Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

lunes, 27 de julio de 2015

El encinar y los "trasmundos" (II)

Escribía hace unos días aquí, sobre algunos pensamientos que se me ocurrieron cuando fui solo y por segunda vez, a explorar el Camí de sa Mola de Son Vic, y de cómo, tiempo después, los mezclé con un texto que leí de Ortega. Y ahora añado algunas líneas más sobre esas reflexiones.
Desconozco si a alguien más le ocurre, aunque supongo que sí, o al menos algo parecido, pero a mí, cuando palpo el cuerpo desnudo y algo inconcreto aún de una idea, me invade un goce, una complacencia, muy parecida a la amorosa. Por eso me deleité mucho rato reflexionando sobre los pensamientos, que se me derivaban de la idea de que “los árboles no me dejaban ver el bosque”, o en este caso el encinar. Con haber reconocido en el encinar su naturaleza fugitiva, siempre ausente, siempre oculta (como escribí) no tenemos aún, entera, la idea del encinar. Si lo profundo y latente ha de existir para nosotros, habrá de presentársenos, y de tal forma que no pierda su calidad de profundidad y latencia. Porque, ya lo apuntábamos el otro día, la profundidad padece el sino irrevocable de manifestarse en caracteres superficiales. Fue Nietzsche en “Así hablaba Zaratustra” quien escribió: “Y entonces quiso meter la cabeza a través de las últimas paredes, y no sólo la cabeza, quiso pasar a «aquel mundo». Pero «aquel mundo» está bien oculto a los ojos del hombre”.
Este encinar magnífico, que ahora me llena de salud y gozo, también me ha proporcionado, me parece, alguna enseñanza. Es un encinar magistral; viejo, como son los de nuestra isla, como son los verdaderos maestros; y sereno, fresco y múltiple. Además, entiendo, practica la pedagogía de la alusión, única pedagogía delicada y profunda. Quien quiera enseñarnos una verdad que no nos la diga: simplemente que aluda a ella con un breve gesto. Las verdades, una vez sabidas, adquieren una costra utilitaria; no nos interesan ya como verdades, sino como recetas útiles. Esa pura y súbita iluminación que caracteriza a la verdad, la tiene ésta sólo en el instante de su descubrimiento. Por eso su nombre griego, alétheia significó - en origen lo mismo que después la palabra apocalipsis – descubrimiento, revelación, propiamente desvelación, retirar el velo cubridor. Quien quiera enseñarnos una verdad, que nos sitúe de modo que podamos descubrirla por nosotros mismos.
Tomando notas
Me ha enseñado este encinar, así me parece, que hay un primer plano de realidades, el cual se impone a mí de manera inmediata, violenta: son los colores, los sonidos, las superficies visibles. Ante él mi situación es pasiva. Pero tras esas realidades aparecen otras, como en una sierra los perfiles de cimas más altas, cuando hemos superado los primeros contrafuertes. Erigidas las unas sobre las otras, nuevos planos de realidad cada vez más altos, más sugestivos, esperando que ascendamos a ellos, que penetremos en ellos y los descubramos. Pero esas realidades superiores, los “trasmundos”, son más pudorosas; no se nos dan con facilidad. Al contrario, para hacérsenos patentes nos ponen una condición: que queramos su existencia y nos esforcemos hacia ellas con decisión, con firmeza, imponiendo nuestro profundo deseo al cansancio. Viven pues, en cierto modo, apoyadas en nuestra voluntad. La ciencia, el arte, la justicia, la cortesía, son órbitas de la realidad que no invaden bárbaramente nuestras personas, como sí hacen el hambre, el frío, el cansancio, el dolor de las piernas, nuestros latidos acelerados, la invasión violenta del aire en nuestros pulmones; sólo existen, los “trasmundos”, las realidades superiores, para quien tiene la voluntad de ellas.
Cuando dicen los hombres de fe, que ven a dios desde lo alto de las cimas, no se expresan más metafóricamente que si hablaran de haber visto un bello paisaje. Y si no hubiera más que un ver pasivo, quedaría el mundo reducido a un caos de puntos luminosos. Pero hay sobre el pasivo ver, un ver activo, que interpreta viendo y ve interpretando; un ver que es mirar. Platón supo hallar para estas visiones que son miradas, una palabra divina: las llamó ideas. Pues bien, la tercera dimensión de estas encinas que llevo contemplando hace tiempo, su profundidad, su interioridad, no es más que una idea, la idea encina.

Palma. Ca’n Pastilla a 2 de Julio del 2015.


domingo, 19 de julio de 2015

El encinar huye de mis ojos (I)

En Julio del 2012, con mi compañero de cordada Javier González de Alaiza, y con un texto que nos había pasado Pep Torrens, nos fuimos a explorar el viejo Camí de sa Mola de Son Vic, para publicarlo en Última Hora y en mi Blog “Mis días de montaña”. Logramos recorrer todo el camino, pero con algunos errores y muchas rectificaciones, de manera que las notas en mi cuaderno de campo, quedaron algo confusas. Así que una semana después volví solo para completar las anotaciones.
Salí muy pronto de casa para evitar las horas de máximo calor, y para poder caminar sin prisa alguna. La verdad es que el día era estupendo. El camino siempre discurre por encinar (ya sabemos que estos son más frescos que los pinares) y yo estaba disfrutando de la jornada. Así que cuando me paré para tomar un bocado, mis pensamientos y reflexiones comenzaron a volar. Tomé nota de los mismos. Pero al releerlos días después, me parecieron chorradas de un aficionadillo a la filosofía, y allá se quedaron olvidados en la libreta. Hasta que hace unos días al releer a Ortega y Gasset (comencé a leerlo a mis 23 años) me topé con unas reflexiones, que me recordaron a mis notas del 2012, y que ahora, bajo la autoridad de Ortega, ya no me parecieron tan desprovistas de valor. De la mezcla de ambos textos (la parte buena es de Ortega, claro) ha quedado esto:
Desde el punto en que yo estaba tomando un bocado, el encinar se presentaba casi impenetrable y, no sé a santo de que, pensé en el adagio de origen germánico que reza: “los árboles no nos dejan ver el bosque”. Que es el mismo que el francés (según me contaba mi abuela Marie Porcel Bouche) que dice: “La hauteur des maisons empêche de voir la ville”. Cuando uno camina sólo por la montaña, las cosas entorno callan, y el vacío de rumor que dejan exige ser ocupado por algo, y entonces oímos con claridad los latidos de nuestro corazón, los latigazos de la sangre en nuestras sienes, el hervor del aire que invade nuestros pulmones y que luego huye afanoso. Estoy familiarizado con ello, y también con el hecho de que es en estos momentos, caminando solo, cuando mi cerebro vuela más alto.
Encinar
¿Es esto que contemplo un encinar? Ciertamente no: son sólo las encinas que veo de un encinar. El encinar verdadero se compone de las encinas que no veo. Yo puedo ahora levantarme y tomar ese vago senderillo, que vislumbro señalado por algún hito. Las encinas que antes veía, serán sustituidas por otras análogas. Se irá el encinar descomponiendo, desgranándose en una serie de trozos sucesivamente visibles. Pero nunca lo hallaré allí donde me encuentre. El encinar huye de mis ojos.
El encinar estará siempre un poco más allá de donde yo esté. De donde nosotros estamos acaba de marcharse, y queda sólo su huella aún fresca. Los antiguos, que proyectaban en formas corpóreas y vivas las siluetas de sus emociones, poblaron las selvas de ninfas fugitivas. Nada más exacto y expresivo. Conforme camináis, volved rápidamente la mirada a un claro entre la espesura, y hallareis un temblor en el aire como si se aprestara a llenar el hueco, que ha dejado al huir un cuerpo desnudo. Lo que del encinar se halla ante nosotros de una manera inmediata, es sólo pretexto para que lo demás se halle oculto y distante.
Cuando repetimos la frase “los árboles no nos dejan ver el bosque”, tal vez no se entienda su riguroso significado. Los árboles no nos dejan ver el bosque, y gracias a que así es, en efecto, el bosque existe. La misión de las encinas patentes es hacer latente el resto de ellas, y sólo cuando nos damos perfecta cuenta de que el paisaje visible, está ocultando otros paisajes invisibles, nos sentimos dentro de un encinar.
Tomando notas
Creí entender que ésta sería una buena lección para aquellos que no ven la multiplicidad de destinos, igualmente respetables y necesarios, que el mundo contiene. Existen cosas que, puestas de manifiesto, sucumben o pierden su valor y, en cambio, ocultas o preteridas llegan a su plenitud. Hay quien alcanzaría la plena expansión de sí mismo ocupando un lugar secundario, y el afán de situarse en primer plano aniquila toda su virtud. Tanta nobleza puede haber en ser el segundo como en ser el primero, porque ultimidad y primacía, decía Ortega, son magistraturas que el mundo necesita igualmente, la una para la otra. Mucho he pensado en esto en estas semanas de pactos políticos, dificultados creo, por egos desmesurados que confunden “primacía” con “esencial”, “profundo” con “superficie”.
Algunos hombres, algunos políticos, se niegan a reconocer la profundidad de algo, porque exigen de lo profundo que se manifieste como lo superficial. No advierten que es a lo profundo esencial, el ocultarse detrás de la superficie y presentarse sólo a través de ella, latiendo bajo ella. Se pide a lo profundo que se presente de la misma manera que lo superficial. No; hay cosas que presentan de sí mismas lo estrictamente necesario, para que nos percatemos de que ellas están detrás, ocultas. Todas las cosas profundas son de análoga condición. Los objetos materiales, por ejemplo una de estas encinas, que veo y puedo tocar, tienen una tercera dimensión que constituye su profundidad, su interioridad. Sin embargo, esta tercera dimensión ni la vemos ni la tocamos. Encontramos, es cierto, en sus superficies alusiones a algo que yace dentro de ellas; pero este dentro no puede nunca salir afuera y hacerse patente en la misma forma que el exterior del objeto, de la encina. Pues de igual suerte que lo profundo necesita una superficie tras la que esconderse, necesita la superficie, para serlo, de algo sobre lo que extenderse y que ella tape.
Hay gentes que exigen que les hagamos ver todo tan claro, como veo esta encina delante de mis ojos. Y es el caso que, si por ver entendemos, como ellos entienden, una función meramente sensitiva, ni ellos, ni nosotros, ni nadie ha visto jamás una encina ¿Pretenden tener delante a la vez el anverso y el reverso de la encina? Con los ojos vemos una parte de la encina, pero la esencia de la misma no se nos da nunca en forma sensible. No es sólo lo que se ve lo claro. Con la misma claridad se nos ofrece la tercera dimensión de un cuerpo que las otras dos, y, sin embargo, de no haber otro modo de ver, que el pasivo de la estricta visión, las cosas, o ciertas cualidades de ellas, no existirían para nosotros.

Palma. Ca’n Pastilla a 24 de Junio del 2015.





domingo, 12 de julio de 2015

Cambios de chaqueta e ideologías dogmáticas

La pesadilla del tema de Grecia, me ha llevado a volver a pensar en como se fue marginalizando el PASOK (Papandreu también intento convocar un referéndum). Bastantes cuadros abandonaron el partido griego, y todo fue de mal en peor. Y eso, según algunos, era lo que exactamente le iba a pasar al PSOE. Hasta el momento, y que yo sepa, ningún cuadro de cierta relevancia lo ha abandonado ¿Por qué ocurre eso en algunos partidos y no en otros? ¿Por qué a algunos les es tan fácil cambiar de un día para otro de chaqueta, de ideas?
En los años setenta, algunos de los que habían sido los líderes más extremistas de las revueltas estudiantiles, pasaron a trabajar como si tal cosa, en las empresas más representativas de su odiado capitalismo. En los años ochenta, muchos cuadros y militantes comunistas, se mudaron al PSOE, y que hiciera la travesía contraria me cuesta recordar a uno sólo (algunos sí lo abandonaron, pero para fundar el PASOC: Pablo Castellanos, Paco Bustelo, Alonso Puerta…). En estos días que corren, militantes de IU; adictos a las diferentes interpretaciones del comunismo (leninistas, maoístas, trotskistas…) miembros de plataformas alternativas o “revolucionarias”… se pasan a Podemos. Y mientras, los desgraciados reformistas socialdemócratas, aún en los peores momentos, ahí permanecemos, anclados en nuestras ideas.
Razones puede haber muchas (egos desmedidos; figurera, como decimos en catalán; una silla – o incluso un taburete – remunerada; una indignación mal controlada con algún dirigente de su antigua organización…). Pero me temo que hay una razón que subyace profunda, por debajo de esas más superficiales: la falta de consistencia de sus ideas, dogmatismo, y carencia de un pensamiento crítico. Ser capaz de utilizar un pensamiento crítico (entendido en general, no me refiero al de la Escuela de Frankfurt) significa no aceptar los dogmas, o los pensamientos que están de moda, ser aptos para pensar por nosotros mismos, analizar los argumentos a favor y en contra; y tomar una decisión propia respecto a lo que se considere verdadero o falso, aceptable o inaceptable, deseable o indeseable. Creo recordar que fue Hegel, quien afirmó que nada hay verdadero que no lleve incorporado su negación, y que sólo el conocimiento de la negación, puede ayudarnos a entender la afirmación.
Por el contrario las ideologías dogmáticas, irracionales, populistas y ahistóricas (la Historia está predeterminada por algún dios, por un ente supremo más allá de la racionalidad, o por el materialismo dialéctico) nos privan del necesario pensamiento crítico. Me parece que probado está, lo fácil que es pasar de un Libro a otro (del Evangelio y/o la Torá al Corán, del Mein Kampf al Capital y/o viceversa). Se pasa de un dogmatismo a otro dogmatismo, porque se necesita un asidero sólido e incuestionable al que agarrarse, para eludir la angustia de las incertidumbres, la incomodidad de las verdades siempre relativas, la ansiedad (la “nausea” dirían Sartre y los existencialitas) del convivir diario con un “yo” inestable, aprisionado en el devenir constante de la Historia. Pero es un huir a ninguna parte. Porque haber vivido en el dogmatismo, nos ha privado de la necesaria gimnasia intelectual, para acostumbrar nuestro cerebro a pensar por sí mismo. Y así cuando el dogma envejece y se nos cae, sólo somos aptos para refugiarnos en uno nuevo.
Todos, antes o después, tenemos que superar las tentaciones de nuestros egos que se descontrolan; de nuestros enfados e indignaciones desmedidos; de esa silla bien remunerada, pero impura para nuestras ideas, que nos ofrecen… Y aunque parezca paradójico, a los cantos de sirena no se resiste desde el dogma y las certezas, si no desde la relatividad de las ideas, desde un pensamiento crítico bien baqueteado a lo largo de nuestra vida, y desde la seguridad de que la Historia y su devenir dependen de nosotros y nuestras acciones, no de ningún dios, no de ninguna filosofía dogmática, no de ninguna vanguardia esclarecida, no de ningún “núcleo irradiador”.
Pues eso, a apechugar con nuestro problemático “yo”, sin traicionar nuestras ideas.

Palma. Ca’n Pastilla a 1 de Julio del 2015.

sábado, 4 de julio de 2015

Grecia ¿el fin de la Historia?

Es vano preguntarse, cuando uno no cree en la Providencia, si la Historia tiene un fin y/o un objetivo. Pero de ello no se desprende que la Idea hegeliana, sustituto de la potencia divina, pueda condenarse al mismo tiempo que la finalidad teológica. Pues la Razón, con la cual el filósofo actualiza la Astucia (en términos aronianos) se confunde posiblemente con la racionalidad inmanente al caos histórico.
En el hecho de que los individuos obedezcan a sus pasiones, que alcancen resultados que no habían previsto ni deseado, que los hombres construyan su historia sin tener consciencia de ello, en todo eso, pienso, fácilmente estaremos de acuerdo. La Astucia de la Razón pone de manifiesto, en primer lugar, un aspecto claro para todo observador del propio devenir: el espacio, el desplazamiento de fases, entre los fines de los actores y las consecuencias de sus actos. Este aspecto es el que captura y organiza el determinismo histórico, casi siempre macroscópico.
Al mismo tiempo, el problema de la “causalidad” incorpora, de forma paradójica, el de la “finalidad”. Los acontecimientos históricos que transcienden a los individuos, no han sido queridos o deseados por nadie. Como indicaba Max Weber, el acto libre es el acto razonable: “Quant à la conduite, elle est practiquement d’autant plus explicable qu’elle semble plus libre: car l’action raissonable est la plus aisée à comprendre, et l’action totalement incomprensible est celle que personne ne qualifie de libre, celle du fou”.
¿Existe un determinismo del conjunto o sólo determinismos parciales? La investigación causal se orienta espontáneamente, hacia las situaciones en que la persona desaparece. Instituciones y costumbres, movimientos históricos (cristianismo, nacional-socialismo) evoluciones colectivas, en todos estos ejemplos, las pasiones particulares quedan subordinadas a las pasiones comunes, las conductas individuales al fin asignado a todos. La descripción de estas “astucias”, por las cuales los hombres son sacrificados a fines que les sobrepasan, es fácil. Pero estos fines, a su vez ¿son comparables a misiones históricas, razonables al mismo tiempo que necesarias? Si la humanidad no conoce maestro ni tutor, la Historia no tiene un fin desconocido y fatal. ¿Pero el hombre, es capaz de asignarse un objetivo? ¿O puede al menos, después de todo, reconocer la legitimidad de lo que se ha realizado, sin caer en la simpleza y la cobardía de los que adoran el éxito?
La originalidad del determinismo histórico, consiste en substituir la ininteligibilidad inmediata del hecho parcial, por otra ininteligibilidad más incierta, a la vez que superior a los individuos e inmanente a su agrupación, desconocida de la conciencia individual y, es posible, ligada al espíritu humano. El determinismo se halla inscrito en lo real y construido por la ciencia, parcial y, sin embargo, sin límites marcados de antemano.
El filósofo, el historiador o el político más positivo, se esfuerza, casi espontáneamente, en organizar regularidades fragmentarias, sin las cuales la Historia tendería a disolverse en una pluralidad incoherente, y a perder la unidad inteligible que la define.

Palma. Ca’n Pastilla a 3 de Julio del 2015.