado convertirse en director ejecutivo de un banco. Necesitamos proyectar una visión, un nuevo relato, conmovedor. Porque ahora ya sabemos – le experiencia del PSOE y Pedro Sánchez nos los corrobora – que decir los datos y esperar lo mejor, no mitigará a la derecha, ni construirá una alianza progresista.
Trump no es un antisistema, ha escrito Ramoneda. Trump ha jugado a antisistema, para atraer a todos los que se sentían desamparados. Y meterlos en vereda. Trump abre la vía autoritaria, como respuesta a las fracturas abiertas por un capitalismo en fase depredadora. Los que queremos defender una sociedad abierta y democrática, tenemos que asumir que estamos en un cambio de tiempo, en el que cosas que parecían imposibles, ya no lo son. Y actuar en consecuencia.
Escribía Raymond Aron en “L’Opium de les itellectuels”, que la fuerza de atracción de los partidos que se tienen por totalitarios (o populistas, añadiríamos hoy) se afirma, o puede afirmarse, cada vez que una coyuntura grave deja al descubierto, una desproporción entre la capacidad de los regímenes representativos, y las necesidades de gobierno de las sociedades industriales de masas. La tentación de sacrificar las libertades políticas, al vigor de la acción, no murió con Hitler y Mussolini. Y recordemos que el gran Tocqueville había mostrado, con insuperable claridad, a que conduciría el impulso irresistible de la democracia, si las instituciones representativas fueran arrastradas, por la impaciencia de las masas, si el sentido de la libertad – aristócrata de origen, sí – llegara a marchitarse.
La capacidad de ver el mundo desde el punto de vista del otro, es el tipo de conocimiento político por excelencia. Si quisiéramos en términos tradicionales, definir la virtud prominente del hombre de Estado, podríamos afirmar que consiste en comprender el mayor número posible, y la mayor variedad de realidades – no de puntos de vista subjetivos – tal y como dichas realidades, se muestran en las diversas opiniones de los ciudadanos; y, al mismo tiempo, en ser capaz de establecer una comunicación entre los ciudadanos y sus opiniones, de tal modo que lo común de este mundo se haga evidente. Todas nuestras afirmaciones actuales, acerca de que solamente aquellos que saben obedecer – escribía Hannah Arendt – están capacitados para mandar, o que solamente aquellos que saben como gobernarse a sí mismos, pueden gobernar legítimamente sobre los demás, hunden sus raíces en la relación entre la política y la filosofía. ¿Sabrá algo Trump de esta profunda relación?
El miedo no es, hablando propiamente – repetía Arendt – un principio de acción, sino un principio antipolítico, dentro del mundo común. El miedo surge de esta impotencia general, y de este miedo provienen, tanto la voluntad del tirano por someter a todos los demás, como la predisposición de sus súbditos a soportar la dominación. Si la virtud es el amor por la igualdad en el reparto del poder, entonce el miedo es la voluntad de poder surgida de la impotencia, la voluntad de dominar, como alternativa a ser dominado. El miedo y la desconfianza mutua, hacen imposible “actuar en concierto”, según la expresión de Burke. La tiranías están condenadas al desastre, porque destruyen el “estar juntos” de los hombres. Al aislarlos entre sí, buscan destruir la pluralidad humana. Las tiranías se basan en la experiencia fundamental, en la cual estoy absolutamente solo, que es la de estar indefenso (tal y como definió Epicteto en una ocasión la soledad) incapaz de recabar la ayuda de mis congéneres.
Barak Obama dijo no hace mucho: “El poder revela”, es decir, muestra a la luz pública, la auténtica personalidad de los gobernantes.
Pues eso ¡atentos!

Palma. Ca’n Pastilla a 19 de Noviembre del 2016.



lunes, 21 de noviembre de 2016

QUERIDA LUCY

Siempre he tenido a mano la docena de mis libros favoritos, y algunos textos que releo con frecuencia, para tener siempre presente su contenido. Uno de esos textos, es este:
El 1 de Septiembre de 1902, Bertrand Russell escribía estas letras a Lucy Martin Donnelly:
<Para la mayoría de la gente, la familia posee un grado de realidad, superior al de no importa que ulterior relación, comprendidas las del esposo y/o la esposa.  Lo puede observar en Carlyle: sus padres en Annandale, estuvieron presentes para él, como jamás lo estuvo su esposa hasta que murió… Las personas asociadas a nuestra infancia, tienen una presencia superior a la que pudieran pretender, aquellos que conocemos más tarde (los primeros viven siempre en nuestro pasado instintivo)…
No, no he leído a los Isabelinos desde mi primer año en la universidad: según mis recuerdos, su principal mérito residía en la riqueza y esplendor de su verbo. No demande a los antiguos dramaturgos, un Evangelio capaz de regenerarnos: su mundo es decididamente, demasiado irreal. “Bien sûre”, vuestra propia vida es una vida “de papier”, como usted misma dice, una vida en la que la experiencia viene adquirida por el intermediario de los libros. Para remediar esto, más libros no es una buena solución. El único remedio es la vida real, pero no es un remedio fácil. Por “vida real”, entiendo una vida hecha de cierta forma de intimidad con otros seres humanos (la vida pasional de Hodder, no tiene ninguna especie de realidad). O, si usted lo prefiere, la vida real significa la experiencia, que uno adquiere por si mismo, de las emociones que constituyen la materia de la religión y la poesía. La vía para llegar a ella, es la misma que la aconsejada al hombre que quería fundar una nueva religión: Muera en la cruz y resucite al tercer día.
Si usted se siente preparada para estas dos pruebas, no lo dude: láncese a la vida real. Pero en el mundo moderno, la cruz es generalmente la que uno se inflige a sí mismo, deliberadamente; y la resurrección, con la perspectiva de nuevas crucifixiones, exige un considerable esfuerzo de voluntad. Me parece que sus dificultades, provienen del hecho de que en su mundo, usted no tiene interlocutores reales. Los jóvenes no son nunca reales; los solteros lo son raramente. Además, si me permite remarcarlo, la calidad de las emociones en América, me parece más frívola, más superficial, más pusilánime que en Europa; se constata allí una banalidad de sentimientos, que hace que las personas reales sean muy escasas…

En suma, la vida real no consiste, como Hodder querría haceros creer, en aventuras con los hombres casados. Si busca experiencias raras, algo de renunciamiento, o de cumplimiento del deber, os procurará sensaciones infinitamente más singulares, que las más bellas, las más libres pasiones del mundo. Por lo demás, una vida rodeada de libros, procura un alto grado de calma y serenidad. Es exacto que se acaba teniendo hambre de algo más inmaterial; pero se ahorra uno el remordimiento, el horror, la tortura y el veneno enloquecedor de la pesadumbre. Por mi parte, yo me construyo un refugio, donde lo más profundo de mi mismo, pueda habitar en paz, mientras un simulacro de mi persona afronta el mundo exterior.

Ayer, como hablaba en descampado, los espectros de mi pasado surgieron y desfilaron ante mí en procesión – tantos muertos, con sus esperanzas y sus temores, sus alegrías y sus penas, y las aspiraciones de su juventud dorada – todo perdido, desvanecido en los limbos inmensos de la humana locura. Y mientras hablaba, tenía la impresión que yo mismo y los otros, desaparecíamos ya en el pasado, y que nada tenía ya importancia: luchas, sufrimientos… todas las cosas, pura fatuidad, ruidos y furor, sin ningún sentido. “Et voilàcomo se alcanza la serenidad, como los rayos del Destino, se reducen a simples cuentos de niñeras, relatados para asustar a los chavales…
He releído, por otra parte, el más exquisito de todos los pequeños relatos históricos, “Le collier de diamants” de Carlyle. Es el único autor que ha sabido dar a la Historia, su legítima plaza en las Bellas Artes>.

Palma. Ca’n Pastilla a 6 de Noviembre del 2016.

jueves, 17 de noviembre de 2016

HOY TODO ES "POS"

Subí hace un par de días a Facebook, estas palabras de Giovanni Sartori:
<Cuando nuestras mentes se simplifican, mientras el mundo se hace más complejo, aparece el hombre pospensamiento, fortalecido en su sentido del ver, atrapado ante la comunicación perenne, balbuceante ante cualquier alternativa racional>.
Y hoy me desayuno con la noticia de que el Diccionario Oxford, ha incluido un neologismo como palabra del año. Se trata de la “post-truth” o posverdad. Un término algo ambiguo, cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos, influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.
Rubén Amón escribe que el “Brexit” o la victoria de Trump, serían dos “posverdades”, en la medida en que una y otra noticia, han sobrepasado cualquier expectativa ortodoxa o racional, reflejando por añadidura la miopía de la clase política en sus iniciativas plebiscitarias, o el escaso predicamento de los medios informativos convencionales, en sus esfuerzos de sensatez editorial.
Que duda cabe que es “verdad” que Trump ha ganado las elecciones. Pero es también una “posverdad” o “metaverdad”, porque no se hubiera producido sin las variables de la emoción, de la creencia, o de la superstición.

Se vota tanto más hoy con las vísceras y el instinto, que con la razón o la lógica, de tal forma que, el mencionado diccionario, ha considerado necesario acuñar un nuevo término a medida. El neologismo parece provenir de un editorial en “The Economist” que insinuó el desenlace de las elecciones americanas, a propósito de la emoción. “Donald Trump es el máximo exponente de la política “pos-verdad”, una confianza en afirmaciones que se “sienten verdad”, pero no se apoyan en la realidad”. El uso regular del término, proviene de un libro que el sociólogo norteamericano Ralph Keyes, publicó en 2004: “Post-truth”. Como sigue explicando Amón, se refería a las apelaciones a la emoción, y a las prolongaciones sentimentales de la realidad, si bien fue un colega y compatriota suyo, Eric Alterman, quien revisitó la idea en términos políticos, tomando como ejemplo la manipulación llevada a efecto por la Administración Bush, a raíz del 11-S, confirmando como una sociedad en situación de psicosis, iba a resultar mucho más sensible a la inoculación de “posverdades”.
La “posverdad”, por tanto, puede ser una mentira asumida como verdad, o incluso una mentira asumida como tal, como mentira, pero reforzada como creencia, o como hecho compartido en una sociedad. Pero la diferencia, ahora, consiste en que el Diccionario Oxford, no sitúa la “posverdad” como un arma a disposición de la clase política dominante, sino como un poderosísimo y descontrolado recurso de los súbditos. Trump y el “Brexit” serían expresiones inequívocas, de rebelión ante el sentido común.
Así que ¡al loro!

Palma. Ca’n Pastilla a 17 de Noviembre del 2016.

lunes, 14 de noviembre de 2016

ARENDT, NO TRUMP. "CUIDAR EL MUNDO"

He dejado pasar algunos días antes de comentar el inesperado triunfo de Trump. Un tiempo necesario para relativizar mi disgusto y mi angustia, y así escribir menos arrastrado por mis emociones. Pues actuar bajo ellas, aunque comprensible, no es lo más útil para combatir el mal. Y eso es lo que pienso, sobre todas esas manifestaciones anti Trump, que se están produciendo ahora en EE.UU. Lo de las manifestaciones está bien. Yo mismo he participado activamente en muchas, muchas, en la dictadura y en democracia. Pero sobre ellas opino lo mismo que explicaba el otro día en mi Blog (http://senator42.blogspot.com.es/search/label/Un%20largo%20s%C3%A1bado) en relación al valor cívico y el valor heroico. Lo que produce el cambio es el valor cívico, diario, humilde, poco visible, pero constante. El trabajo social y colectivo día a día en asociaciones, sindicatos partidos políticos… etc.
No tengo todos los datos demoscópicos y sociológicos de lo que ha ocurrido. Pero si los suficientes, me parece, para decir algunas cosas, y contradecir muchas tonterías de izquierda chic o gauche divine que se han aullado.
Slavoi Zizec ha sostenido que Hillary era el verdadero peligro, “porque al menos Trump había conseguido romper, los consensos entorno a los que funcionaba la política y, si ganaba, obligaría a los grandes partidos a volver a sus fundamentos, para regenerarse”.Y Susan Sarandon, magnífica representante de esa izquierda elitista, dijo, ya lo sabéis, que ella no votaba con la vagina, y que se negaba a optar por “el menor de los males”.
La posición de Zizec – nos recordaba Máriam Martínez Bascuñán – es la de aquellos que entienden que cuanto más se antagonizan las contradicciones, tanto mejor para destruir un orden de legitimidad que impide fructificar lo auténtico: la utopía que está ahí siempre, al final del camino; esa sociedad perfecta después del caos (el domingo después del viernes, de Steiner) aunque para ello tenga que perecer el mundo. Y la de Sarandon encarna el juicio moral, que obliga a interpretar el mundo en opciones maniqueas: en la vida se elige entre un bien o un mal, que pueden ser identificados con certeza. Con ello desaparecen los dilemas, sustrato de la política, donde imperan los grises y donde, precisamente por eso, habitualmente hay que elegir entre dos males. La alternativa a los dilemas, es el maniqueísmo agustiniano.
Hannah Arendt
Y no, la política consiste, por definición, en evitar el mal mayor, ese espacio en el que cada opción nos enfrenta a una pérdida, y donde hay que intervenir a pesar de la duda. La auténtica política tiene que vivir, con aquello que Hannah Arendt llamó “cuidar el mundo”, atender a lo cercano, antes que a los grandes, con frecuencia abstractos, principios. La ética de la responsabilidad, antes que la de la convicción.
Le Pen, Putin, Trump y otros colegas, prometen Estados fuertes, naciones orgullosas, mano dura contra los inmigrantes, y recuperar la soberanía, frente a cualquier compromiso impuesto desde el exterior. Unos hablan en nombre de la democracia, otros del pueblo o la nación, pero todos apuntan a un mismo modelo: la tiranía de la mayoría, bajo un líder clarividente y un enemigo común, exterior, interior, o ambos a la vez. También celebran la victoria de Trump, curiosamente, los nuevos populistas de izquierdas y las izquierdas trasnochadas de siempre. Para todos ellos, esa victoria confirma el inminente colapso del sistema, víctima, como ya apuntaba, de sus contradicciones estructurales. Están alegres – como apuntaba Torreblanca – porque las vías de reformas pragmáticas del sistema, tienen que fracasar para que su alternativa radical, se revele como la única posible (la controversia histórica entre Bernstein y Kautsky). Vuelve pues el marxismo clásico, ortodoxo, “viejuno”, con su análisis simplista y reduccionista del mundo, ¡et voilà! lo hace en pinza con el peor nacionalismo xenófobo. Como si ignorásemos la historia, y no hubiéramos aprendido nada de los años treinta, y del fracaso de unas democracias asediadas por la izquierda y la derecha.
Estamos ante una amalgama en la que se mezclan izquierdas y derechas, nuevas y viejas, antiestatistas y anticapitalistas. Amalgama que no es capaz de construir nada, pues, en el fondo, sólo les une la pasión por destruir las estructuras fundamentales de lo existente, de todo aquello en que se basa nuestro modo de vida: la democracia representativa, la economía de mercado, la apertura de fronteras, las identidades múltiples, la idea de la sociedad abierta de Karl Popper. Es el viejo nacionalismo, ahora disfrazado de revuelta del pueblo contra las élites, pese a la evidencia, de que todos esos movimientos, están liderados por élites, que muy poco tienen de pueblo. Unas élites fanatizadas, que saben bien como manipular las emociones y manejar los medios, para instalarse en el poder en nombre del pueblo.
Franklin D. Roosvelt
Trump no es un tipo muy sofisticado – ha escrito John Carlin – pero si algo entiende (como lo entendieron Álvaro Uribe el artífice del no colombiano, y Nigel Farage Mr. Brexit) es que el miedo es la más primaria de las emociones, y la más fácil de despertar en el ser humano. Crear miedo a base de mentiras, y después declarar que uno es el dueño de la solución, para acabar con ese miedo, es la fórmula electoral ganadora. Para ello el punto de partida tiene que ser, por definición, la falta de respeto por la inteligencia política del público, al que se quiere conquistar. Lo importante es poseer el feeling popular necesario, para saber identificar quien o que grupo, representa en determinado momento, el lobo feroz más temido.
En el caso de Trump y de Farage, fueron los inmigrantes, aquellos que, según el razonamiento postulado, generan criminalidad y amenazan nuestros empleos, o nuestra forma de vida. Que los hechos no apoyen la tesis, es irrelevante. Si la teoría no coincide con la realidad, que se fastidie la realidad. El argumento funciona, porque apela de manera visceral al rechazo u odio a “los otros”, a lo desconocido. Hitler entendió todo esto muy bien. En su caso identificó al enemigo como los judíos. Hoy en Europa otros ganan adeptos, incitando al miedo a los musulmanes. Y si no estamos atentos y reaccionamos, esto puede que no haya hecho sino empezar.
Franklin D. Roosvelt dijo: “A lo único que debemos tener miedo, es al propio miedo. Los hombres no son presos del destino, sólo son prisioneros de sus propias mentes”.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Noviembre del 2016.


martes, 8 de noviembre de 2016

UN LARGO SÁBADO

Como antídoto contra la subida de mi tensión, ante los acontecimientos políticos, peligrosa para mi doliente corazón, me refugio en la lectura de Steiner.
Lo último que he leído de Steiner es: “Un largo sábado”. Me llamaba la atención el título. Y además creía recordar que esa enigmática frase, ya se la había leído en “Presencias reales”. De manera que no pude sino comprarme el librito, una serie de entrevistas con la gran periodista francesa Laura Adler (autora de la gran biografía de Hannah Arendt) para desentrañar el misterio de la frase mencionada.
Contesta Steiner a Adler: “He tomado del Nuevo Testamento, el esquema viernes-sábado-domingo. Es decir: La muerte de Cristo el viernes, con la noche que se cierne sobre la Tierra, el velo del templo rasgado; y luego la incertidumbre, que ha debido de ser – para los creyentes – algo tremendo: la incertidumbre del sábado en el que no sucede nada, en el que nada se mueve; y luego la resurrección del domingo. Es un esquema de una fuerza sugestiva ilimitada. Vivimos la catástrofe, la tortura, la angustia, luego esperamos, y para muchos el sábado no acabará nunca. El mesías no vendrá y el sábado continuará”.
He pensado muy a menudo, sin saberlo, en ¿cómo vivir ese sábado? En como soportan algunos la espera de la “revolución”, a partir de los horrores del viernes, con la “toma del palacio de invierno” el domingo. Para el mesianismo marxista, para el comunista utópico, ese sábado tendrá un final: se instaurará el reino de la justicia en la tierra. Los extremistas de izquierda llevan prediciendo “el asalto de los cielos” desde hace un par de siglos, apostillando: “Debemos ser pacientes”. El judío tiene la creencia de que el mesías acabará llegando. Para el positivista o el científico, el final del sábado podría ser cualquier avance científico, por ejemplo, la cura contra el cáncer. Para otros, el final del sábado será la erradicación del hambre, que haya suficientes alimentos para todos los niños del planeta; lo que, por cierto, ya está a nuestro alcance, desde el punto de vista tecnológico. Pero falta, vaya por dios, la voluntad política.
Y es que ese sábado de lo desconocido, de la espera sin garantías, es, ni más ni menos, el sábado de nuestra historia. Y eso sí lo sé por mis estudios. En ese sábado – añade Steiner – hay una mecánica a la vez de desesperación y de esperanza. La desesperación y la esperanza, son dos caras de la misma moneda de la condición humana.
A todos, me parece, nos cuesta mucho imaginar el domingo. Sólo los que hemos experimentado la alegría del amor auténtico, hemos conocido esos domingos, esos momentos de epifanía. Ha habido momentos de esos, también en la política, como esa noche de Mayo del 68 (la recuerdo como si fuera ayer) en la Plaza de la Bastilla, cuando los estudiantes, muchos de ellos árabes, gritaron ante Cohn-Bendit: “Todos somos judíos alemanes”. Fue uno de esos momentos de epifanía, de domingo, que parecía iba a cambiarlo todo. No fue así evidentemente, no nos movimos del sábado. Pero eso no quiere decir, que no haya válido la pena vivir aquellos momentos.
Si nos mantenemos estáticos, sin dar un palo al agua, pasivos sin intentar algún avance, alguna positiva reforma, esperando el domingo, tal vez a alguno le pase por la cabeza la idea del suicidio. Y es que el suicidio es algo totalmente lógico. Nos demuestra la historia, que ha habido hombres y mujeres que han preferido el suicidio a la corrupción – y no me refiero ahora a la económica – a la traición a sus sueños, a sus creencias, a sus valores, a sus ideales políticos. Es bien sabido que ha habido ¿hay? grandes artistas y grandes pensadores, que han preferido dejar con antelación una vida que consideraban sucia, impura, corrupta.
Los que eligen el suicidio – explica Steiner - son los que dicen: “No habrá ningún domingo. No lo habrá para nosotros, ni para nuestra sociedad”. Aunque, por otra parte, contrariamente, está lo que el gran filósofo marxista Ernst Bloch, ha llamado el “principio esperanza”, la dinámica de la continuidad de la vida. Para un gran número de seres humanos, desgraciadamente, hace falta mucho valor para despertarse cada mañana y enfrentarse a la vida. Es ese valor cívico, diario, aparentemente poco heroico, persistente, del que me hablaba mi padre, frente al valor militar, en la batalla, momentáneo, producto de un arrebato, de una borrachera de pólvora, dolor, nervios y entusiasmo, velozmente perecedero. Como escribió Montaigne en sus "Ensayos": El mérito y la valía de un hombre radican en el ánimo y la voluntad; ahí es donde reside su verdadero honor; la valentía es la firmeza no de sus piernas y sus brazos, sino del ánimo y del alma... El papel propio de la verdadera victoria es la lucha, no la salvación; y el honor de la virtud radica en combatir, no en vencer".  O como diría Julián Barnes, el gran escritor británico: “Es más fácil ser un héroe, lo difícil es ser cobarde. Para ser un héroe sólo tienes que serlo una vez, cobarde debes serlo cada día”. Digamos que se necesita mucho valor para ser cobarde.
Por lo que a mí respecta, como a Steiner, hoy en día, quizá debido a mi edad, hay muchos momentos en los que dudo en encender la tele, o leer la prensa, escrita o digital. Porque con mucha frecuencia las noticias, me resultan totalmente insoportables física, moral y mentalmente. Pero hay que seguir; “somos los invitados de la vida” como diría Heidegger (nos encontramos “geworfen” dijo en alemán, “arrojados en la vida”) y hay que seguir luchando, para intentar que las cosas mejoren un poco. Hacerlo mejor.
Sobre Hegel y este tema escribió Ortega: “Para Hegel lo histórico es, en un sentido muy esencial, lo pasado. Termina en el presente, cuya constitución es ya de carácter definitivo, inmutable, y no puede pasar (el “Largo sábado” de Steiner, añado yo). Prisionero de su propia perfección, hieratizado en ella, se condena el presente a una perdurabilidad que a mí me parecería desesperante. La etapa actual de la historia sería, por fin, la meta lograda, el lugar apetecido, en busca del cual todo el pretérito se afanó, se movió y, por lo mismo, pasó. Si yo estuviera convencido de esta idea hegeliana, y me sintiese adscrito a este eterno presente, se me iría con nostalgia el alma hacia el pasado, que era un camino y un andar, no, como el presente, un haber llegado y reposar. Como Cervantes decía, es preferible el camino a la posada”.
¿Habrá un domingo para el hombre? No lo veo claro. Pero espero que sí. Soy un optimista antropológico, como dice de mí, mi buen amigo Ramón Aguiló.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Julio del 2016.