Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

viernes, 29 de julio de 2016

SPINOZA. SENTIMIENTO DE LA "VANITAS"

El 27 de julio de 1656 en la sinagoga de Ámsterdam, Spinoza, educado en la religión judía, fue excomulgado. La excomunión o “cherem”, era una práctica severa, pero en absoluto desconocida en las comunidades judías.
La “cherem”, fue el acontecimiento más decisivo en la vida de Spinoza. Determinó, en primera instancia, las circunstancias en las que iba a vivir. Cuando cruzó por última vez el puente sobre el río Houtgracht, se abandonó a la merced de la, desde hacía poco, tolerante sociedad holandesa. Desde aquel momento, ya no se consideró a sí mismo un judío, sino un ciudadano de una república libre. Su filosofía de madurez, sería una celebración del espíritu liberal, que caracterizaba a la tierra de adopción de sus padres. La primera obra filosófica original que publicó, el Tractatus Theologico-Politicus, se abre con algo parecido a una carta de agradecimiento, a su nuevo hogar: “Esta libertad, no solamente puede garantizarse sin poner en peligro la piedad y la paz de la comunidad, sino que la paz y la piedad, dependen de esta libertad”. Sin embargo, en su nuevo estatus de judío apóstata, Spinoza conocería pronto, los límites de la misma libertad holandesa, que hacía posible su nueva vida. Los vituperios de los rabinos – escribe Matthew Stewart - llegarían a parecerle unas amonestaciones muy ligeras, comparadas con el vitriolo que le iban a deparar, los teólogos cristianos. De hecho, después de su expulsión de la comunidad judía, el filósofo inició una especie de dobles exilio. Para los judíos era un hereje; para los cristianos era, además, un judío.
Los cinco años siguientes a su traumática expulsión de la comunidad judía, se conocen a veces como “el periodo oscuro” de la vida de Spinoza. Pero a pesar de las incertidumbres biográficas, disponemos de una notable pieza de filosofía semiautobiográfica, que arroja mucha luz sobre este oscuro periodo de la vida de Baruch. El “Tratado sobre la reforma del entendimiento”, que muy probablemente data del año siguiente a su excomunión, o de un año más tarde, registra el primer intento de Spinoza, de explicar y justificar su opción de vida. Diríamos que presenta la “filosofía de la filosofía”, que le guiaría por el resto de sus días.
El “Tratado” se abre con una confesión íntima: “Resolví finalmente averiguar si existía algo, que pudiera ser el auténtico bien… si había algo que, una vez encontrado y adquirido, me proporcionaría una felicidad continua, suprema y duradera”. Para Spinoza, la filosofía se origina en la experiencia, absolutamente personal, de un sentido de la futilidad de la vida ordinaria, una sensación de vacío que, en la tradición filosófica, se ha ganado el distinguido nombre de “contemptu mundi”, el desdén por las cosas mundanas o, mejor aún, el de “vanitas”. En este caso, la acusación contra la existencia cotidiana, va más allá de los infortunios y adversidades de la vida, e incluye incluso las llamadas cosas buenas de la vida. Spinoza nos dice que las cosas buenas, no son lo suficientemente buenas; que el éxito en la vida, no es más que la postergación del fracaso; que el placer nos es sino, un efímero alivio del dolor; y que, en general, los objetos de nuestros esfuerzos, no son más que vanas ilusiones.
Del placer sensual, por ejemplo, el filósofo escribe: “La mente se ve tan atrapada por él… que apenas puede pensar en otra cosa. Pero una vez que el goce sensual ha pasado, sobreviene la mayor de las tristezas”. Igualmente inútil, razona, es el ansia de fama que domina tantas vidas. “El honor tiene esta gran desventaja, que para obtenerlo hemos de dirigir nuestras vidas, en función de la capacidad de entendimiento de otros hombres”. El sentimiento de “vanitas” que describe Spinoza, no es simplemente una sensación pasajera de insatisfacción. Va mucho más allá, de esta especie de depresión postcoital, o de la melancolía que a menudo nos abruma, en cuanto finalmente conseguimos, lo que siempre hemos afirmado desear. La “vanitas” se eleva al nivel de la filosofía, cuando se vuelve intolerable. Es el angustioso encuentro, con la posibilidad de una caída en la nada más absoluta, una vida irrelevante llegando a un final sin sentido.
Esa experiencia de la que Spinoza deja constancia, es una experiencia mucho más cercana a la que, en los relatos de la tradición espiritual, se conoce como “la noche oscura del alma”, ese momento de duda, temor e incerteza extremos, que precede al alba de la revelación. Ese viaje por el vacío del que habla Spinoza, es el mismo que un número de poetas, filósofos y teólogos ha recorrido durante milenios, dejando constancia del sentimiento de que la vida, es una pasión inútil, una rueda incesante de esfuerzos, un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia y que no significa nada. Pero el sentimiento – escribe Stewart – no es universal; por ejemplo, por citar uno, no tuvo ninguna importancia en la obra de su coetáneo Leibnitz. Pero en el caso de Spinoza, al parecer, el sentimiento de la “vanita” perduró en su mente durante mucho tiempo, antes de que se decidiese a hacer algo al respecto.
Casa de Spinoza en Amsterdam
Spinoza deja muy claro que la filosofía que se origina en la “vanita”, apunta directamente a su contrario: “una suprema, continua e imperecedera felicidad”. No se trata de una especie de satisfacción ordinaria, de perfil básico. Es algo tan extremo como el terror del que brota, y Spinoza lo define con expresiones, tomadas de la experiencia religiosa tradicional: “dicha”, “bienaventuranza”, o “salvación”. La filosofía, tal como la entiende Spinoza, no se dedica a traficar con las formas efímeras de la alegría, ni a proponer modestas mejoras en el bienestar; la filosofía busca, y dice encontrar, un fundamento para la felicidad, que es absolutamente cierto, permanente, divino. El principal objetivo, en realidad el único, de la filosofía de su época de madurez, tal como se expresa en la “Ética”, su obra maestra, es conseguir esta especie de dicha o salvación.
Establecida la condición arquetípica de la oscuridad absoluta, en la que se origina una gran parte de la filosofía, lo siguiente que hace Spinoza, es centrarse en los medios originales, con los que la filosofía se propone alcanzar su objetivo, la búsqueda de la sabiduría en una vida de contemplación. Y este es el punto en el que el camino del filósofo, se separa tradicionalmente del camino del teólogo. Mientras que los pensadores religiosos, encuentran finalmente refugio, en la absoluta certeza de una verdad revelada, los filósofos como Spinoza, dan por sentado que la certeza absoluta, solamente es posibles obtenerla mediante los propios recursos internos. Los filósofos descartan también la posibilidad, de alcanzar esta clase de certeza, mediante la experiencia de las cosas del mundo físico, pues tales cosas, por su propia naturaleza, siempre son variables. Aquello que es indudable, insiste Spinoza y sus “colegas” de la antigüedad, ha de encontrarse “dentro”, es decir, en la “mente”. Al igual que Sócrates, Spinoza afirma que la dicha se obtiene solamente con cierta clase de “conocimiento”, específicamente con el “conocimiento de la unión entre la mente y la totalidad de la Naturaleza”.
Icosaedro de Spinoza en Amsterdam
Spinoza reconoce que, aunque uno consagre su vida a la búsqueda de una felicidad continua, suprema y eterna, “es preciso vivir”. Por consiguiente redondea su “Tratado sobre la reforma del entendimiento”, proponiendo “tres reglas de vida”. La primera regla de vida, es “llevarse bien” con el resto de la humanidad. Es decir, quienes busquen la felicidad, deben seguir las costumbres sociales establecidas, y comportarse amigablemente con la gente ordinaria. La segunda regla, es que uno debe disfrutar de los placeres sensuales, requisito para salvaguardar la salud y, por consiguiente, porque ello sirve al importantísimo fin, de llevar una vida de la mente. La tercera regla, es que uno debe tratar de ganar dinero y obtener otros bienes mundanos, solamente en la medida en que ello es necesario, para conservar la vida y la salud; también en este caso, con el propósito de mantener el vigor de la mente.
En el verano de 1661, Spinoza emergió de “su noche oscura del alma”, y se instaló en una habitación de alquiler en una casa pequeña, a las afueras de Rijnsburg, una aldea situada a unos diez kilómetros al oeste, de la ciudad universitaria de Leiden, y unos cuarenta kilómetros al sur de Ámsterdam. Le quedaban dieciséis años de vida. Y todas las pruebas apuntan, al hecho de que el filósofo observó rigurosamente, las reglas que había enunciado en su primer tratado.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Mayo del 2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario