Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

miércoles, 25 de febrero de 2015

La Historia

Algunos amigos opinan que si escribo tanto de historia, es por deformación profesional. Puede que algo de eso haya, pues mi licencié en Historia, y mi pretensión era llegar a ser catedrático de esa asignatura; pero la política, inesperadamente, se cruzó en mi camino, y ya no pudo ser.
Pero hay algo más. Leer historia, especialmente si el historiador es también un buen escritor, es algo realmente entretenido. Conocer la historia es asimismo una manera eficaz, de comprender porque somos lo que somos, y como hemos llegado a serlo. Y, más importante, el conocimiento de la historia deviene una magnífica herramienta, para entender los errores del pasado y evitar, de esa forma, el recaer de nuevo en ellos en el presente. Se ha repetido con frecuencia, que el que no conoce la historia está condenado a vivirla de nuevo. Y también que cuando la historia se repite, lo hace siempre en forma de historieta.
Clío. Diosa de la Historia
La historia me apasiona, para que vamos a negarlo. Y me he leído y releído (aún lo hago a diario) a los historiadores de todas las ideologías, conservadores, liberales, marxistas… etc. Entre ellos, muy recomendables: Paul Preston, Santos Juliá, Raymond Carr, Tuñón de Lara, Marc Bloch, John Elliot, Lucien Febvre, Pierre Vilar, Gabriel Jackson, Ian Gibson, E.H. Carr, Eric Hobsbawm…
Pero entrando en el terreno de la filosofía, la historia es algo mucho más importante para nuestras vidas. Para Hegel, la historia es la “dimensión esencial del hombre creador de si mismo y de su esencia a lo largo del tiempo”.
Herodoto. Padre de la Historia
Leyendo el otro día “Le Marxisme de Marx” de Raymond Aron, me topé con un texto de Hegel que ahora comentaré, y con el que estoy bastante de acuerdo, aunque Marx no lo comparta. Pues para él (Marx) la transposición de la relación sujeto-predicado que efectúa Hegel es errónea, ya que la realidad sujeto, la substancia, debe ser el hombre concreto, el hombre de carne y hueso, no los conceptos como afirma Hegel. En particular en la sociedad moderna (según el joven Marx) el sujeto real se sitúa en la sociedad civil, en el sistema económico. Y afirmar que el sujeto auténtico, en la colectividad moderna, es el sistema económico (“Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel”) es la primera versión que conocemos de la interpretación materialista de la historia.
Hegel
Pero volvamos a lo que íbamos. La filosofía de Hegel es una síntesis conceptual global. En ella todas las antinomias del pensamiento filosófico tradicional, se integran y se superan. Para Hegel existe un paralelismo (“La Enciclopedia”) entre el movimiento de los conceptos, el movimiento de la naturaleza y el movimiento de la historia. Antigüedad y cristianismo, sentimiento y razón, particular y universal, naturaleza e historia, todas esas antítesis clásicas se colocan en su lugar correcto y se superan.
La condición filosófica fundamental para conseguir esta síntesis global, es la significación filosófica esencial, que Hegel reconoce a la Historia. La Historia, el tiempo, significan, para él, la creación de la verdad del hombre. La Historia, se podría decir, es el devenir de la verdad o el devenir del hombre hacia la verdad. La Historia, de esa forma, no es una dimensión secundaria de la realidad, si no la dimensión esencial del hombre creador de si mismo, y de su esencia a lo largo del tiempo.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de febrero del 2015.

martes, 10 de febrero de 2015

Analistas, Filósofos y Políticos

Creo que toda mi vida he sido aficionado a leer a los analistas políticos, a los filósofos de la política y, como no, a los políticos y estadistas (no son exactamente lo mismo). Entre los analistas me gustaban Maurice Duverger y Raymond Aron (que seguía por la prensa francesa: Le Monde, Le Nouvel Observateur, L’Express…). De los filósofos me leí un montón: Hobbes, Locke, Montesquieu, Rousseau, Tocqueville, Hegel, John Stuart Mill, Marx… etc. Y de los políticos, pues que os voy a decir, casi todos desde mis veinte años: Lincoln, Bismarck, Kennedy (mi madre me regaló una biografía sobre él, antes de que fuera Presidente) Pierre Mendes France, Harold Wilson… etc. etc. etc.
Hasta hace poco, me parece que cada uno de ellos se limitaba a escribir sobre lo suyo, sobre su campo de estudio. Los analistas exponían la situación del momento, tal como la veían, procurando no dejarse influir demasiado por las ideologías. Los filósofos trataban de las ideas políticas, de las formas de estado, de los distintos regímenes habidos y por haber... Y los políticos, pues de eso, de la política real, práctica, vista desde su ideología. Pero me da la impresión que desde hace poco se están mezclando los campos: los analistas hacen ideología, los filósofos o profesores bajan a la política, y los políticos mezclan las churras con las merinas.
Me ha impelido a escribir un poco sobre esto, la lectura o relectura, de dos libros. Uno un elemental tratado de las ideas políticas, coordinado por David Thomson en 1967. Y otro actual (2014) de Michael Ignatieff, un intelectual canadiense que se metió en política y acabó malamente. Y cuya historia de su paso por la política, recomiendo encarecidamente leer a cualquier joven político, esté ya en política desde hace poco, o esté pensando entrar en ella a batirse el cobre. Recogiendo muchas de las ideas de ambos libros, me gustaría explicar lo que sigue.
Quizás lo primero que debiéramos advertir, es que a los filósofos de la política, no debemos tomarlos como nuestros mentores en el arte práctico de gobernar. Los estadistas (políticos al fin, pero con visión de estado) rara vez se han apoyado en los filósofos para desempeñar sus funciones. Y aun en el caso de que hayan adoptado como “credos” algunas teorías políticas, no es nada seguro que sus éxitos se deban al estudio de obras teóricas. Federico el Grande, por ejemplo, leyó y refutó “El Príncipe” de Maquiavelo; pero cuando el mismo monarca practicó el “maquiavelismo” diplomático, no fue porque hubiera estudiado esa obra. En mi experiencia como político he contemplado, demasiadas veces, como la teoría se construye a posteriori. Es decir, se forma un grupo o colectivo para conquistar el poder (en las instituciones o en el interior de un partido) y sólo luego, ex post, se monta una teoría para “legitimar” la cruda lucha por el poder; como racionalización de lo que se decidió sobre la marcha, en el terreno de la experiencia y de las oportunidades.
Tampoco sirve el estudio de la filosofía política para imponerse en el conocimiento de la historia, como si las ideas de los teorizadores políticos fuesen algo representativo de sus épocas. El pensamiento político, lo mismo que cualquier otro, sólo se entiende plenamente cuando se le relaciona con su tiempo, con el ambiente, con las realidades y el lugar en que se produjo. Algo así me parece pasaba con el marxismo en los años 70 aquí en España. Se aplicaba mecánicamente a las realidades de esos años esa espléndida teoría, pero construida sobre las situaciones sociales y económicas del s.XIX.
Tampoco está clara la importancia y el influjo de las grandes ideas, sobre los acontecimientos, aunque el problema de la interdependencia entre estos y las ideas, es uno de los que más fascinan en el estudio de la historia. Resulta muy complicado averiguar si hay o no, verdadera “influencia” de determinadas ideas en determinados hechos. No sabemos con exactitud hasta que punto, las ideas contenidas en la Declaración de la Independencia norteamericana, están allí porque Jefferson y sus colegas hubiesen leído a Locke o a Tom Paine; o cual fue la proporción precisa en que el pensamiento de Montesquieu y el de Rousseau, intervinieron, de hecho, en la formulación de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789. Y la forma como modificó y adaptó Lenin las ideas de Marx, a sus intereses y a las realidades de la Rusia de 1917, importa quizás más, que conocer en que proporción él mismo las adoptó y las asimiló.
De todo esto, por supuesto, no deberíamos sacar la conclusión de que no vale la pena conocer a los clásicos. Muy al contrario, merece la pena leerlos detenidamente, pues fueron hombres geniales que se dedicaron a estudiar complicados problemas humanos. Participando de alguna manera en ese gran debate, que se prolonga desde hace ya tanto tiempo, y al que han contribuido tantas magníficas inteligencias, podremos adquirir cierta sabiduría en las cuestiones políticas. Ignorar este debate equivaldría a menospreciar las ideas de Newton y Einstein, y tratar de resolver a las malas, los complejos problemas de la física moderna.
El debate entre las diversas teorías políticas ofrece multitud de aspectos, y es en ocasiones confuso y enmarañado, porque su materia, la política, una de las más complejas que haya, origina frecuentes perplejidades a cuantos abordamos dicho debate. Lo único cierto, en mi opinión, es que en el mismo no hay lugar para soluciones fáciles y socorridas. En realidad, la única certeza que se da en este campo, a mi parecer, es la de que la respuesta superficial y simplista, resulta ser, a medio plazo, la menos fecunda intelectualmente, y la más inútil en la práctica.
Y en eso andamos, me parece.

Palma. Ca’n Pastilla a 10 de Febrero del 2015.

martes, 3 de febrero de 2015

Pactos de Estado

Como era de esperar, hoy todo dios, arrimando el ascua a su sardina, comenta el pacto contra el terrorismo, entre el Gobierno y el PSOE.
Me parece que la gran mayoría de los españoles, siempre hemos estado de acuerdo con los pactos antiterroristas, como en los desgraciados tiempos de ETA. Así que seguro que ahí no hay problema.
El problema ha surgido, a mí entender, por dos causas. 1.- Existe una aversión generalizada, que comparto, a cualquier acuerdo entre el PP y el PSOE y 2.- Este pacto ha coincidido en el tiempo y se ha mezclado, con la aprobación de un nuevo Código Penal, en el cual el Gobierno quiere introducir el controvertido tema de la prisión permanente revisable, concepto con el cual muchos estamos en total desacuerdo por dos esenciales motivos: porque se trata de una aberración jurídica, y porque choca frontalmente con nuestra concepción del régimen penitenciario, como una penalización sí, pero también como una posibilidad de formación para la reinserción social.
En lo que se refiere a la prisión permanente, el PSOE ha repetido reiteradamente que aboliremos este artículo del Código Penal, en cuanto tengamos la posibilidad de gobernar. Y además, presentaremos ya recurso de anticonstitucionalidad al mismo. Entiendo que algunos no se lo crean, pues la credibilidad de los políticos está bajo mínimos. Yo sí me lo creo. Y en pocos días veremos si es cierto o no lo del recurso. Lo de si es verdad o no que aboliremos el artículo del Código Penal, tendrá que esperar más, pues de momento PP tiene mayoría absoluta en el Congreso (yo no les voté).
Pero lo que me preocupa, es esa percepción de los pactos, que se extiende demagógicamente, como algo perverso e inmoral. Los ciudadanos, lo entiendo, a veces ven con sorpresa y alarma, como los oponentes de hoy, llegan mañana a un acuerdo de gobernabilidad, o sobre algunos temas concretos. Seguramente se preguntan ¿dónde queda en este caso la lealtad, las convicciones y los principios? En política, en democracia, ya lo he repetido, los pactos son consustanciales al ejercicio de la misma. En política la lealtad que debe primar es hacia los ciudadanos, y los intereses del pueblo deben estar por encima de todo. Y muchas veces las circunstancias obligan a pactar con los adversarios, para anteponer el bien común a los intereses o proyectos de un partido. No siempre, ni mucho menos, son las mayorías absolutas, las que mejor defienden los interese generales.
En la buena política, los cargos públicos y/o los partidos, deberían defender lo que, equivocadamente o no, estiman como el bien general, aunque en ese momento muchos electores no piensen igual, y ese posicionamiento reste votos. Mantener la identidad y la lealtad a lo que honestamente creemos, debe privar por encima de los mal interpretados intereses electorales a corto plazo. John F. Kennedy escribió un maravilloso librito “Profiles in courage” (“Perfiles de valor”) en el cual relataba la sucinta biografía de líderes políticos que, por ser fieles a su opinión profunda, en ese momento minoritaria entre los electores, arruinaron sus carreras políticas.
Debo reconocer que yo soy el primero que se alarma y se pone en guardia, cuando algún político invoca el “interés del Estado”. En la mayoría de los casos, por desgracia, el “interés del Estado” oculta bajo su noble capa, el interés de alguien o de muchos poderosos. Pero dicho eso, si repasamos el desarrollo de los sistemas democráticos, veremos que en ellos se pacta continuamente: los sindicatos con las patronales; los ayuntamientos o gobiernos con los diversos grupos sociales, con las minorías, con los grupos marginados, con las asociaciones de vecinos; el Gobierno nacional, con los de las Comunidades Autónomas… Lo que sí se debe exigir, es que los pactos sean siempre transparentes, publicitados, sin cláusulas secretas. Y nos gusten o no, sospechemos de ellos o no, y según las encuestas a día de hoy, en España deberemos acostumbraros ya a los pactos, para asegurar la gobernación de los Ayuntamientos, de las Comunidades y del Estado.
Pactos de la Moncloa
De los Pactos de Estado no se debe abusar, y mucho menos colar de matute intereses privados o de colectivos poderosos, bajo su rótulo. Tampoco es admisible, como no sea por circunstancias excepcionales, un pacto que esconda acabar con una oposición relevante en los Parlamentos, pues eso degrada de forma muy importante el buen funcionamiento de la democracia.
Pero en ciertos momentos y en ciertos terrenos, yo si creo que un Pacto de Estado puede ser bueno y conveniente: contra el terrorismo; en las leyes de educación; en ciertos puntos de la política exterior (nuestra posición en la Unión Europea); en momentos graves de la situación económica (Pactos de la Moncloa en su día) y en pocos más etc. etc. etc.

Palma. Ca’n Pastilla a 3 de febrero del 2015.