Leyendo a G.E. Moore

Leyendo a G.E. Moore
Ca'n Pastilla 27 Marzo 2016

domingo, 26 de abril de 2015

Ils ont tenu (II)

La escisión de la SFIO en el Congreso de Tours, en opinión de Tony Judt, ha sido con frecuencia mal interpretada. Para nada es válido el cliché que se ha manejado, de un cisma entre los “reformistas” y los “revolucionarios” del partido. Se trató más bien de una escisión dentro de la amplia mayoría del ala izquierda del partido, en la cual predominaba una gran carencia de fondo ideológico. La gran mayoría de los perdedores no discutían los principios fundamentales de la III Internacional: dictadura del proletariado y nula colaboración con la burguesía. Pero se oponían ferozmente a ciertas tácticas políticas: acciones ilegales, infiltración de los sindicatos, operaciones clandestinas en los cuarteles… que consideraban errores, que no podían tener éxito en Francia. Es por tanto difícil encontrar una única explicación de la escisión, ni como las diversas causas de la misma pudieron sumarse en un momento dado. Muchos de los que se quedaron en la “vieja casa”, habían sido en principio partidarios de la III Internacional, y muchos de ellos negaban con convicción, diferencia alguna doctrinal con los comunistas. Importante es la opinión de Annie Kriegel sobre este tema. Ella rechaza con energía cualquier explicación global de la escisión, remarcando que: “Aquí la estructura, allá las tradiciones políticas, más allá la presencia de líderes destacados del partido, todos esos factores y otros más, se combinaron en cada Federación a la hora de posicionarse a favor o en contra en el Congreso de Tours”.
Tours no escindió, como ya hemos dicho, el socialismo francés en reformistas y revolucionarios. La escisión separó a militantes que tenían muchas más cosas en común entre ellos, que las que iban a tener con sus nuevos compañeros. Solo retrospectivamente, y por influencia de la propaganda del Partido Comunista, parece que la SFIO se reconstruyó sobre posiciones más de derechas. Y los socialistas tuvieron consciencia inmediata de esta distorsión, entendieron que debían preservar las particularidades que les distinguían de los comunistas, y que les era necesario combatir sin cesar la idea, muy extendida, de que ellos estaban más a la derecha que aquellos. Pero convencer de ello a los electores, sin perder militantes, y al tiempo conservando su cohesión doctrinal, no era tarea nada fácil, y requería un esfuerzo casi sobrehumano. La explicación de cómo superaron ese reto descomunal, es lo que trata de dilucidar la tesis doctoral de Tony Judt.
Tony Judt
Annie Kriegel (primero comunista, y luego anticomunista) fue la gran historiadora francesa del comunismo. Tony Judt habla así de ella: “Tomé contacto con ella en París por su obra magna, en dos volúmenes, Aux origines de communisme francaise, Su insistencia en comprender el comunismo históricamente – el movimiento en sí, más que la abstracción – ejerció una gran influencia sobre mí. Y era una persona tremendamente carismática. Annie, a su vez, estaba sorprendida de encontrar un inglés que hablara un francés decente y a quien además le interesaba el socialismo, más que el comunismo, por entonces más en boga… El título de las memorias de Kriegel – Ce que j’ai cru comprendre – expresa perfectamente esa sensación de continuo autointerrogatorio: ¿lo entendí yo mal? ¿qué es lo que yo entendía? ¿qué vi y qué dejé de ver? En resumen ¿por qué no veía con claridad?”.
Pues bien, es esta magnífica historiadora la que escribe el Prefacio de la obra de Judt “La Reconstruction du Parti Socialiste 1921-1926”. Y en el mismo, a mi parecer, resume con precisión y elegancia el libro de Judt, las circunstancias particulares, los procedimientos concretos por los cuales, después del cataclismo de Tours, se reconstruyó la vieille maison en menos de cinco años... Explica Kriegel que se trata de un hermoso libro, especialmente por el excepcional interés del sujeto del mismo: “Era necesario haber crecido en una Gran Bretaña laborista para, a mediados de los años 60, en los tiempos de un declive que parecía haber llegado a su fin y anunciar inexorablemente la próxima muerte de la SFIO, interesarse en lo que parecía un milagro poco susceptible de repetirse: ¡¡el renacimiento en Francia, en los años 20, de un partido socialista!! “.
La historia de los orígenes reiniciados”: esta es la hermosa fórmula que cierra el último capítulo del libro, y como no ver en ella uno de los rasgos más distintivos de un socialismo francés, cuya “necesidad” debería concitar ahora la atención de los politólogos, porque, como un fénix renacido de sus cenizas, ha manifestado esta capacidad y este don tantas veces, que sobre el mismo pronto se podrá escribir una “historia interminable”.
Un Partido: hombres e ideas. Así podría resumirse el pensamiento del autor.
Los hombres: son ellos los que ont tenu (han aguantado, han resistido). Las estructuras, los servicios, los aparatos, las instituciones, los organismos, pueden ser tomados por asalto, destruidos por la tempestad y el entusiasmo que avivan la guerra y la revolución. Pero a los hombres, a los individuos, a los “ciudadanos” (como el partido socialista había siempre llamado a los suyos) ninguna “ola de entusiasmo” es capaz de distraerlos, de alejarlos de lo que ellos son. A condición claro, de que ellos hayan tenido tiempo de conocer y reconocer lo que son propiamente: así estos hombres no son ya jovencitos, ni adherido neófitos, ni miembros de círculos sociales, globalmente poco untados de socialismo. Son trabajadores, políticamente maduros, que ocupan puestos de responsabilidad, dirigentes sindicales, cuadros del partido, elegidos (alcaldes, consejeros generales, parlamentarios) “notables” indiscutiblemente, caciques (barones diríamos hoy) sí, brevemente “animales políticos”. El joven Ortega y Gasset escribía: “Los hombres no mueren de incredulidad o de escepticismo, sino de vaguedad, de verlo todo incierto, brumoso, sin una idea ni decisión sólida, mascable: mueren de quedarse como pajaritos desfallecientes y reblandecidos en lugar de tomar la decisión de “precisarse”. Y Michael Ignatieff se refería a este tipo de políticos con la expresión francesa de un homme de terrain. No existe, me parece, un equivalente inmediato en castellano. Pero podríamos decir que se trata del político que conoce bien el terreno que pisa, que tiene los pies bien firmes en la tierra, y que sabe de dónde vienen los suyos. Y Annie Kriegel continúa: “Se trata de hombres que han hecho bien sus cuentas, y luego se han contado entre ellos palpándose los miembros doloridos, y con calma, pero obstinadamente, sin fanfarria alguna, se han puesto de nuevo a la labor, reuniendo los pedazos, recogiendo los despojos, anudando una vez más los hilos. Y Judt considera que la principal razón de la resurgencia de las Federaciones del Partido Socialista, fue la presencia de estos hombres, de esas “personalidades” que no se consideraban “cuadros”, pero que sí constituían los nudos vivientes del tejido socialista”.
Annie Kriegel
Las ideas: “Creo, afirma Kriegel, que esa es la parte de la obra de Tony Judt que llamará más la atención. Pues si hay hombres que ont tenu, es porque tenían bien claro lo que hoy llamaríamos pomposamente un proyecto de sociedad, un sistema de ideas, una escala de valores, un corpus de reglas y conductas dotadas de coherencia y eficacia, adaptables sin duda, aptas para evolucionar y cambiar dentro de ciertos límites, pero que respondían a una entidad política diferenciada e identificable… Incluso y sobre todo las antinomias irreductibles, las contradicciones internas mal resueltas, las debilidades recurrentes de este pensamiento socialista, a nivel de la doctrina como del programa, están llenas de una imprevisible actualidad: que se lean la páginas consagradas a la “dictadura del proletariado” y, más aún, las relativas a la coexistencia ineluctable de una derecha y una izquierda en un partido socialista de este tipo”.
Y termina Annie Kriegel su estupendo Prefacio, con estas palabras: “T. Judt nos proporciona un análisis de lo que fueron, a la vez, el éxito de la aparición en Francia de un fenómeno comunista, y sus límites. Límites que fueron establecidos, levantados, por un puñado de hombres, notables y/o cuadros de provincia, pero hombres políticos que se sabían ligados a una indiscutible fuerza social: el pueblo, especialmente el de los trabajadores de las ciudades, y a nobles ideales: la libertad y la justicia”.

Palma. Ca’n Pastilla a 31 de Marzo del 2015.


miércoles, 15 de abril de 2015

Ils ont tenu (I)

Ils ont tenu “Han aguantado, han resistido, se han mantenido firmes, erguidos sobre sus ideas, apoyados en sus convicciones políticas”. Así se refiere Annie Kriegel, a los socialistas franceses que resistieron el tsunami leninista de la III Internacional, en el Congreso de Tours en Diciembre de 1920; a los socialistas que se quedaron, como dijo Blum, en la vieille maison para conservarla. Me encontré con esa poética referencia de Kriegel el otro día, en el Prefacio que escribió a la tesis doctoral de Tony Judt “La Reconstruction du Parti Socialiste 1921-1926”.
Tony Judt, de padres judíos, nació en Londres el 2 de Enero de 1948, y murió en Nueva York, de ELA, el 6 de Agosto del 2010. Se formó como historiador y politólogo (aunque a él le gustaba definirse sólo como historiador pleno) en Cambridge y en la Ensup (École Normal Supérieure) de París. Llegó a ser uno de los mayores expertos en la historia de la izquierda francesa y, posteriormente, en la de los países de Europa Oriental y Central. Su tesis doctoral sobre la crisis y recuperación del partido socialista francés (la SFIO, Section Française de l’Internationale Ouvrièr) que termina con esta bonita frase: “la historia de los orígenes reiniciados”, se convirtió en todo un clásico. Especialmente porque fue escrita a comienzos de los 70, años en los que el socialismo parecía haber llegado a su final. El comunismo, entonces, parecía ocupar el lugar central, el presente y el futuro, de la izquierda. Tanto en Francia, como en Italia y en España (en la clandestinidad) el comunismo se presentaba como el vencedor de la historia: el socialismo parecía haber perdido en todas partes, con excepción del Norte de Europa. Pero a Judt no le interesaban los ganadores, y esta cualidad en aquellos tiempos, fue apreciada como encomiable en un historiador serio, por algunos de sus pares (Annie Kriegel y Raymond Aron entre otros; aunque no por el maestro de los historiadores marxistas Eric Hobsbawm).
En su Congreso de Tours, en Diciembre de 1920, el partido socialista francés sufrió una terrible crisis: la inmensa mayoría de sus militantes lo abandonaron, para fundar el Partido Comunista Francés (según algunas fuentes, de 131.000 militantes sólo 9.000 permanecieron en la vieille maison, aunque otras fuentes hablan de 30.000; y sólo el grupo parlamentario permaneció relativamente intacto). En 1926, sólo cinco años después del desastre, el Partido Socialista SFIO estaba de nuevo en pie, reconstruido y sólido. Por qué sobrevivió al cisma, y cuáles fueron las causas y circunstancias de su recuperación, son los puntos a los que pretende responder la tesis de Judt.
En su congreso nacional de 1919, ya se produjo un intenso debate en la SFIO sobre sus relaciones con la II Internacional (la Internacional Socialista) y la revolución rusa de 1917. En el año posterior a este congreso, dos factores contribuyeron a empujar al partido más hacia la izquierda. El primero fue su seria derrota electoral en las elecciones de Noviembre de 1919 (las primeras tras la Primera Guerra Mundial) que contribuyó a desacreditar la postura de la “revolución por medios democráticos” que mantenía la dirección del partido. La triunfante revolución de los bolcheviques en Rusia, hizo que muchos militantes comenzaran a interpretar los métodos y posturas políticas de la SFIO como algo ya viejo y anticuado. El segundo factor fue el rapidísimo aumento de militantes, que había experimentado el partido después de la guerra (había pasado de 34.063 miembros a 133.327). Entre los nuevos adherentes había muchísimos jóvenes. El fracaso electoral de Noviembre de 1919, la actitud impaciente de los neófitos, y el viento que soplaba desde Rusia, fueron factores que empujaron al partido mucho más a la izquierda. Todo ello a pesar de que nadie sabía bien, que era lo que estaba pasando en Rusia. En Francia, como en otras partes, la izquierda aún tenía una idea equivocada de la naturaleza de la revolución leninista. Para los sindicalistas, el eslogan “todo el poder para los soviets”, era el eco de sus propias posiciones antipolíticas. Incluso el centro de la SFIO interpretaba lo ocurrido en Rusia, como la realización de su ideal socialista. Para muchos militantes, la atracción ejercida por la III Internacional (recién fundada por los comunistas rusos) era muy fuerte. En su seno se realizaría su esperanza de una subversión y un cambio inminente, que pondría fin a los sueños fútiles de una revolución mediante elecciones y reformas. Curiosa o irónicamente, el leninismo atraía sobre todo a los sectores de izquierda menos familiarizados con el marxismo tradicional o “guesdista”. Y, a la inversa, muchos de los que se opusieron a la III Internacional, entre los cuales se encontraba el propio Jules Guesde, formaban parte de la izquierda marxista tradicional del partido. Pero todo eso no era óbice para que la gran mayoría de los nuevos y jóvenes militantes, en su “inocencia” política relativa, fueran manifestando un gran resentimiento respecto a la vieja guardia del partido.
Leon Blum
Pero a medida que se aproximaba la fecha del Congreso de Tours, cada vez más dirigentes de la SFIO iban expresando sus dudas respecto a la adhesión a Moscú. León Blum, personaje progresivamente destacado en el partido, desde su elección a la Cámara (la Asamblea Nacional) en 1919, adoptó ya una postura clara contra la III Internacional. Su actitud se basaba, en parte, sobre el rechazo de la doctrina leninista. Pero igualmente sobre el serio resentimiento que suscitaba entre los socialistas franceses, las declaraciones de los rusos concernientes a la necesidad de “expulsar” del partido, a los dirigentes “indeseables”. Y finalmente se oponía a las 21 famosas condiciones impuestas por Zinoviev y Lenin, que tenían como objetivo someter a los partidos socialistas nacionales, al control y a la política de la III Internacional. Y este fue el punto decisivo que provocó la escisión en la SFIO.
En Tours los debates fueron intensos y desagradables, pero no existió, en ningún momento, duda alguna sobre los resultados de la votación final. La actitud y los telegramas de Zinoviev, sobre la necesidad de excluir a la derecha, el centro y los “oportunistas” (entre los cuales incluía a Jean Longuet, nieto de Marx) hicieron que la escisión fuera inevitable. Durante el Congreso se presentaros muchas mociones y contra mociones. Pero la moción final, a favor de la adhesión total y sin condiciones a la III Internacional, fue aceptada por 3.247 mandatos contra 1.398. Y los perdedores abandonaron el Congreso. El Partido Comunista Francés había nacido.

Palma. Ca’n Pastilla a 31 de Marzo del 2015.

jueves, 2 de abril de 2015

Política. La llamada

Michael Grant Ignatieff (n. 12 de mayo de 1947), CPRC (Consejero Privado de la Reina por Canadá). escritor, académico y expolítico canadiense. Fue el líder del Partido Liberal de Canadá y de la Oposición Oficial desde 2008 hasta 2011. Conocido por su obra como historiador, Ignatieff ha ocupado puestos académicos en la Universidad de Cambridge, la Universidad de Oxford, la Universidad Harvard y la Universidad de Toronto.

Entré en contacto con Ignatieff, a través de la lectura de su magnífica biografía de Isaiah Berlin, el gran filósofo político liberal. Y no hace mucho me he leído su interesante “Fuego y cenizas”, en la que narra su desastroso paso por la política, como líder del Parido Liberal de Canadá. Es un magnífico, a mí entender, análisis de lo que significa hoy dedicarse a la política. Y el capítulo final de este libro “La llamada” me ha emocionado, pues además de coincidir totalmente con las ideas que expresa, me parece una lúcida y responsable llamada, a seguir la vocación política (muy a pesar de su dureza) como el mejor servicio a los intereses más nobles de los ciudadanos.
“Podrías pensar que la política no es más que un juego sucio que no tiene nada que ver contigo. Espero que al acabar de leer el libro hayas llegado a una conclusión muy distinta: que constituye un noble combate que necesita un autocontrol, un buen juicio y una fortaleza interior mayores de lo que nunca podrías haber imaginado poseer. La nobleza reside en la lucha por defender aquello en lo que crees y animar a otros a luchar para mantener lo mejor de nuestra vida en común como pueblo. El reto está en intentar cambiar lo que debe cambiar y en proteger lo que debe ser protegido, y en saber diferenciar entre ambos”.
Sinceramente no podría decir cuando me llego a mí la “llamada”. Como ya he escrito algunas veces nací en el seno de una familia política, y desde jovencito ya sentía dentro de mí ese reclamo de la política. Recuerdo que ya a los 16 años, cuando comencé a trabajar en el comercio de mi padre, antes de la hora cerrar, en el anverso de las hojas de caja antiguas, escribía cortos textos sobre temas políticos ¿Qué otra cosa podía hacer políticamente, en los tiempos más oscuros de la dictadura? Pero en 1974, cuando le confesé a mi padre que me había afiliado al PSOE, me mostró su preocupación por mi seguridad, me aconsejó reiteradamente que llevara mucho cuidado, y que procurara no acumular un exceso de carga emocional en mi vocación política. Pero sus consejos no sirvieron (él ya lo sabía) para evitar que yo pusiera toda mi pasión en ella. Entré en la política real con una pesada carga emocional, y pagué un precio por ello. Pero no me arrepiento, es mejor haber pagado que haber vivido una vida a la defensiva, que habría sido una vida vivida sin plenitud.
Igual que Ignatieff, pienso que abrazar la vida política implica dejar a un lado la inocencia. Implica estar dispuesto a pagar los costes aun antes de saber a cuanto va a ascender la factura. Implica conocerte bien a ti mismo y ser inamovible en los motivos por los que abrazaste la política. Implica saber que no puedes tener éxito a menos que la gente que debe elegirte, esté convencida de que estás ahí por ellos. Pero si creen en ti, estarán contigo en los buenos tiempos y en los malos. Su lealtad no es algo a lo que tengas derecho sino que te la tienes que ganar día a día (este, me parece, es un punto que hoy muchos ya han entendido, debido a la actual desafección hacia los políticos). Te haces acreedor a esta lealtad siendo quien dices ser y demostrando que estás de su parte. Si te prestan atención, permanecerán contigo incluso cuando estén en desacuerdo, y confiarán en ti como líder si creen que tus convicciones son sinceras. Deben notar que eres una persona íntegra y que estás esforzándote por ellos.
El antagonismo es la esencia de la política (incluso dentro del propio partido) y se necesita el temperamento de un luchador si se quiere sobrevivir. Los ciudadanos no van a apoyar a alguien que no sabe como defenderse. No cabe duda de que duele que nos ataquen, pero no es más que un acto de vanidad tomárselo personalmente. Quizás convertirse en adulto, signifique aprender a no tomarse las cosas como algo personal: “defiende tu honor y tu integridad a toda costa, pero nunca dejes que tu yo más íntimo se vea afectado por un ataque personal”. No des a tus adversarios esa satisfacción. Y especialmente defiende siempre tu posición, tu derecho a ser escuchado.
Debemos, a toda costa, mantener la fe en el buen juicio de los ciudadanos, sin que nos desanime el número de veces que su voto no nos sea favorable. Si dejamos de creer en la racionalidad última de los votantes, no poseeremos la fuerza necesaria para hacer que la democracia funcione. La democracia sólo merece su privilegio moral, si existen buenas razones para creer en el buen juicio de los ciudadanos. En ocasiones puede resultar muy difícil aceptar su veredicto, pero lo cierto es que no disponemos de otro árbitro. Ser un buen político implica ser responsable ante la gente que nos eligió, y también responsables por nuestras acciones. Y estamos en política porque la reivindicación que necesita la democracia, no es la de las palabras sino la de los hechos, no la de la teoría sino la de la acción.
Si llegamos a ser elegidos como representantes parlamentarios, jamás debemos olvidar el asombro que sentimos el primer día, cuando tomamos posesión de nuestro escaño (yo recuerdo aún la sensación que sentí en 1977, al sentarme en los mismos sillones que ocuparon Julián Besteiro, Indalecio Prieto, Largo Caballero, Manuel Azaña…) y recordemos siempre con emoción, pero también con angustia por la responsabilidad, que fueron los votos de la gente corriente los que nos llevaron hasta allí. Igualmente bueno es no olvidar que no somos más inteligentes, que las propias instituciones democráticas que nos cobijan. Ellas están ahí para hacernos mejores de lo que somos. El respeto por las tradiciones y las reglas democráticas (incluso por las que nos parezcan más estúpidas) forman parte de nuestro respeto por la soberanía del pueblo y por la democracia que garantiza nuestra libertad.
En mis años de diputado aprendí que la democracia difícilmente puede funcionar, en ausencia de una cultura de respeto a nuestros antagonistas (y en aquel tiempo eso era así en el Congreso de los Diputados). En política debes de ser leal a ti mismo, a tu partido, a la gente que te ha votado y también al país. Y dado que estas lealtades entrarán en conflicto con cierta frecuencia, hay que tener claro que pude que en un momento, tengas que poner a tu país por encima de todo. Y en ese momento, a la hora de dejar claras tus lealtades, es conveniente no olvidar tampoco, el debido respeto a la política en si misma. La política, en contra de los que algunos piensan, no es un simple juego, se trata de algo mucho más serio. Si somos diputados o senadores, somos legisladores. Y llegarán momentos en los que debamos votar decisiones duras para muchos ciudadanos. No, no se trata de un juego cuando estamos decidiendo sobre cosas, que afectaran de forma importante a muchas personas.
La política tampoco es una profesión, dado que una profesión implica estándares y técnicas que pueden ser enseñados. No existen técnicas en la política, no es una ciencia sino un arte (el arte de lo posible, se ha definido a veces). Un arte que depende de nuestra capacidad de persuasión, de nuestro nivel de oratoria, y de una perseverancia a prueba de bomba; todo lo cual puede aprenderse en la vida, pero no enseñarse en un aula o en el despacho de un consultor. Tampoco es una profesión, en el sentido de constituir una carrera estable. Tu vida política puede terminar en cualquier momento (que me lo expliquen a mí) así que debes asegurarte de que tienes una vida anterior, y estar preparado para seguir con una nueva vida después (y sí, sí, hay vida más allá de la política). Max Weber distinguió bien entre aquellos que viven de la política, y los que viven para ella. Y sólo los que viven para ella, pueden entenderla como una llamada.
Michael Ignatieff
Se suele entender que lo de una llamada, está reservado a los curas, las monjas, los místicos, los fanáticos… Pero entender como tal la vocación política, en un mundo tan pecaminoso y mundano, tiene su qué. Y sí, muchos políticos son mundanos y pecaminosos, pero muchos otros son leales, valientes y honrados. En el camino “nos manchamos las manos” (como decía Ruiz Giménez) para alcanzar fines que suponemos limpios. Con frecuencia utilizamos los vicios humanos – la astucia, el halago, la soberbia…- al servicio de las virtudes – la justicia y la decencia -. Pretendemos servir a la única divinidad que nos queda, las personas, y debemos aprender a aceptar sus veredictos. Estos veredictos, como decíamos, pueden ser con frecuencia difíciles de entender, pero no disponemos de nada más en lo que poner nuestra fe.
Y termina Ignatieff con estas palabras: “Los cínicos despreciarán esta visión de la política pero, para aquellos que han pasado por ella, como yo, tiene un aire de verdad. Se trata de una visión de lo que la política podría llegar a ser, que te permite entender lo que es en realidad… Pensemos en la política como en una llamada que nos empuja hacia adelante, siempre hacia adelante, como una estrella que nos guía. Aquellos de nosotros que respondimos a esa llamada, sabemos que el éxito o el fracaso, importan menos que el hecho de haber respondido. Lo que ahora esperamos es que otros, más decididos, más valientes y más dedicados, respondan también. Es por ellos, por estos jóvenes hombres y mujeres, por lo que este libro ha sido escrito”.

Palma. Ca’n Pastilla a 13 de Marzo del 2015.