Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

martes, 12 de julio de 2016

AMIGOS, SOLEDAD Y "DHARMA"

Abandoné mis actividades montañeras hace tres años, cuando sufrí un infarto. Estos días, con motivo de mis 74 años, algunos de mis buenos amigos, se han ofrecido muy amablemente, a acompañarme a dar sencillos paseos por la montaña. Les he agradecido de corazón, el bonito gesto. Pero yo ya estoy en otra cosa. Esa pasión, como otras anteriores de mi vida, ya la he cerrado, al menos de momento, pues nunca podemos decir “de esa agua no beberé”, o no volveré a beber.
Es posible que a estos sensacionales amigos, les preocupe también la escasa higiene de mi vida actual. A ellos, que viven tan frecuentemente al aire libre, ocupados en maravillosos ritos musculares, puede que le angustie la idea de que yo pase todas mis jornadas, encerrado en los pocos metros cuadrados de mi despacho, sumergido en la niebla mágica del humo de mi pipa, y sin más comunicación con la naturaleza, que mi sutil y metafórica existencia entre las hojas de los muchos libros que me rodean. Mil gracias amigos, pero no os preocupéis, estoy bien, muy bien. Hay muchos tesoros repartidos, quizá alguno algo recóndito, por la vida. Y uno de ellos yace oculto, bajo horas de soledad (soledad querida y relativa). En ese espacio “para sí” que nos abrimos cada día, y que nos libera de lo demás y “los demás”. Hay ciertas cristalizaciones en química, que sólo se producen en lugares quietísimos, exentos de toda trepidación, en el rincón más recóndito de nuestro “laboratorio”. Así las mejores reacciones espirituales, que enriquecen y pulen la persona, necesitan calma, ocio profundo, un no hacer nada, para dejar que la milagrosa germinación se produzca.
Jugando al golf
Y estas reflexiones me llevaron a recordar una conversación que narraba Ortega, tenida con un grupo de amigos, que le invitaron un día a comer en el Club de Golf:
-Yo no comprendo como puede usted vivir sin tomar el sol, le comentó una señora.
- Es que yo no vivo señora.
- ¿Pues que hace usted?
- Asisto a la vida de los demás
- Pero eso es un martirio ¿verdad amigo mío?
- No hay duda; el asistir a la vida de los demás es el martirio. Mártir quiere decir testigo. Yo atestiguo que usted existe. Si no existe alguien que atestigüe la existencia de los demás – personas y cosas – aquella, la existencia, sería como nula. Si yo fuera prisionero absoluto de mi propia vida, no podría cumplir mi misión de testigo. Homero decía, que los héroes combaten y mueren, no más que para dar motivo, a que luego el poeta los cante.
- Usted debería hacerse socio del club, y jugar todos los días un partido, añadió un amigo.
- No, amigo mío; yo no puedo ser socio de este club, ni jugar al golf. Semejante desliz me acarrearía castigos milenarios.
- Esto implica una grave acusación contra nosotros.
- En modo alguno. Si usted no jugase al golf, incurriría en el mismo pecado que si yo jugase. Ambos habríamos sido indóciles a nuestro “dharma”.
Ortega y Gasset
Con la idea del “dharma”, Ortega quería insinuar que es un error, considerar la moral como un sistema de prohibiciones y deberes genéricos, el mismo para todos los individuos. Que eso es una abstracción. Son muy pocas, si hay alguna, las acciones que están absolutamente mal o absolutamente bien. La vida es tan rica en situaciones diferentes, que no cabe encerrarla, dentro de un único perfil moral. A cada profesión le parecen inmorales, los usos de la vecina. Al intelectual le parece inmoral el político, porque sus palabras son inexactas, insinceras y contradictorias. La misión del intelectual es enunciativa, verbal; cuando ha escrito o pronunciado, palabras que expresan algo con precisión, con gracia y con lógica, ha hecho cuanto tenía que hacer; la realización no le interesa. En cambio el político, aspira únicamente a realizar sus pensamientos, no a decirlos. La misma discrepancia existe entre las clase sociales. Para una mujer de la pequeña burguesía, las damas elegantes de la alta sociedad, que salían, jugaban al golf, fumaban y demás, eran una representación del demonio. La “petite bourgeoisie” cree aún, que la mujer ha venido al mundo para estarse en casa, cocinar y cuidar de los hijos. Tiene una moral hecha casi de prohibiciones, y su gran virtud consiste, principalmente, en lo que no hace. Entre las tumbas de la vieja Roma republicana, se conservan muchas donde, bajo un nombre femenino, están escritos estos vocablos de alabanza: “Domiseda, lanifica” (ha vivido sentada en su casa y ha hilado).
Ortega especifica: “Yo no pretendo que el burgués abandone su moral, sólo pediría que me deje a mí la mía”. Esta coexistencia de mandamientos diversos, es la que expresa el hinduismo con el “dharma”. Dentro de la religión hindú caben todas las creencias, todas las doctrinas, el hinduismo no es dogmático. Sólo hay una cosa cuya aceptación exige: el cumplimiento de los deberes rituales. Cada casta tiene un repertorio de acciones permitidas y obligadas, un “dharma”, al que es forzoso ajustarse, porque constituye la ley última del universo. El dios Brahma, enseñó la gigantesca lista de normas vitales a los demás dioses, y la expuso en cien mil capítulos, según se nos refiere en el “Mahabharata”. En vez de instaurar un solo perfil de corrección moral, anulando la riqueza del cosmos, el hindú acepta y respeta la maravillosa pluralidad del mundo, y en principio, como indica Weber, admite una moral para el ladrón y la prostituta. En cambio, no permite el menor desliz dentro de cada estatuto moral.
Sendero del "Dharma"
La conversación que narra Ortega, acaba así:
- Pues bien, amigo mío: el “dharma” de usted es jugar al golf, como el mío es un “dharma de escritura y conversación.
- Es usted un doctrinario.
- Yo creía ser todo lo contrario ¿No significa la idea del “dharma”, un sublime empirismo de la moral? Lo que yo sostengo, es que no hay acto alguno indiferente, y que lo bueno en un hombre, es malo en otro. Tal vez fuera mejor contrarrestar el patetismo contemporáneo, en que suele embotarse toda discusión sobre ética, por la más elegante tibieza con que los antiguos, en lugar de “lo moral” – palabra tremenda – solían decir “lo decente”, “quod decet”, lo correcto. Pues bien; yo creo que no sólo cada oficio, sino cada individuo, tiene su decencia intransferible y personal, su repertorio ideal de acciones y gestos debidos.
Pues eso.

Palma. Ca’n Pastilla a 11 de Julio del 2016.


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